Ser abuelo y redescubrir la paternidad con un nuevo hijo es un fenómeno cada vez más frecuente y merece algunas consideraciones.
Por un lado la paternidad madura refuerza la virilidad, ya no asociada al valor procreativo y a la construcción de una familia como núcleo social (como seguramente ocurrió con sus primeros hijos). Ahora tiene la oportunidad de asumir su función paterna sin los condicionantes de género, pero sí asociada a un deseo más auténtico, personal y hasta desafiante: El abuelo es papá… ¿Y qué?
Si nos atenemos a cuestiones estrictamente físicas, las funciones orgánicas comienzan a depreciarse después de la cuarta década de la vida. Es sabido que los niveles de testosterona comienzan a bajar luego de los 30, pero es un mito pensar que la depleción de esta hormona es causa de problemas en la erección en el adulto mayor.
El varón puede seguir siendo tan vigoroso y fértil como en sus años de juventud, sólo que va a espaciar sus encuentros sexuales porque el deseo se verá retardado para retomar un nuevo encuentro. En medios urbanos, los varones de clase media, con acceso a la educación media o superior, desafían mejor al paso del tiempo que los pares de clases populares, con escaso o nulo nivel académico.
Sin llegar a ser metrosexuales, la afluencia de público masculino de mediana edad o mayor a gimnasios, a controles nutricionales y hasta a alguna cirugía estética completan el panorama de la batalla por mantenerse atractivos y fuertes a pesar del paso del tiempo.
Además muchas mujeres gustan de hombres maduros que han sabido “amasar” experiencia, cuidado personal y por qué no, un poco de dinero. Muchas jóvenes están decepcionadas con los varones de su generación, les cuesta comprender esa forma que tienen de seducir, aparentar compromiso y después huir.
Otras se hartaron de la tendencia de algunos a defender sus espacios individuales sin entender que toda relación se construye de a dos y merece renunciamientos.
Por otro lado, los hombres maduros se sienten atraídos por mujeres entre 10 a 20 años menores que ellos (no es ninguna novedad, siempre ha sido así), sobre todo si estas ofrecen un marco de tranquilidad, optimismo, y una cuota de paz (esto debe ser traducido como “no ansiedad, no demandas innecesarias, respeto por los tiempos y espacios individuales”).
La extensión en la expectativa de vida compromete a los varones a estar mejor con ellos mismos, a cuidarse para una mejor calidad de vida. Está plenamente aceptado por el encuadre social que un hombre que se cuida tiene más chance de conquista. Exhibir la decadencia es sinónimo de abandono.
Las mujeres están atentas al cuidado masculino: “si no se cuida no voy a pretender que cuide de mí”, “quiero estar con un hombre íntegro en todo sentido, no con pedazos que voy recogiendo después de cada cumpleaños”, “madurez no es sinónimo de deterioro, es experiencia, sensibilidad, respeto, compromiso, firmeza, en síntesis: lo tengo que admirar”.
Creo que de todos los paradigmas de la “nueva masculinidad”, el ser abuelo y padre representa la prolongación de la virilidad, la fuerza, el vigor y la actitud joven en cuerpo, mente y acción. Los hombres de hoy tienen la oportunidad de integrar la paternidad juvenil, aquella que desarrollaron siendo más jóvenes (guiados por el deseo y el condicionante cultural de conformar una familia), con un nuevo deseo, más ligado a un valor subjetivo y propio.
De él dependerá la integración de sus diferentes roles y dar respuestas afectivas a las demandas de los pequeños (hijos y nietos), además de acompañar a sus hijos mayores. Ya no hay rechazo al hombre que se tiñe, se cuida la piel, hace gimnasia, se controla periódicamente el colesterol y toma Viagra para lograr una buena y segura erección. Tampoco al papá maduro, sensible, pleno con sus experiencias de vida.
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