Imitando el consejo del escritor español Jose A.Medina -liberarse de la pereza y ampliar el mundo-, otra vez estamos lejos de casa llegando a nuestro primer destino dentro de Europa del Este: Budapest, la capital de Hungría.
El río Danubio la divide en dos: Buda, que significa lado de la montaña, siendo la orilla más antigua y tradicional, y Pest, que significa llanura y es la costa vinculada a la producción.
Hungría es conocida en el mundo entero –entre otras cosas- por ser tierra de aguas termales. Y cuando pienso en ello aún resuena en mis oídos el consejo de mi prima Haydeé desde Marsella: “¿Van a Budapest? No dejen de ir a los Baños Széchenyi, uno de los primeros balnearios terapéuticos de Europa”.
Las aguas termales húngaras provienen de capas subterráneas y se encuentran a elevada temperatura. Son ricas en componentes minerales beneficiosos para el cuerpo humano y, por esta razón, se utilizan para sanar un sinfín de enfermedades. La hidroterapia ha sido una práctica habitual en la medicina húngara desde tiempos remotos y sus profesionales siempre aconsejaron usar las enormes piscinas de aguas termales, con la facilidad que da el poder bañarse en cualquier época del año.
El balneario Széchenyi es visitado diariamente por turistas de todo el planeta, y uno de los lugares preferidos por los propios húngaros que, a través de los años, lo han adoptado como una costumbre muy popular y lo han convertido en uno de los lugares de encuentro preferidos donde descansar y conversar a la vez. Es frecuente ver a grupos de amigos o familias enteras en época estival, aprovechando las propiedades medicinales de las aguas del balneario.
Tal como nos explicó nuestra guía, el agua termal constituye algo más del 80% del territorio húngaro, lo que hizo que durante el período romano -y más tarde el otomano- se fomentara la pasión por el spa.
Ahora bien, ocurría algo que para nuestros ojos contemporáneos sería poco menos que inaceptable: las mujeres no eran admitidas en estos espacios, hecho revertido no hace muchos años en todos los balnearios de Hungría.
Existen aproximadamente 450 baños públicos en Hungría, pero como en Pest está el más grande, hacia allí nos dirigimos. Tomamos un taxi hasta el Parque Városliget, antiguo coto de caza de la familia real, que es el espacio de esparcimiento más importante de la ciudad. En el parque está ubicado el balneario con una edificación de estilo barroco.
Se trata de un complejo de dieciocho piscinas, tres de ellas más grandes, al aire libre, con temperaturas que oscilan entre 34° y 38° C, y quince pequeñas en los espacios internos, cubiertas bajo techo.
Una particularidad es que de las tres piscinas exteriores, una está habilitada para nadar con agua fría; las otras dos derivan chorros de corrientes de agua bien caliente que brotan no solo desde las paredes laterales sino, además, desde el suelo de la piscina. Si uno se halla en el centro de la piscina, lo más probable es que se vea arrastrado por una corriente artificial que circula a gran velocidad como un remolino turbulento.
Las piscinas que se encuentran dentro del edificio –con una cantidad, a mi criterio, exagerada de gente en su interior- poseen diferentes temperaturas y están distribuidas en varias salas con saunas y estanques de agua helada para aquellos que deseen zambullirse luego de haber estado en las termas de altas temperaturas. Asimismo, el edificio cuenta con jacuzzi, salas de masajes y tratamientos varios de belleza.
Para los desprevenidos que asisten sin lo mínimo imprescindible, el lugar ofrece alquilar o comprar, por ejemplo, trajes de baño. En tal sentido es conveniente llevar sandalias de goma con el fin de no lastimarte los pies al momento de pisar sal gruesa derramada en el piso. ¿Para qué sal gruesa? Los encargados del mantenimiento de las piscinas echan sal gruesa para impedir la formación de hielo sobre el suelo. Con este procedimiento se evitan resbalones, caídas y demás accidentes.
Para dejar la ropa y otras pertenencias existen taquillas o lockers. Para cerrarlas te proveen de pulseras junto con una toallas por persona. Lo bueno es que con esas pulseras pudimos entrar y salir de las instalaciones todas las veces que quisimos.
La tarde que llegamos pasó que la temperatura se aproximaba -2° bajo cero con llovizna o agua nieve. Igualmente nos sumergimos. Dentro del agua prácticamente no se sintió frío. Pero cuando salimos de la piscina rumbo a encontrarnos con las toallas o desplazarnos hacia las termas interiores, ahí sí notamos el cambio de temperatura. Para colmo fue necesario atravesar el patio para acceder a ellas.
Oscurece muy temprano en Budapest; en enero, a las 5 de la tarde ya es noche cerrada. Y mientras disfrutábamos de las termas invernales de la ciudad, los vapores de las aguas de las piscinas se incorporaban lentamente a los copos de nieve que se desprendían del cielo. Antológico.
En esa ocasión sentí que la prisa no era necesaria, que pude renunciar a ella y permanecer disfrutando esos cielos del mundo bajo la atenta vigilancia de la escultura de mujer que protege la tranquilidad de los visitantes.