“¡Oh!, raza humana, nacida para volar, ¿Cómo puede entonces una pequeña brisa de viento hacerte caer?” - Dante Alighieri.
"Todo está por hacerse", rezaba la frase de los políticos que proyectaban hacia 1880 un país en pleno crecimiento, prometiendo un futuro de prosperidad a quienes habitaran nuestro suelo con intenciones de progreso.
En ese marco nacional, el piamontés Luis Barolo (1869 -1922) llega a la Argentina en 1890 y se instala en Chaco iniciando la primera cosecha de algodón en esa provincia.
Allí funda una hilandería de lana peinada, importando las máquinas para la producción de frazadas que exportaría para la primera Guerra Mundial, produciéndose entonces el fenómeno de un extraordinario crecimiento en su economía, dando origen a su fortuna.
Barolo en Argentina se une como socio al Club Atlético Estudiantes y al Buenos Aires Lawn Tennis Club. También se relaciona con el Círculo Italiano de élite donde conoce a una compatriota llamada Luisa Molteni con quien se casa tiempo después.
Los Molteni eran una familia italiana acomodada, dueños de una firma de diseño mobiliario que pertenecía a la Logia masónica.
Luis Barolo era un gran admirador de la obra de Dante, conocido por ser el primer Mestre de la Logia Fede Santa.
Barolo conoce al arquitecto milanés Mario Palanti (1885-1979) en la sede del Círculo Masón Italiano. Palanti había llegado al país en 1909, encargado de construir junto a Francisco Gianotti, el Pabellón de Italia para la Exposición Internacional del Centenario (1910).
Buenos Aires le abriría las puertas y tentado por las vastas ofertas de trabajo en este país de progreso y cambio, se inserta en la Argentina a través de la expansión de su producción arquitectónica.
Con el objetivo de preservar la cultura europea y los versos de Dante, en peligro frente a los desastres de la guerra y apelando a su naturaleza previsora, Barolo proyecta un edificio que algunos se atreven decir oficiaría de mausoleo para albergar los restos del famoso poeta.
Inspirado en su obra "La Divina Comedia", publicada en Italia en el siglo XIV, la torre sería una puerta de ingreso a ese mundo creado por Alighieri dividido en Infierno, Purgatorio y Paraíso.
Sobre la Av. de Mayo y a pocos metros del Congreso Nacional, el terreno escogido para erigir el palacio tenía una superficie de 1365 m2 y un frente de 30,88 metros. La construcción comenzó en 1919 y se completó en 1923 con la bendición del Monseñor Giovanni Beda Cardinali.
#DatoCementero
Desde Cementos Avellaneda cuentan que la edificación del Palacio Barolo comenzó en 1919, aunque se necesitó una concesión especial de la Intendencia, ya que la altura del mismo superaba casi cuatro veces la máxima permitida en la Avenida de Mayo. De esta manera, el Palacio alcanzaría los 70 metros sobre la línea municipal y los 100 metros hasta su punto más alto, es decir, incluyendo la torre con la cúpula y un faro que se instalaría en la cima.
Sería entonces la primera vez que un edificio llegaría a los 100 metros de altura en Buenos Aires, superando incluso a la cúpula del Congreso.
La arquitectura para los masones expresa lo divino, lo sagrado y universal, es por lo que cada pieza, cada detalle, numerología y símbolos tienen un significado.
La planta del edificio fue construida en base al número áureo y pocos saben que esta obra se erigió sobre las aguas de un arroyo que corría debajo. Para la logia el agua representa bendición y purificación. Un palacio de cien metros de altura, como los 100 cantos en los que se divide la Divina Comedia (uno introductorio y 33 para cada uno de sus niveles, Infierno, Purgatorio y Paraíso) y 22 pisos, como los versos de cada uno de los cantos.
El punto más alto reside en la cúpula, una gran baliza giratoria de 300.000 bujías que lo hacía visible con un alcance de 40 kilómetros.
