Un "infierno", con esta palabra -durísima pero certera- Agustina Murcho describe lo que es atravesar por un trastorno alimentario. Algo que ella vivió en carne propia y que trató "porque no le quedaba otra". Sus padres, atentos, la obligaron a tratarlo cuando ella ya era mayor de edad y pese a que la (cuestionada) Ley de Salud Mental no prescribía que así debía ser.
Lo paradójico: ella era una estudiante avanzada de Licenciatura en Nutrición, carrera a la que "no sabe" cómo llegó, una vez que desistió de estudiar Medicina. Quizás ya estaba en sus planes ocupar el espacio desde el que hoy trabaja, día a día, en su consultorio (aunque ella dice no saberlo). O, quizás, portar la voz que hoy tiene y que la ubica como una de las referentes en las redes a la hora de hablar de Nutrición y de Trastornos Alimenticios (@nutricion.ag), rama en la que se terminó especializando.
¿Por qué decidiste dedicarte a la nutrición?
Yo quería estudiar Medicina pero como sentía que no me daba, que era muy difícil, dije: 'Hago Nutrición'. Pero nunca supe por qué.
Cuando empezaste a estudiar, ¿volviste más consciente tu trastorno y por eso lo pudiste resolver?
-No, lo resolví porque me obligaron mis viejos. Yo empecé a los 14 y mientras estudiaba estaba con el trastorno alimentario, me recupere después. Según la Ley de Salud Mental, cuando tenés menos de 18 años, los padres tienen la obligación de llevarte a un tratamiento. A partir de esa edad, ya no. Pero yo lo tuve que hacer igual...
¿Estuvo en riesgo tu salud por este problema?
-En el momento no me daba cuenta, pero tenía vómitos muy recurrentes. Y sabía que eso te puede generar un montón de problemas, como descompensaciones, paro cardíaco, pero ¿cuál es el pensamiento de uno? 'A mí no me va a pasar'. Y no solo eso, sino que salía tomaba un montón de alcohol...
¿Te los generabas vos?
-Sí, eran atracones y vómitos, todos los días, por años.
¿Los trastornos alimentarios vienen asociados con otros trastornos?
-No siempre. Puede ser que vengan con una depresión o con un trastorno bipolar, pero no siempre.
En este punto, Agustina aclara que es recomendable tratar primero el trastorno de salud mental para, luego, hacer lo propio con el de tipo alimentario. Y que siempre se trabaja codo a codo entre nutricionista y el profesional de salud mental.
¿Qué creés que te impedía tomar la decisión de tratarte?
-Es que yo no me daba cuenta que la estaba pasando mal, lo había naturalizado. Es más, yo siempre pensaba: 'Mi único problema es este, la comida, no me pasa nada'. Estaba totalmente anestesiada, yo decía. 'Tengo trabajo, salgo de joda, tengo mis amigos, tengo mi familia. ¿Cuál es mi problema? Solamente este'. Yo, realmente, no sentía que la pasaba mal.
¿Hubo algo que te hizo hacer click?
-No, nada. Mis papás que me llevaron al tratamiento, me derivaron a un hospital de día y ahí lo tuve que hacer por obligación porque me decían: 'O lo hacés o estás acá toda tu vida'. No me quedaba otra y ya estaba perdiéndome de trabajar de lo que yo quería, estaba todos los días en un hospital de día que la verdad, un embole... estar en terapia, todos los días... Y lo vas haciendo, y ves que te sentís mejor, y es como que vos mismo te vas motivando. Pero era como esto de: ¿Quién soy yo sin esto? Yo no me imaginaba sin el trastorno, era raro.
Te aprendiste a definir a partir de eso...
-Sí, sí. Y a partir de ahí, cuando estuve mejor con la comida, empecé a pensar en otras cosas, a sentir cosas que no me pasaban. Y pensaba que estaba mejor antes porque no me angustiaba.
Era como un escape a ciertos sensaciones que vos no querías enfrentar...
-Claro. Y eso yo tampoco lo sabía, me lo dijeron en la admisión del hospital de día. No tenía idea que se trataba de eso.
¿Qué profesionales te asistieron y te ayudaron?
-Psicólogo, nutricionista y psiquiatra. Y grupos, que tampoco me gustaban mucho, escuchar la vida de otro no me interesaba. No había terapia individual.
Después de todo esto, ¿pudiste darte cuenta de lo que te estaba pasando?
-Sí... es que yo no sabía, no tenía idea. Yo pensé que lo que hacía, lo hacía para no engordar. Pero esa era la punta de un iceberg.
Esa experiencia propia, ¿te ayuda como referencia a la hora de tratar a tus pacientes?
