La Mujer Maravilla es la mujer emblemática con la que me hicieron creer que podía con todo, pero decidí tener hijos y descubrí que ser heroína con disponibilidad 24x7 para salvar al mundo no es tan compatible con la maternidad como me lo imaginaba.
La conocemos desde siempre. Dotada de una amplia gama de súper poderes y habilidades de combate de alto nivel, un poco por sus dones heredados de los dioses, otro poco por su dedicación y entrenamiento. Acompañada por el lazo de la verdad, brazaletes mágicos indestructibles y hasta un avión invisible que dejó de utilizarse porque ella era tan maravillosa que desarrolló la capacidad de volar. Entre una mayoría de superhéroes masculinos, ella siempre se lució por su actitud y determinación sin miedo a la inferioridad.
Así de poderosa me sentí muchos años de mi vida. Exceso de carácter, una tenacidad envidiable, una hermosa facilidad para aprender cosas nuevas y una inquieta curiosidad por el pensamiento lateral, dieron como resultado una mujer sin miedo al desafío que siempre sintió poder con todo.
Supe ser la mejor amiga. La que estaba siempre al pie del cañón, la que siempre se mostraba disponible. Que no olvidaba cumpleaños, ni faltaba a ningún festejo. La que coordinaba los encuentros y juntaba la plata para los regalos. La que acompañaba y abrigaba amigas tristes y la que celebraba y empoderaba amigas en sus momentos más felices.
Supe ser la mejor empleada. La que defendía el negocio como propio. La que se ponía la camiseta. La que resolvía cualquier desafío sin importar la complejidad. La que atendía llamados y respondía mails en cualquier día y a cualquier hora.
Supe ser la mejor pareja. La que pensaba en regalos para sorprenderlo. La que minaba la casa con detalles. La que organizaba viajes sorpresa relámpagos. La que cocinaba elaborado y gourmet. La que hacía sudar hasta a las sábanas pero que también ponía paños fríos si las aguas se agitaban.
Supe ser la mejor en todo, pero llegó la maternidad a mi vida y la mujer maravilla tan poderosa que creía ser, saltó de la ciencia ficción a la realidad con tanta velocidad que yo estacioné, junto con todas mis expectativas, dos metros después de la pared.
Me frustré. Me frustré mucho cuando me di cuenta que no todo era tan sencillo como parecía. Porque además de que me dolió darme cuenta que había subestimado la llegada de mis hijas, me fue inmensamente difícil bajarme de esa perfección todopoderosa en la que había vivido hasta hace no mucho tiempo.
Y con ese shock de realidad que me regaló la maternidad, en uno de esos días que una quiere borrar del calendario, pude verlo con claridad: La mujer maravilla tiene todo bajo control porque no tiene hijos.
Su tiempo está bajo su absoluto control. Hace y deshace como y cuando quiere. No la ata la rutina, las tareas invisibles no la persiguen y su salud mental respira un poco mejor que la mía. Ella puede ser la mujer maravilla porque no tiene la responsabilidad de criar otros seres humanos. No sé si no los buscó nunca o no quisieron llegar, no la juzgo por eso. Pero me animo a decir que con hijos a su cargo para la mujer maravilla sería una verdadera odisea seguir siendo tan maravillosa. Porque se puede ser todopoderosa, pero el costo es demasiado alto.
Desde hace un tiempo lo pude ver y la capa que lucí en mis momentos de heroína, espera colgada en el placard. Ya no soy la mujer maravilla que era. Ya no soy la mejor amiga, no soy la mejor empleada, no soy la mejor pareja.
Ya no puedo ser la mujer maravilla, porque estoy ocupada siendo la heroína de mis hijas.
Fuente: Johanna Gambardella (directora creativa y co-founder de @mami.tasking)
