Periodista, odontóloga y creadora del blog “Yo, la ex gorda”, Fiorella Alvarenga reflexiona sobre los mandatos y prejuicios sobre el cuerpo e incentiva a transformar lo negativo en energía para ser cada una su propia inspiración.
Tenía ocho años. Estaba absolutamente concentrada en terminar esa prueba. Nunca le había gustado nadar, pero le enseñaron que vida era una lucha contra los kilos y esa era la única forma que -le dijeron- había para hacerlo.
Odiaba levantarse temprano para ir a entrenar en aquellos litros de agua helada. Tan helada que, aunque no fuesen reales, ella sentía, con cada brazada, que nadaba entre cubos de hielo.
Después de muchas jornadas llegó esa competencia. La que quería terminar. Nadaba rápido como queriendo quitarse de encima la presión y la emoción juntas. En cierto punto de la carrera se dio cuenta que ella iba encabezándola. Pero ella odiaba nadar.
Ser la campeona para una misma
Ella lo hacía para intentar estar delgada. Ella nunca pensó en ser una campeona. Y ahí, en un abrir y cerrar de ojos, el temor pudo más que la fuerza de sus brazadas de estilo mariposa y se frenó. Se quedó sin fuerzas. Sin aire. Se asustó. Y vio cómo las otras niñas avanzaban. Retomó el paso con dificultad. Llegó a tocar la pared. Y decidió que, ese día, más que nunca, aborrecía nadar.
A lo largo de su vida probó toda clase de deportes y estuvo en variedad de gimnasios. Pero terminaba renunciando tras la frustración de no ver resultados en su cuerpo y la vergüenza de lo que pensarían los vecinos cuando la vieran caminar con su look deportivo completo adornando su figura tan lejana a lo que se suponía era fitness.
Ella que era, sin lugar a dudas, la más deportista de su familia y amigas, era a quien se le acusaba a primera vista de ser la más sedentaria. Y eso la llevó por un camino en el que renunció a seguir intentando.
De la crisis del "yo puedo" a querer ser feliz
Abdicó a las madrugadas, a los entrenamientos y a la presión. Se vio determinada a no sudar nunca más frente a esos espejos del gimnasio en los que; dependiendo del día, se alentaba o se maltrataba a sí misma cual si fuese su peor enemiga. Se convenció que el “yo puedo” era un invento romántico de las películas y se alejó de todo.
Pero en la vida, si hay algo irremediable, es que siempre que permitamos que una inquietud se asome, crecerá hasta convertirse en algo que debemos descubrir sea como sea. Y su angustia radicaba en que durante muchos años se privó de disfrutar de toda la salud y felicidad que le generaba el deporte solo por no tener el físico que se suponía era saludable.
Ella que nunca vio a su cuerpo como un vehículo para lograr una meta, sino que lograr que su cuerpo luciese de una forma era la única meta posible; decidió que a lo único que debía renunciar era a repetir ese patrón de hacer algo para “encajar” y no por el placer que produce. Porque quería ser feliz.
Y recordó cómo desde su niñez sus amigas que no entendían la presión que ella sentía por su físico y que aún no habían sido alcanzadas por los prejuicios sobre lo que puede o no hacer un cuerpo, la alentaban a ser siempre la mejor, la campeona de todos sus torneos y le decían que era una inspiración.
Ella, que tantas veces se sintió débil, decidió que era el momento de alentarse como lo hacían las niñas en su infancia. Comprendió que su físico no definía el tamaño de sus sueños. Se amigó consigo misma, dejó atrás todas las palabras negativas y las transformó en aliento.
Comprendió que al final no luchaba contra su peso, luchaba contra sí misma. Batallaba con sus inseguridades. Boicoteaba sus posibilidades. Destruía sus logros... Y todo, por ser la peor enemiga de la chica que se reflejaba en el espejo.
Hasta que se convirtió en su propia inspiración y descubrió que, cuando las cosas se hacen para encajar, se necesita de la famosa fuerza de voluntad... pero cuando se hacen para disfrutar, solo se necesitan ganas.
Autorretrato de la autora: Fiorella Alvarenga
Mi nombre es Fiorella Alvarenga. Soy periodista, odontóloga y la creadora del blog “Yo, la ex gorda” que cuenta con lectoras de toda América Latina. La experiencia me ha enseñado que las limitaciones que imponen e imponemos sobre nuestra vida y cuerpo no conoce de nacionalidades. Escribo desde el “¿por qué no quitarse una etiqueta?” como algo que podemos preguntarnos a diario para cambiar nuestra vida.
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