Por la secreta belleza del desierto y la particularidad de sus pueblos, siempre quise conocer África. Durante un verano hace algunos años recibí la invitación para emprender un viaje hacia Marruecos. Sin dudarlo un segundo y casi sin darme cuenta, me encontraba desde la ventanilla del avión apreciando el variado paisaje del norte marroquí, que abraza el fértil valle de Ourika hasta los nevados montes del Atlas.
Aterrizamos en Marruecos apreciando la diversidad del carácter de sus habitantes, donde conviven la exquisitez de los pobladores de Fez, el temperamento indómito de los beréberes, el aire cosmopolita de los rabatíes y la dureza y hermetismo de los hombres del Atlas. Aún así, todos tienen una característica común: su hospitalidad.
Como inquietos viajeros que somos, tuvimos la audacia de memorizar algunas palabras de cortesía en el idioma local, pues a pesar de que nuestro guía comentó que su lengua pertenece a uno de los tres dialectos beréberes y que muchas veces entre ellos tampoco se entienden, son un pueblo muy religioso. Así que ante el saludo “as-Salam Auleikum” que significa “La paz sea con ustedes”, uno siempre obtiene como respuesta “Wa alaikum as-salaam”, que en español significa “que La Paz recaiga sobre ti”.
Nos comentaron que este breve saludo en árabe denota cordialidad y demuestra a los musulmanes que, a pesar de ser extraños, éramos amigables. Siempre contestaban a nuestro saludo con mucha espiritualidad, pues es un pueblo muy religioso y el concepto de paz en el Islam tiene un sentido de seguridad. En definitiva esas palabras son una bendición y un deseo de protección divina. «Si los saludan, respondan con un saludo igual o mejor. Dios tiene en cuenta todas las cosas» (Corán 4:86).
Marruecos tiene muchas poblaciones para visitar, pues está dividida en 16 regiones donde las más importantes son las Ciudades Imperiales: Marrakech, Fez, Meknes y Rabat. Nosotros recorrimos Rabat, Casablanca y Marrakech.
En todos los rincones de Marruecos hay fotos del Rey Mohamed VI, que asumió después de la muerte de su padre y es el primer rey marroquí que tiene una sola mujer. Es un país de muchos contrastes, donde se notan las diferentes clases sociales. Esto se puede apreciar perfectamente en la magnificencia de los palacios del Rey en comparación con algunas de las aldeas de adobe que observamos mientras recorríamos el camino de Rabat a Marrakech.
La mayoría de las costumbres se repiten en todas las ciudades. Tal es el caso de la ceremonia del té, pues más que un simple refrigerio es un signo de amistad y buena suerte, ya que el color verde es el color del Islam. Preparan una infusión de menta con una mezcla de té verde chino, menta fresca y mucha azúcar, vertiendo el agua desde gran altura para que se mezcle perfectamente. Existen algunas tradiciones muy llamativas en relación a esta infusión, por ejemplo beberlo en el zoco es parte del ritual cuando uno compra una alfombra.
Y hablando de Zocos, es bueno recordar que aunque Marruecos ya no se abastece de los mercaderes del Sahara, tienen gran variedad de productos y numerosa artesanía marroquí.
La palabra Zocos deriva del arabe “souk” que significa mercado. Su actividad es una auténtica forma de vida y muchos de sus pobladores se instalan dentro de la medina y en espacios públicos abiertos como plazas.
Estos mercados, como el zoco de Marrakech, tienen distintos sectores y pasadizos donde se venden determinados productos. Por ejemplo en la «Herboriste Du Paradis» compré unos cubos de almizcle que tuve que pesar cuidadosamente en una balanza. Luego los envolví y los traje para perfumar los cajones y armarios, y ahuyentar las polillas según sus costumbres.
