Perla tenía 13 años, se había mudado desde Capital a un pequeño pueblo de la Provincia de Buenos Aires, esos de veredas anchas y árboles frutales en las plazas donde la hora de la siesta era, casi, un ritual sagrado.
Una tarde salió de su casa camino a la librería de Doña Teresa, una de las vecinas que vendía de todo en un pequeño local en el que atendía siempre tomando mate. Si estaba de buen humor, convidaba bizcochitos y todo. Perla hizo su transacción, salió del local y al cerrar la puerta, dejó caer el mapa sin querer. De inmediato se agachó para tomarlo cuando sus ojos vieron a un chico que hacía lo mismo. Su corazón dio un vuelco: en ese momento, para ella, había comenzado el amor por él, Juan.
Mientras se adaptaba al colegio y hacía amigos y amigas, se dio cuenta de que Juan era su vecino. Todo el tiempo buscaba excusas para salir de su casa, tratando de coincidir para cruzarlo. Poco a poco, se fueron conociendo y se hicieron amigos: con sus bicis y varios amigos más armaban una banda que caía -durante las tardes de verano- a la pileta de una amiga, rodeada de árboles y plantas en las que se posaban las chicharras, dando un concierto casi ensordecedor.
A la nochecita otros insectos cobraban protagonismo: los mosquitos y las luciérnagas, que iluminaban las calles por las que salían a patinar. Algún que otro fin de semana los encuentros eran en las reuniones en las que escuchaban música y también bailaban: eran los últimos años de la década del ´70, así que no podía faltar Sui Generis.
El verano fue inolvidable, luego comenzaron las clases: se venía la secundaria, Perla y Juan iban a colegios diferentes pero regresaban a la misma hora. Una tarde, se encontraron en la vereda luego de merendar... él parecía nervioso, raro. Mientras ella le contaba cómo había sido su día, él parecía no escucharla. Hasta que la interrumpió y le preguntó si quería ser su novia. Ella lo escuchó y sintió vergüenza y alegría al mismo tiempo. Fue algo inesperado, como su respuesta: le dijo que lo tenía que pensar.
Perla se encontró, al rato, con sus amigas para contarles lo que había pasado. Habían quedado con Juan en encontrarse al día siguiente, así ella le daba su respuesta. Planificaron al detalle su outfit: remera, jean rosa, zapatillas, aros y perfume. La cita era un rato después del colegio.
No obstante, al día siguiente, Juan apareció en la puerta del colegio de Perla en su moto verde mucho antes de la hora pactada. Le dijo: "Te vine a buscar para saber si me decías que sí" y luego le ofreció llevarla hasta su casa. Ella se sentía única, subida a la moto de su chico con el uniforme, mientras él llevaba sus bermudas de jean. Rodeaba su cintura con sus brazos y cerraba los ojos, como queriendo que ese instante fuera eterno.
Al llegar a la casa de Perla, ella lo invitó a merendar. Su mamá y su hermana "revoloteaban" por la cocina como si supieran que algo iba a pasar. Los chicos charlaron, Perla aceptó -muy nerviosa- la propuesta de Juan. Al irse, se despidieron con un beso de amor: ya eran novios.
Los meses siguientes fueron de ensueño para ambos y llegaron a cumplir casi 4 años de novios, cuando empezaron los desencuentros. Él comenzó a salir a bailar con sus amigos y eso desgastó mucho la relación. Una noche, a las 3 de la mañana, Juan tocó el timbre de la casa de Perla. Tenía algo que decirle y no parecía algo bueno, dado el horario y la urgencia.
Perla lo hizo pasar. Lo vio con los ojos llenos de lágrimas. Él le anticipó que tenía algo para decirle que le iba a doler. Compartieron unos mates para tratar de sacarle un poco de dramatismo a la situación, aunque después de lo que Juan le contó a Perla, no iba a ser posible: había estado con una chica que había quedado embarazada. Ella se enojó mucho y le pidió que se fuera. Su mundo se había desmoronado, pero ella era incapaz de llorar.
Después de un tiempo Juan se casó con una mujer que casi no conocía para atender los mandatos de aquella época, que marcaban cómo había que resolver cuestiones de esta naturaleza. Pero le dijo, antes, a Perla, algo que ella nunca olvidaría: "Yo siempre voy a ser tuyo y vos siempre vas a ser mía”
Cada uno siguió su camino, aunque él no duró más de dos meses de casado, y se separó. Perla, para ese entonces había comenzado otra relación con Daniel, a quien desde el primer momento le había aclarado que seguía enamorada de otra persona
Daniel era muy bueno, estudiaba, la invitaba a Perla a su casa donde pasaba las tardes con su familia. Tenían una relación muy linda y había sabido cómo ganarse el cariño de la joven de corazón roto.
De esa relación les llegó una noticia inesperada pero maravillosa: Perla estaba embarazada. Se hizo una ecografía y juntos celebraron la noticia. Eso sí: tuvieron que casarse para no generar un escándalo en el pueblo, en el que vivieron felices durante varios años.
Los dos trabajaban y cuidaban de su hija: a los pocos años, tuvieron otra. Pero comenzaron las diferencias y llegó la separación, después de algunas situaciones de violencia que desencadenó Daniel.
Perla seguía con su firme idea de salir adelante por ella y por sus hijas, sin remordimientos y sabiendo que hacía lo correcto. Una tarde, casi noche, le escribió una amiga para preguntarle si podía darle su teléfono a alguien que se lo había pedido.
Era Juan, quien también estaba separado y que la había estado esperando todos esos años. Perla no daba crédito a lo que le decía su amiga. Entonces aceptó y comenzaron a mensajearse.
Volvieron esas sensaciones que nunca se habían terminado de ir. Todo era como antes, salvo que ellos tenían más años encima. Reencontrarse fue increíblemente maravilloso para los dos y planificaron una nueva vida juntos.
Pero algo no cuadraba con los planes de Juan: él no se sentía preparado para tener una familia, no pretendía convivir con ella ni con sus hijas y esto a Perla la destruyó. Entonces, impulsivamente, volvió a terminar la relación con Juan.
Tiempo después, Perla se dio cuenta de que, si lo pensaba mejor, hubiera podido seguir adelante con la propuesta que le había hecho Juan, pero ya era tarde. Su impulsividad había sido más fuerte que su amor. Y se dio cuenta, con tristeza, que -a veces- con el amor no es suficiente.
Nota: Si querés contar tu historia de amor, o aquella que marcó tu vida, podés hacerlo escribiendo a [email protected]