-Sí, porque aparte tenés que entender al paciente. La persona que no lo vivió lo puede estudiar y demás, pero no digo que no puede ayudar, pero sentir lo que está sintiendo el paciente, suma. Los entiendo cuando me cuentan que se comieron un alfajor y sintieron que les engordó la cara... Le pasa solamente a quien lo padeció, estos pensamientos irracionales.
En este sentido, Agustina cuenta que esta situación crea con sus pacientes una gran empatía y que ve muy buenos resultados. "Porque no les da vergüenza contarme nada" aunque aclara: "Obviamente yo tengo pacientes que quieren venir a recuperarse. No es que trabajo en un instituto donde los padres los llevan obligados. Eso es mucho más difícil es difícil, sobre todo en adolescentes".
Durante la consulta, cuenta, hace las entrevistas con el paciente a solas, porque "se animan a contar más cosas". Siempre y cuando sean mayores de edad. Y que sí acepta que participe otro miembro de su círculo en la entrevista, siempre y cuando esto no le genere incomodidad al paciente.
Y además aclara, en su opinión, cómo debe conformarse el equipo de abordaje: "Cuando una persona manifiesta un trastorno alimentario, lo tiene que ayudar un equipo profesional compuesto por nutricionista, psicólogo, psiquiatra, médico. Además del entorno el entorno, que es fundamental también el entorno, la familia" y añade: "A veces se puede contar con la familia, y a veces no. Y si no, se contará con un novio, con un amigo, con un hermano, tío, con quien sea, pero alguien que ayude".
¿Hay una edad donde los trastornos aparecen con más frecuencia?
-En general se manifiestan en la pubertad-adolescencia. Pero (dice en tono preocupado) se está viendo cada vez más en nenes más chicos, de diez años, internados. Yo creo que también tiene que ver con las redes sociales... Porque quizás están -ya a esa edad- en Tik Tok, que aparecen un montón de cosas, y andá saber en el colegio qué escuchan, también en las casas. Pero en las redes sociales, para mí, es lo peor.
¿La familia genera condiciones para desarrollar un trastorno alimentario?
-A veces no contás con la familia. Porque, justamente, uno de los disparadores puede ser una familia disfuncional: o falta una madre o falta un padre o hay peleas en la casa, los mismos padres pueden tener un trastorno alimentario. O hay veces que se está tan mal en una casa, que tener a un hijo con un trastorno es funcional para estar todos juntos. Porque muchas veces, cuando los hijos se recuperan, se terminan separando.
Vos usas mucho las redes para dar como un mensaje diferente
-Lo que veo es que no siempre se habla de la alimentación como algo positivo. Se habla de lo malo que puede ser comer. Que cierta comida es mala, que es todo malo. Y la realidad es que comer va más allá de la nutrición. Es también compartir, generar recuerdos, es placer, ¡comer es lindo! Pero uno siempre está quejándose de la comida. 'Por qué si voy a un cumpleaños hay comida chatarra'. Y fue siempre así va a ser siempre así. ¡Imagínate en un cumpleaños y que te den una ensalada! No es la comida el problema, sino qué nos pasa a nosotros con la comida.
¿Ves que con tanta información que hay en las redes se presenta una manera más enfermiza de comer? ¿Qué es lo que a vos te llega de eso?
-El problema son los profesionales. Nutricionistas que te dan ayunos, que te dan la dieta Keto, que te sacan los carbohidratos, diciendo que esto o aquello es veneno. Me parece un peligro que los profesionales se manejen así, porque no se dan cuenta (y no hay formación en trastornos alimentarios) de que lo que afirman puede ser un disparador para personas vulnerables a los trastornos alimentarios.
Claro que esto no le ocurre potencialmente a cualquiera, sino a quienes tienen condiciones para desarrollarlos y por eso ve problemático que se hable de temas como si fuesen aptos para todos. "Los beneficios reales los obtenés comiendo bien. El ayuno, que le puede traer ciertos beneficios a determinado tipo de personas, cuando lo toleran, cuando lo practican siendo controlados por los profesionales. No es para todos. El problema es que lo están comunicando, está ahí. Y cuando aclaran 'esto no es recomendable para personas con trastornos' ¿Qué pasa si la persona no sabe que tiene uno?".
¿Y cómo me doy cuenta si tengo un trastorno?
-Cuando empezás a obsesionarte con la comida, te mirás demasiado en el espejo. Empezás a tenerle miedo a ciertos alimentos. Pensás que tenés que salir a correr al día siguiente si comiste algo "no permitido" el día anterior... Cuando la comida empieza a estar mucho en la cabeza desde ese lado, no desde lo de la organización de qué comemos hoy, sino desde el lado más obsesivo y del miedo, ahí yo diría que se pida ayuda, para que no pase a mayores.