Frente al estuario del Río de la Plata y como faro de bienvenida a los barcos que se acercaban, marcaba la desembocadura. Así también desde Uruguay, su luz se advertía como destello purpurino. Un mismo lenguaje fraternal eco del otro lado del río, en Montevideo donde se erigiese su gemelo, el Palacio Salvo.
Una construcción inédita para la época, con una planta propia de energía. Todos los materiales fueron traídos de Europa, incluyendo las aberturas, los granitos y el mármol de carrara para los peldaños fueron traídos de Italia para dar vida al edificio, para entonces más alto de Sudamérica.
El lenguaje arquitectónico del edificio es difícil de definir, siendo objeto de estudio por años. Desde su origen, el Palacio Barolo causó cierta perplejidad.
De actitud impresionista, la arquitectura que despliega se empecina por preservar una cultura sumida por la guerra. Se leen los estilos arquitectónicos europeos presentes en el neogótico y neorrománico.
Su cúpula está inspirada en el templo Rajarani Bhubaneshvar (indio, del siglo XII) para representar el amor tántrico entre Dante y las técnicas de Beatriche. En dialogo permanente a través de la luz de su gemelo, el Palacio Salvo de Montevideo, las torres se emparentan casi como monumentos de la arquitectura rioplatense en su apogeo.
Para su construcción fue necesario pedir un permiso especial porque superaba casi cuatro veces la altura máxima permitida para las edificaciones de la zona.
Fue el primer edificio argentino construido con hormigón armado, la escalera tiene 1410 escalones revestidos de mármol de Carrara y decorados con herrajes, vitrales, lámparas y molduras, cuyos muros y columnas fueron revestidos de granito.
El volumen exterior del conjunto edificatorio fue dividido en base, fuste y corona. El sótano dispone de un gran pasaje con impresionantes portales en ambas calles hacia la Avenida de Mayo y la avenida Hipólito Irigoyen.
El fuste o cuerpo central fue resuelto con una colmena de miradores rematados por una suerte de mansarda de tres pisos. La torre, insinuada desde la planta baja, se desprende de la masa total del edificio para elevarse aislada, y ser rematada por una cúpula donde numerosos recursos formales y simbólicos para alcanzar la cima del edificio.
Para su edificación se utilizaron 4.300 m2 de hormigón; 8.300 m2 de mampostería; 1.400 m2 de material para pisos; 1.450 m2 para estuco y tejas, 70.000 sacos de cemento; 650 toneladas de hierro y 1.500.000 ladrillos y similar cantidad de ladrillos huecos que fueron distribuidos en un cuerpo arquitectónico atravesado por 236 metros de escaleras.
Luis Barolo muere precipitadamente en junio de 1922, a los 53 años, poco antes de la inauguración del Palacio que lleva su nombre y tal vez sin advertir la profunda huella que había grabado sobre suelo argentino. Fue velado en su casa ubicada en la calle Perú al 1300. Tras una misa de cuerpo presente en la iglesia del Pilar, sus restos fueron sepultados en el entonces llamado Cementerio del Norte, hoy el conocido “Recoleta”.
La sucesión de Luis Barolo adquirió gran notoriedad como consecuencia de una larga serie de complicaciones judiciales que han sido noticia por años. En la actualidad, en el edificio funcionan unas 400 oficinas privadas.
Se dice que cuando el arquitecto Palanti terminó la obra del palacio Salvo en Montevideo, volvió a Italia con los planos, por lo que no han quedado registros de la obra.
Ferviente admirador de Mussolini, cuentan que le propone levantar el edificio más alto en su patria, “La Mole Littoria”, que representaría los ideales del fascismo. Mussolini lo rechaza y es cuando Palanti renuncia a su profesión de arquitecto y se va a vivir en soledad al campo, donde muere en 1979, a los 94 años.
Algunos aseguran que no dejó descendencia y lo único que construyó en Italia fue su propia tumba. Un genio nacido para volar que cayó al soplo de su proyecto idealista.
Fotos: gentileza @palaciobarolotours.