"En el último tiempo las mujeres nos estamos animando a dejar de sentir que necesitamos ser requeridas por los otros todo el tiempo, y estamos empezando a ocuparnos de nosotras. De ver qué queremos. Qué nos sucede. Y ser claras al expresar qué es lo que deseamos realmente", asegura optimista Pilar Sordo (52) que pasó por la Argentina para presentar Educar para sentir, sentir para educar en la Feria del Libro.
Referente para miles de mujeres, sus ocho libros de autoayuda ya se convirtieron en guías para conocernos mejor, desprendernos de mandatos y vivir más felices.
La psicóloga chilena y madre de dos hijos (Nicole, 24 años y Cristian, 26) nos explica que para ser feliz, a diferencia de lo que la mayoría cree, no hay que tener todo resuelto ni aparentar una vida perfecta en Facebook. "La gente que mejor está, irónicamente, es la que se anima a llorar, no la que reprime sus lágrimas".
-El dolor llega, nunca nos pide permiso para irrumpir en nuestra vida. ¿Por qué creés que le tenemos tanto miedo al sufrimiento?
-Porque vivimos en una sociedad que nos invita todo el tiempo al placer. Y entonces, si no la estoy pasando bien, tengo que abandonar todo eso que no me provoque una sonrisa constante. Marido, hijos, trabajo… No importa, da igual. Y eso es tremendo. Está muy bien intentar vivir desde la alegría, pero el dolor también es una instancia de aprendizaje, y cuanto antes me anime a darle la bienvenida, mejor. Por eso, recibir el dolor desde nuestra imperfección y dejarlo transitar por nuestra vida es lo mejor que podemos hacer para que no nos deje secuelas físicas ni emocionales.
-Muchas personas relacionan el llanto con un signo de debilidad….
-Totalmente. Es que la gente piensa que el llanto es una emoción ineficiente o caprichosa… Y nada más alejado de eso. Llorar, entre otras cosas, es una descarga necesaria y vital. Tenemos que animarnos a sentir. Vivir anestesiados no puede ni debe ser la única opción. Ser feliz es una decisión.
-¿Será que también le tenemos miedo a ser felices?
-En realidad tenemos miedo a que se acabe. Siempre supimos que la felicidad es un instante, entonces, por las dudas, si en este momento soy feliz, mejor digo que no, ¡no vaya a ser que en unos pocos minutos deje de serlo! (risas). Ustedes, los argentinos, contestan algo muy interesante cuando les preguntan cómo están… Y casi siempre dicen lo mismo: "Bien, estoy bien, por suerte". Y ese "por suerte" me saca la responsabilidad, me hace sentir menos culpa. Menos ansiedad. Porque de esa manera me convenzo de que mi felicidad, de alguna manera, no depende de mí. La felicidad no tiene que ver con la alegría, sino con la paz. Y hasta con el silencio. Nos quieren vender que la felicidad es ruido, gritos y euforia, pero nada más alejado de eso.
-¿Hay alguna manera de que los padres podamos enseñarles a ser felices a nuestros hijos?
-Lo más importante es entender que uno enseña con testimonios, no sólo con palabras. Si mis hijos ven que me río a carcajadas, seguramente se atrevan a reír. Y si me ven llorar todo el tiempo, probablemente también me imiten. Por eso, el desafío más interesante para los padres es mantener una coherencia entre lo que se dice y se hace.
-¿Cuál es tu mayor miedo?
-No tengo muchos miedos. Creo que mi mayor miedo es perder la capacidad de observarme. No quisiera que me ganara el afuera. O que la pasión con la que vivo y transito mi profesión (los viajes, las conferencias, las investigaciones) me roben la posibilidad de concentrarme en mí misma. Que todo ese ruido no me permita escucharme.
-¿Tiene algún costo no escuchar lo que nuestro cuerpo necesita, no aprender a conocernos mejor?
-El costo es la enfermedad física y mental. Puede ser un cáncer, un infarto, cólon irritable, obesidad… El cuerpo termina gritando lo que el alma calla. Por algún lugar todo ese dolor va a salir, porque somos una unidad. Y entender que somos una unidad es urgente si pretendemos transitar la vida sin hacernos daño. Nos enseñaron que mostrar y aceptar nuestros sentimientos es un signo de debilidad, y no, todo lo contrario, ahí está la verdadera fortaleza.
Texto: Luciana Prodan