La temporada más fría del año no tiene por qué ser opaca y apagada. Y es que aunque el termómetro asuste, el universo de la jardinería tiene especies que soportan airosas el otoño-invierno; o que directamente se benefician con ese clima. Y la clivia es una de ellas.
Nativa de Sudáfrica, Clivia Miniata (su nombre científico) pertenece a la familia de las Amarylliaceae y la variedad más popular es la Grandiflora.
Descubierta a mediados del año 1850, se trasladó a Inglaterra donde se empezó a cultivar y en la época victoriana se puso muy de moda como planta ornamental. Incluso su nombre es en honor a Charlotte Florentine Clive, duquesa de Northumberland.
La clivia alcanza un tamaño mediano, unos 50 cm de altura aproximadamente, y llama la atención a primera vista con sus bellísimas flores de color naranja y sus hojas con forma de cinta que surgen desde la base de la planta.
Su floración es bastante larga, comenzando a finales del invierno y extendiéndose hasta finales de la primavera.
Cómo cuidar la clivia
- Luz y ubicación: no es muy exigente en cuanto a la luz y puede crecer y desarrollarse sin problemas en rincones poco luminosos. No tolera los rayos directos del sol ni las corrientes fuertes de aire.
- Temperatura: la ideal oscila entre los 18 °C y los 20 °C, y si bien puede llegar a resistir hasta los -5 °C, perderá sus hojas.
- Riego: deben ser abundantes pero siempre evitando los encharcamientos. Un riego cada 15 días durante su época de crecimiento es suficiente.
- Sustrato: rico en nutrientes y con un buen drenaje que evite los encharcamientos. Lo mejor es una mezcla a base de turba gruesa mezclada con perlita y corteza triturada de pino.
- Fertilizante: si se desea, se le puede aplicar fertilizante líquido con el agua de riego cada 15 días durante los meses de primavera y verano.