Buscando conocer las blancas arenas de México, recorrimos unos 130 km desde la ciudad de Cancún hasta Tulum, en el estado de Quintana Roo. Íbamos en procura de la alternativa bohemia que ofrece la Riviera Maya: playas de aguas turquesas, fauna, selva y ruinas arqueológicas de su mística cultura.
Para tomar un taxi en México hay que negociar la tarifa de antemano y evitar así el pago de fortunas por el mismo trayecto a los ruleteros, denominación que reciben los taxistas que se la pasan dando vueltas y vueltas sin rumbo fijo, como la ruleta. De modo que después de acordar el precio con el conductor, comenzamos nuestro viaje.
El periplo se inició por una carretera un tanto desgastada, con intenso tránsito a gran velocidad. Si bien el trayecto era relativamente corto, el viaje duró alrededor de 2 hs. Llegamos a la zona de Tulum Playa, uno de los lugares predilectos por nosotros y la gente joven de mediana edad que busca tener contacto con la naturaleza en un destino rodeado de mar, selva y arenas níveas.
Es el nuevo tipo de turista nómade que disfruta de experimentar el entorno de una aldea mientras se hospeda en algún hotel boutique, de los muchos que bordean la costa. Son pequeñas aldeas ecológicas de techos de paja y hamacas, con comodidades del siglo XXI: un lujo descalzo que nos alejó del tumulto de las grandes ciudades.
En esa ubicación privilegiada, las vacaciones, entonces, transcurrieron dentro de un estilo de vida genuino, a la vez sencillo y despojado de excesos. Al que muchos llaman lujo artesanal porque rompe con el modelo de viaje tradicional.
Tulum fue en algún tiempo un pueblo de pescadores, eso se nota claramente pues aún mantiene un estilo de vida pausado, de gente bohemia y cantidad de turistas norteamericanos.
Una mañana muy temprano tuve la oportunidad de conversar con el guardavidas del lugar. En la conversación, el guardavidas dejó deslizar un dato para mí algo inquietante. En su trabajo de todos los días convive con cocodrilos que se pasean a sus anchas por las aguas, nadando en paralelo a la costa desde la Reserva de la biosfera de Sian Ka ´an hasta la zona arqueológica de las ruinas mayas. Esto ocurre cuando la aparición del sargazo -alga marina- alcaliniza el agua del mar además de servirles de refugio .
Tulum Playa tiene una sola calle principal; a un lado, la playa, al otro la selva. Al final del día, luego de disfrutar los camastros de la playa, las caminatas por la arena, la piscina y el mar, los grupos de turistas abandonan sus jungle suites para encaminarse a la carretera costera donde hay buena oferta de bares. También hay tiendas de moda, souvenirs, farmacias, discos y cualquier otra cosa que puedan necesitar.
Esta calle de doble mano es excesivamente estrecha y en la mayoría de sus tramos no posee senderos a los costados, por lo que se ha transformado en zona caótica. Para darnos una idea: sobre la misma calzada se mezclan turistas a pie, motos, coches de alquiler, transfer, bicicletas, patrulleros de la Policía Nacional, madres con cochecitos y niños, taxis, y grupos de trabajadores que regresan de largas jornadas laborales en los hoteles, amontonados en las cajas de las camionetas de sus patrones. Todos juntos y a la vez, intentando respetar el desorden para no producir accidentes. Sumado a todo eso, cuando el sol se esconde, la calle carece de iluminación. Solamente puedes guiarte por las luces de los automóviles o algún bar al costado del camino.
Para tratar de ordenar el caos, desde el año pasado las autoridades han establecido horarios de acceso a la calle para vehículos pesados y de suministros, como así también el máximo de taxis por zona y beneficiar tanto a comerciantes, como a hoteleros, transeúntes o paseantes. Asimismo se ha abierto una calle que conecta la avenida Kukulkán con la zona costera de Tulum para desahogar el tráfico y reducir el tiempo de traslado de trabajadores que acuden a la zona hotelera.
En la playa desfilan vendedores ambulantes mayas locales que compiten con europeos, norteamericanos y latinoamericanos en ofrecer productos artesanales, algunos hasta llegan a modelar marcas propias. Apoyar a la artesanía local es ayudar a los pobladores; recuerda que muchos de ellos dependen para su subsistencia, exclusivamente de los ingresos que obtienen de las ventas.
Días más tarde nos mudamos unos 10 km hacia la carretera Chetumal Puerto Juárez a una antigua hacienda mexicana convertida en un hotel all inclusive. Luego de estrictas medidas de seguridad ingresamos al resort familiar con 17 hectáreas de costa y jungla con vistas a las arenas blancas del Caribe mexicano. Si ya conoces cómo son los all inclusive sabrás que existen opciones en deportes, recreaciones, comodidades varias, charlas, paseos y actividades que se realizan día a día actualizadas en un pizarrón.
La hacienda comparte playa con tortugas marinas que arriban entre los meses de julio a diciembre de cada año con el fin de incubar sus huevos. Las tortugas son protegidas y vigiladas constantemente.
Cuando caminas por el extenso parque de la hacienda seguro te cruzas con iguanas; para conocer más de sus costumbres es que se organizan paseos y charlas. Por las noches, los mapaches buscan algo de comida para robar.
Los días que pasamos en Tulum, nos alejamos de las excursiones, de la inmensa oferta de visitas a las ruinas Mayas y del exceso diario de turistas; preferimos mantener nuestra proximidad al mar, la arena, los paseos en bicicleta y navegar en catamarán la zona de arrecifes.
Sobre una de las orillas de la playa conocimos lo que, según nuestro instructor, era una zona sagrada donde los mayas acudían para realizar la ceremonia de adoración a los dioses.
Así fue que dejamos el catamarán en la orilla, nos internamos con el agua a la altura del pecho hasta poder divisar un gran agujero azul oscuro en el fondo profundo del mar. Era la salida de un cenote (pozo que se encuentra en la selva y almacena agua de lluvia en el subsuelo). El cenote se conecta con el océano y forma una turbulencia tal que, si estás justo allí, te empuja hacia arriba.
El instructor de navegación dijo que la ceremonia consistía en tirarse en ese pozo de agua con los brazos abiertos, flotando de espaldas, dejando que la fuerza del agua te arrastre.
Con este procedimiento se ofrecía para que saliera del cuerpo todo lo malo que había dentro, una especie de purificación de la persona. La ceremonia concluía, unos metros más adelante, con el acto de pararse y saludar al sol.
Bajo estos cielos del mundo, hemos disfrutado las caminatas por las mañanas a lo largo de las playas de Tulum y descansar bajo la sombra en una palapa hecha con troncos y techo de palma.
He fotografiado amaneceres y atardeceres; he observado las mantarrayas mientras caminaba cautelosa muy cerca de ellas sobre la orilla. He visto los pelícanos pescar de a pequeños grupos y bandadas de gaviotines corriendo sobre la arena, picoteando lo que la espuma de la marea acercaba a la orilla.
Tulum. Conocimos su gente, saboreamos su comida, descubrimos sus costumbres y su forma de ver el mundo. Respetamos la cultura local con sus normas; las poblaciones indígenas y sus creencias, la conservación de la vida silvestre y los recursos naturales.
Todos y cada uno de ellos son ingredientes que continúan sumando riqueza a mis viajes bajo los cielos del mundo.