Arribamos a la ciudad de México, una metrópolis desordenada y tumultuosa donde solo en algunos parques y barrios como el de Coyoacán conseguimos el silencio y la armonía que buscamos en vacaciones.
Coyoacán se encuentra en el distrito más antiguo de la ciudad: Colonia del Carmen; tiene construcciones bajas y coloniales, calles empedradas, plazas, casonas pintadas con colores fuertes y amplios jardines.
En este barrio, que en épocas pasadas fue un pueblo tranquilo del sur, está la Casa Azul donde vivió Frida Kahlo. La casa es de estilo colonial, de una planta cuadrada con patio central alrededor del cual se encuentran ubicadas las habitaciones.
Actualmente es un museo que recibe al año muchísimos viajeros locales y de todas partes del mundo, por esto es importante reservar la entrada con anticipación pues se agotan rápidamente y las filas que parecen interminables son en realidad, la de grupos de visitantes que ya tienen asignado su horario para entrar.
Llegamos hasta allí, siguiendo el Circuito Sur con el ticket del bus turístico; lo hicimos con el propósito de conocer más sobre la vida enigmática de la artista a través de los espacios que había habitado, detalles, objetos de uso diario y la obra de la pintora mexicana que expresó en un momento de su vida: “Lo único que sé es que pinto porque lo necesito”.
En esta casa, el principal atractivo son los objetos personales y cotidianos de Frida que dan cuenta de su vida y transmiten los sentimientos que la animaban. La obra de Frida Kahlo, influida por el arte popular mexicano, generó una biografía llena de sufrimiento.Pudimos visitar la habitación y el estudio de la pintora tal como los dejó antes de morir. Las camas donde padeció el dolor que inspiró luego sus pinturas. Los aparatos ortopédicos que la acompañaron el resto de su vida, así como vestidos, zapatos y joyas.
El recorrido iniciado en los jardines continuó por los diferentes espacios del taller, la cocina, el comedor, mezclado con fotografías, documentos, la habitación de Diego Rivera. Terminamos el paseo nuevamente en el patio mexicano repleto de cactus, plantas, macetas, una fuente y piezas prehispánicas.
Además, la casa muestra el amor profundo que sentían Frida y Diego por México y que Carlos Pellicer, escritor y museólogo amigo de la pareja, describió de esta manera: “Pintada de azul, por fuera y por dentro, parece alojar un poco de cielo. Es la casa típica de la tranquilidad pueblerina donde la buena mesa y el buen sueño le dan a uno la energía suficiente para vivir sin mayores sobresaltos y pacíficamente morir…”
Entre los varios sitios de la casa que se destacan figura un espacio dedicado a la vestimenta de Frida: la sala de composición visual llamada “Las apariencias engañan”, exposición de vestidos que abarca desde el día que contrajo poliomielitis hasta su muerte.
Dado que el cuerpo de la artista había sido desarticulado a raíz del accidente y de la enfermedad que tuvo de pequeña, esto se reflejó en un vestuario tan fragmentado como ella. Las blusas de corte cuadrado y holgadas en enfoques geométricos con bordados recargados obligaban al espectador a fijar su mirada en la parte superior del cuerpo de Frida.
También en este espacio pudimos apreciar los vestidos tradicionales de las mujeres del sur mejicano, accesorios típicos, tocados; en particular, parte del calzado que usó Kahlo, las prótesis, los zapatos ortopédicos que la acompañaron gran parte de su existencia, y los vestidos de grandes modistos internacionales que se inspiraron en la personalidad de Frida para desarrollar sus creaciones.
Otro sitio especial es la cocina, decorada con colores brillantes. A pesar del paso del tiempo aún pareciera acechar -entre ollas, utensilios colgados, vasijas de barro, sillas de paja y cocinas de carbón- el espíritu alegre de los amigos, artistas e intelectuales que asistían a las fiestas en las cuales se servía infinidad de platos típicamente mexicanos.
Especial atención merecen las dos habitaciones que alternaba Frida de día y de noche. En ellas (la soledad de su infancia por la poliomielitis y posteriormente el accidente que fracturó sus costillas y la dejó prácticamente paralítica) permaneció largos periodos en ambas camas o en silla de ruedas, siempre inmovilizada por corsés. Pasaba tanto tiempo allí que hizo del dolor su compañero, hecho reflejado en muchas de sus obras en las que utilizó la pintura como herramienta de escape.
Frida Kahlo se ocupó decididamente de su aspecto físico para mostrar al mundo una imagen positiva de fuerza y seguridad personales. Gracias a su temperamento y gran talento se transformó en una personalidad admirada por las mujeres de su época. Usaba ropa autóctona y llevaba, tanto en gestos como en conversaciones, la cultura mexicana.
Después de su convalecencia, Frida frecuentó ambientes de artistas e intelectuales de la época e inició una relación con Diego Rivera, gran muralista de México y militante del Partido Comunista.
Con Rivera, Frida contrajo matrimonio. Constituyeron una pareja dominada por la pasión, los escándalos y la tortura de la infidelidad; tanto fue así que la madre de Frida se refería al casamiento de su hija como “la unión de un elefante y una paloma”.Huelga puntualizar que Frida Kahlo fue una mujer atormentada. Después de cumplir 47 años enfermó de neumonía y falleció. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas descansan en un jarrón precolombino de la Casa Azul.
Dejamos esos cielos de México, con una frase de la pintora que refleja su actitud ante la vida: “Doctor, si me deja tomar este tequila le prometo no beber en mi funeral”.