En uno de sus cruces, en la zona de Crieé Berbére, donde tristemente en la antigüedad se vendían esclavos, hoy se venden alfombras y polvos para teñirlas. Si observás con atención los techos de algunos puestos, te encontrás con alfombras lavadas y extendidas al sol para secarse. Esta técnica se utiliza para “envejecerlas” y venderlas al turista como si fueran antiguas. La fabricación de alfombras es una costumbre muy arraigada ya que las usan para cubrir el suelo de sus hogares y generalmente son tejidas por mujeres beréberes en las montañas.
Continuando por los pasadizos del Zoco, llegamos al sector de los joyeros en la plaza Rahba Kedima y al de los artesanos del hierro en la zona de Haddadine, donde es posible apreciar a estos artesanos trabajando en esos pasillos sobre el suelo. Aquí realmente debés regatear para conseguir un buen precio.
Si seguís adentrándote en el mercado, podrás encontrar los pasadizos donde están los cesteros, las joyas, las babuchas y el de las fragantes especias, de las cuales nos llevamos un buen surtido de cardamomo, comino, canela, azafrán y anís entre muchos otros.
Si pensás visitar estos mercados, resulta importante informarse previamente con algunos detalles indispensables. Dentro del mercado debés estar atento para no perderte entre muchos de sus puestos, pasadizos y callecitas oscuras, cuyo espacio al cielo está oculto por esteras para evitar el ardiente sol africano. En los zocos, los mejores tratos se consiguen por la mañana. Las primeras horas de la tarde quedan para los turistas y durante las últimas horas están abarrotados y las compras se cierran luego de largos regateos.
Nunca pagues más de la mitad del primer precio que te da el vendedor, pues es el precio real del producto.
La clave es no demostrar demasiado interés, pero sin olvidarse que habrá un precio mínimo del que ya no bajarán pues son productos artesanales a los que les han dedicado mucho tiempo.
Si concurrís a los zocos con un guía oficial, debés saber que el valor de lo que comprás aumentará significativamente en concepto de “comisión”. Para corroborar esto simplemente hay que prestar atención una vez que has realizado la compra. Tu guía se dirigirá hacia la parte trasera de la tienda, donde recibirá la comisión acordada por parte del vendedor.
En Marruecos no tardás en acostumbrarte a sus aromas, sus colores, sus regateos y a familiarizarte con las murallas que rodean todas las ciudades antiguas. De esta misma forma no debés dejar de saborear una típica comida marroquí, como el cus cus con 7 verduras, el tagine de carne o el pescado combinado con aceitunas amargas o frutas dulces.
Según nos comentó nuestro guía, la mejor comida procede de Fez, donde por tradición vivían muchas familias acaudaladas que contaban con sus “dadas”, excelentes cocineras que en tiempos imperiales eran tomadas como concubinas a pesar de que procedían de esclavos traídos de Sudán.
Luego del Zoco de Marrakech, visitamos la Plaza Jemma el-Fna, el lugar donde todos acuden para comerciar, exhibir sus destrezas o pedir consejos. Su nombre significa “plaza de los muertos” y está rodeada de tiendas, cafés, zocos, puestos de frutos secos, curanderos con hierbas y vísceras de animales, limpiabotas, sacamuelas, “guerrabs” o aguateros, encantadores de serpientes, recitadores y adivinos.
También comparten el lugar artistas que pintan con henna las manos y pies de los turistas, los monos, las cobras y la increíble variedad de especias resplandecientes de colores y aromas acumuladas dentro de tambores.
En esta plaza, debés estar atento a la picardía de algunos de los dueños de los animales que los usan para intimidar a los turistas. Pudimos experimentar cómo un encantador de serpientes mantuvo el animal sobre el cuello de un nervioso viajero que pagó más de un Dírham (moneda marroquí) para que finalmente se lo retiraran.
Infructuoso fue el intento de un hombre que corría detrás mío para sentar sobre mi hombro un mono encadenado. Habiendo conocido de antemano la picardía de estas personas, evité pasar un mal momento.
Por la noche emprendimos nuestro regreso a Rabat bajo esos cielos colmados de cantos y tambores, dejando atrás los maravillosos amaneceres, los profundos aromas, los particulares sabores y las historias vividas durante este viaje inolvidable en suelo africano.
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