En Amman, capital de Jordania, reside casi la mitad de la población del país. Desde allí tomamos la carretera del desierto que conduce a las ruinas de la antigua ciudad nabatea de Petra.
A un costado de la carretera vimos las tiendas de los beduinos con sus cabras. Por un momento, la imagen nos hizo pensar que en ese paisaje después de varios siglos la vida pasa tan despacio que nada o poco ha cambiado. Las aspiraciones de quienes habitan esa geografía parecen no ir mas allá de las montañas que suben en verano buscando el frescor de sus cumbres, o de los cálidos valles donde se refugian y descansan durante el invierno. Cuentan con la consideración del gobierno jordano, por lo que, cuando hay que trasladarse, simplemente levantan las tiendas y se instalan en otro sitio. Este territorio los invita a ser nómades viviendo de la venta de artesanías y productos derivados de la leche de cabra.
La ciudad de Wadi Musa, nacida gracias al turismo, apareció a unos pocos kilómetros de ruta, antes de llegar a nuestro destino: Petra. Los orígenes de esta ciudad arqueológica, se remontan al siglo II a.C, cuando una familia real de la tribu de los nabateos, con el propósito de afianzar su reinado para sí y para un grupo reducido de nobles y monarcas, mandó construir una ciudad en las montañas y un cementerio real tallado en la roca, cuyas fachadas eran de piedra arenisca con vetas rosadas. En la actualidad las tumbas están vacías y hemos visto también en las montañas restos de teatros, templos, almacenes, palacios, mercados y altares.
Una ciudad que se enriqueció con el comercio caravanero de lujo, dado que unía las rutas de la seda, del betún, incienso, mirra y variadas especias, cuyas mercancías estaban sujetas a pagar enormes tasas tributarias cuando llegaban de los rincones más lejanos de Oriente. Reflejando este espíritu comercial son los relieves en la roca que representan una caravana de camellos.
Varios siglos después, fue destruida por un terremoto. Cambiaron las rutas comerciales y comenzó una lenta declinación que provocó su abandono. Hasta la fecha solo se han rescatado de las arenas del desierto un 20% de la superficie de la ciudad.
Realizamos la entrada a través del Siq, un estrecho desfiladero de 1,5 km de largo rodeado de acantilados que abren paso a la fachada más impresionante de Petra: el Tesoro o Al Khazna, que tiene en lo alto una urna funeraria. Cuenta una leyenda local, que dentro de ella está depositado el tesoro de un faraón. Nuestro guía nos invitó a observar cómo se distinguen los impactos de bala que tanto beduinos como otomanos provocaron en el intento de perforarla.
Una vez que pasamos el desfiladero, observamos cómo varios artesanos de Wadi Musa y del cercano asentamiento beduino tenían pequeños puestos de venta de joyería o botellas de arenas de colores. Otros se dedicaban a alquilar caballos, burros, camellos o «calesas», que incluían el acompañamiento de un cuidador mientras recorrías los caminos del lugar.
A continuación iniciamos una caminata a pie. Una costumbre generalizada, nos advirtió el guía, es la de ofrecer caballos, aduciendo que están incluidos en el ticket que uno paga para ingresar a las tumbas reales, pero apenas se cabalga una cuadra exigen que uno se baje y pague unos 10 dinares jordanos en concepto de propina obligatoria.
Más adelante nos topamos con monumentos cuadrados de piedra –los Djin Blocks- donde, según relatos que circulan desde tiempos pasados, se escuchan las voces de los espíritus mientras practican sus cantos y bailes.
Y a poco de allí la Tumba de los Obeliscos y la calle de las Fachadas con varias tumbas nabateas que exhiben un altar de sacrificios al dios Dushara. Notamos claramente que el color de la roca obedece al lugar por donde la sangre se derramaba.
Siguiendo por el camino que serpentea las paredes del desfiladero llegamos a un teatro construido por los nabateos y ampliado luego por los romanos. Su anfiteatro fue ganado a la profundidad de las arenas recién en 1961. Hay una calle de la época romana pavimentada , con la tumba de la Seda y del Palacio y la que se destaca entre todas ellas, es la tumba de Urn, para cuyo acceso hay que atravesar escaleras y un arco.
Otra construcción importante y de difícil acceso es el Monasterio. Cuenta con 900 escalones excavados en la roca para llegar a él. Para todo aquel que lo requiera, podrá contar con el apoyo de niños del lugar que con sus pícaras miradas, se ofrecen como guías para atravesar esos senderos escarpados y estrechos, tanto a pie como a lomo de burro, hasta llegar a destino.
Recorriendo el camino, nuestro guía hizo referencia a la dimensión de la obra de los nabateos que eran maestros en ingeniería hidráulica. Aparte de construir una represa para desviar las riadas, tallaron canales en la roca –palpables hoy en día- para conducir el agua hacia las fuentes y los estanques de la ciudad.
Sin embargo, la lluvia puede ser peligrosa tal como nos dijo una mujer en Jerusalén: “No vayan a Petra si llueve”, pues la inclinada geografía del desfiladero favorece el paso de fuertes torrentes de agua y puede ocasionar más de un dolor de cabeza al turista desprevenido. Para evitar accidentes, el gobierno jordano mandó construir muros para contener la llegada del agua y un túnel que cumple la función de desviarla, el cual también se puede recorrer.
Como datos de color diré que en ciertas cuevas se ven mantas tiradas que dejan los comerciantes que venden sus artesanías a los turistas. Que es llamativo ver a los burros descansar sobre las altas rocas del desfiladero. Que se recomienda no beber agua que no sea envasada, por lo que gentilmente desistimos de los cafés y tés que ofrecen en los negocios como signo de amistad. Que el regateo es una habilidad de los jordanos bastante desarrollada. Que las mujeres son reacias a conversar con el extranjero y solo unas pocas sonríen al pasar. Que los niños saludan y se muestran curiosos todo el tiempo.
Nos alejamos de Petra con la íntima convicción de haber compartido el viaje con buena gente y disfrutado bajo esos cielos del mundo, algunos de los tantos secretos que aún permanecen escondidos y olvidados en la profundidad de las arenas del desierto.