Agustina nos sugiere conectarnos más con lo que sentimos. Que la comida es una parte más de la vida, que va a estar siempre. "Si yo estoy mirando las redes sociales y esas cosas me empiezan a quedar en la cabeza, bueno, ¡ojo! Hay que tener cuidado y desintoxicarse de las redes".
Bueno, pero siendo realistas, los chicos están con un celular en la mano cada vez es más chicos ¿Qué nos aconsejas?
-Primero, que en casa todos coman lo mismo. No que la mamá esté comiendo ensaladita y los demás estén comiendo otra cosa, porque los chicos eso lo ven. Además, no hablar de los cuerpos de los demás, tratar de no mirar la tele mientras se come. Porque a veces pasan publicidades de ciertos productos para adelgazar. No opinar ni del cuerpo de uno mismo, por ejemplo, diciendo que se ve gordo.
Tampoco criticar el alimento: "Esto que estamos comiendo es una porquería' o 'Esto engorda'. Y que el momento de comer, sea un momento lindo".
Finalmente, recomienda: "Hablar de estos temas en familia y que los hijos sepan que si les pasa algo pueden contar con los padres".
Desde su perspectiva, "estaría bueno que haya más educación alimentaria en los colegios. Pero que, además del lado nutricional de la comida, se trate el rol social que tiene. Que se hable desde el lado del placer, los peligros de hacer dieta. No solamente mostrar por qué es importante comer saludable. Ir más allá".
"Por ejemplo, con la Ley de Etiquetado Frontal, se evidencia que falta educación alimentaria. Si bien hay marcas que cambiaron su fórmulas para no llevar las etiquetas. ¿Cómo sabe una persona qué es 'exceso de' algo? Porque está descontextualizado. O quizás un queso que tiene el mismo sello que una papa frita. Y son dos alimentos completamente diferentes".
"Esto, creo, nos va a obligar a leer las etiquetas a todos, a pensar y querer entender un poco más. 'No no me va a pasar nada si me como un turrón', ahora, si me como 15, es diferente". Por este motivo, este es uno de los temas que trata en sus consultas.
¿Cuáles son tus premisas de trabajo en la entrevista con tus pacientes?
-Primero, empezar a diferenciar el hambre real del hambre emocional. Y para eso, hay que comer bien: las cuatro comidas completas. Entonces ahí se le explican al paciente que cuando está comiendo bien, que cuando tiene un plato con todos los nutrientes, tiene que pasar cierta cantidad de horas para que sepa si tiene hambre o no. Si vos estás bien nutrido, cuatro comidas, ahí podés empezar a identificar por qué querés comer entre comidas.
Y también diferenciar el hambre emocional (donde se come para tapar algo) a las ganas de comer un chocolate por placer.
"Si es un paciente muy restrictivo, que tiene miedo a todo, negociamos, '¿Con qué te querés empezar a animar?' Quizás te dice que con el arroz. Y se va haciendo muy de a poco".
En caso de pacientes compulsivos, "se suele recomendar que coma todos los días algo que les guste mucho, por unidad. Un sandwich de miga, al día siguiente una medialuna. Para que puedan cortar con el descotrol que es por la restricción. Primero hay que flexibilizar y que el paciente no esté deseando eso. Porque cuando sabe que el sandwichito se lo puede comer el día que quiera, probablemente, el descontrol disminuye. Y ahí empieza a quedar lo que es realmente emocional. Porque si no, se mezcla todo: hambre, restricción, emoción, es todo un lío".
Por eso siempre recomienda, explica, "que todas esas cosas que dan miedo, comerlas acompañado con un amigo, con alguien que vos quieras y que vayas en contra de eso. Porque cuanto más te restringís, más miedo tenés después de eso. Cuanto más te restringís algo, más miedo te da comerlo, por eso, para sacarte el miedo, tenés que comerlo, no hay otra vuelta".
¿Que qué mensaje te gustaría darle a una persona que está leyendo todo esto y está sintiendo que le está pasando algo?
-Que pidan ayuda a profesionales especializados, no a cualquiera. Porque pueden cronificar el problema y agravarlo. Y saber que la vida con un trastorno alimentario no es vida. Que lo que se vive es un infierno porque tampoco podés disfrutar ni de la salida con tus amigos, estás muy aislado. Estás de mal humor todo el día. Y uno después se da cuenta de las cosas que se perdió. Entonces, cuanto antes se pueda tratar, mejor.
Agustina Murcho termina su mensaje con un gran consejo de vida: "Yo sé que uno está en un lugar cómodo. Piensa: 'Yo yo soy esto', se etiqueta. Pero la realidad es que no. Y la vida es corta. Hay que hay que tratarlo por más miedo que genere, porque después uno se arrepiente de las cosas que perdió".
Fotos: Fabián Uset
Video: Miranda Lucena
Edición de video: Rocío Bustos