La historia de amor de Máxima Zorreguieta y quien es hoy su marido, Guillermo de Orange surgió espontáneamente, sin presentaciones protocolares. Se conocieron en 1999 en la Feria de Sevilla a la que ambos asistieron por separado y sin intenciones de buscar pareja: Máxima, de 28 años en aquel entonces, bailaba eufórica, enfundada en un vestido de gitana. La brillante y joven ejecutiva no se percataba que el entonces Príncipe de Holanda la miraba embelesado.
Alguien que los conocía a ambos los presentó y, en seguida, se acercaron a conversar. Los jóvenes no tardaron en ponerse a bailar y, al parecer, se encendió la chispa del amor entre ellos.
Al principio, los enamorados mantuvieron la relación en secreto, y cuando sintieron que iban en serio, decidieron presentarse ante la entonces Reina Beatriz, madre de Guillermo. La mandataria no tardó ni un segundo en aceptar a Máxima, una mujer carismática por naturaleza.
A partir de ese momento cayeron sobre ellas varias responsabilidades, que aceptó y encaró con entusiasmo: tenía que familiarizarse y ponerse a tono con la cultura holandesa, las tradiciones y protocolos de la Casa Real a la que iba a ingresar como miembro cuando se casara con Guillermo.
Además de la Reina, el pueblo holandés la aceptó con los brazos abiertos. Si se hablaba de Máxima, las palabras de elogio nunca eran suficientes: ubicada, respetuosa del protocolo, humilde y ciertamente, no fingía jamás. El pueblo ya tenía reina para su futuro rey.
Todo se encaminó hasta una boda soñada que se celebró un día como hoy, en 2002. El pueblo salió a las calles usando el tradicional color naranja en banderines y guirnaldas celebrando la ocasión. Ella radiante, él emocionadísimo.
Así como en las calles de Amsterdam la multitud vitoreaba a los futuros reyes, en Argentina la boda se siguió paso a paso en los medios, con la audiencia prendida siguiendo todos los detalles. Una joven argentina iba a convertirse en princesa y eso era una noticia extraordinaria. Los novios no pararon de sonreír y de echarse miradas cómplices, incluso pasando por alto un poco el protocolo. El momento más emotivo se vivió cuando se empezó a escuchar la melodía de "Adiós Nonino", el célebre tango de Astor Piazzola que resonaba en la Iglesia, una sorpresa de Guillermo para su futura esposa, que la conmovió hasta las lágrimas.
El clásico “puede besar a la novia” no se dio sólo con un beso, sino con varios, marcando lo que sería un poco el estilo de los mandatarios: la calidez, la espontaneidad y la frescura.