“No temas al otoño, si ha venido. Aunque caiga la flor, queda la rama. La rama queda para hacer el nido…”.
Leopoldo Lugones (1874-1938)
He visto un aglomerado de veredas angostas, adoquines, frutales y salicáceas que se extienden sobre el antológico pago de San Fernando de la Buena Vista, al norte de la ciudad de Buenos Aires. Su historia se remonta a 1806 cuando fuera fundado por el Virrey Rafael de Sobremonte. Mas tarde, inmigrantes elocuentes, en su mayoría franceses, italianos y españoles encontraron en estas tierras su porvenir.
En 1864 se inauguraba el Ferrocarril Del Norte, lo que facilitó el transporte de los productos de las islas desde el Puerto de San Fernando. Con la comodidad del tren, muchas familias porteñas se alejaron del corroído urbano, construyendo sus típicas casas sobre pilotes, quintas con huerto y mansiones como residencias de verano, alentados por las publicidades que ofrecían un “servicio frecuente, cómodo y puntual a los pueblos pintorescos que circundan la metrópoli”. Allí, pausaban el verano exhalando sus almas al río, en las costas de los clubes náuticos y asociaciones de remo donde aliviaban el calor sucesivo.
El sobrino bisnieto del prócer Manuel Belgrano (1816-1819), el arquitecto uruguayo Joaquín Mariano Belgrano Villarino (1854 - 1901) se había formado en la École des Beaux Arts de París. Delator de un espíritu tenaz, fundó la Sociedad Central de Arquitectos y creó 15 escuelas palaciegas a lo largo del país entre otras tantas obras privadas y estatales. Destacándose en la Inspección General de Arquitectura del Departamento de Ingenieros y, por su capacidad e idoneidad, fue contratado para dar un curso de “Arquitectura”, materia que permitía formalizar la titulación, razón por la que se lo consideraría el primer profesor de arquitectura en el país.
Los Belgrano eran agricultores y de allí deriva el significado del apellido "bella semilla” que aparece en el escudo familiar. Las espigas de trigo (motivo que se repetirá en varios rincones del palacio) tienen que ver con su pasado agricultor, junto a hojas de acanto que representan la eternidad y la flor de liz que representa la nobleza.
Buscando una residencia para vivir con su esposa, Josefina Rawson Rojo (1850-1940) y sus hijos, el arquitecto Joaquín Mariano Belgrano Villarino levantó un palacio entre 1879 y 1882 que para entonces ostentaba tener la torre más alta de la zona, entre solares y chacras, en la esquina de Sarmiento y Lavalle de San Fernando. Lo llamaron “Villa María” en honor a su madre, María Villarino Márquez, nombre que luce en la puerta de ingreso.
El parque fue diseñado por el mismo Belgrano con eucaliptus, cedros, tipas y palmeras africanas que aún sobreviven, constituyendo un añejo espacio verde apreciado por la comunidad. La casa también contaba con caballerizas y una huerta de cultivo. En el sector ubicado sobre la calle Belgrano estaba la vivienda de los cuidadores, donde muchos recuerdan que había un molino de viento.
Dato Cementero:
Ante la falta de materiales de producción nacional en los tiempos en que se levantó el palacio, el edificio fue construido con pizarra y vitrales importados, escaleras de mármol biselado de Carrara, pisos de roble de Eslovenia y venecianos de colores ocres y bordó que formaban figuras con una guarda perimetral. Todos los baños contaban con artefactos importados. El futuro teatro, en cambio, utilizará hormigón nacional (H35/45 y H60 de Cemento Avellaneda) como material base y de industria nacional.
La magnífica construcción finisecular de estilo ecléctico pintoresquista combinaba elementos del Neorrenacimiento y del Neogótico (de ahí la torre asimétrica como toque pintoresco y los paños de ladrillos que se alternan con referencias medievales en dinteles, hastiales y portada). Su torre y sus techos de pizarra negra que lucen varias lucarnas le otorgan un aspecto romántico al exterior del edificio. En el subsuelo estaban las habitaciones del servicio y funcionaba la cocina que actualmente se destina como espacio para el dictado de talleres.
La casa de ocho plantas contaba con cinco escaleras y veinte habitaciones. Todos los baños contaban (antes de los reiterados saqueos) con artefactos importados.
Desde la vereda, una escalera de mármol biselado de Carrara atraviesa una galería cubierta en forma de marquesina, que se despliega al vestíbulo principal.
Al ingresar a la casa podemos apreciar el piso de venecita italiana en colores ocres y bordó, que forman un patrón de figuras con una guarda perimetral. A la izquierda del vestíbulo central se despliega sobre la pared un mural de mayólicas de Delft del artista holandés Cornelis Springer (1817-1891). La placa de azulejos en azul y blanco recrea un paisaje de los Países Bajos. Dicen que Joaquín colocó la obra de arte para su esposa, que adoraba este lugar de Europa. El techo tiene un rosetón geométrico que se conserva desde sus inicios.
Seguidamente, en forma contrapuesta a la entrada, se ingresa al comedor donde las paredes siguen luciendo los vitrales franceses con figuras geométricas, reminiscencias medievales y el escudo de armas familiar de los Belgrano. El escudo describe un campo de gules, tres espigas de oro, una corona antigua con florones y perlas a la vista. Los vitrales fueron preservados gentilmente por una vecina, salvados del vandalismo, haciendo entrega de estos cuando supo que se restauraría el palacio.
Subiendo por las escaleras de cedro con escalores originales, podremos apreciar diferentes salas con pisos de roble de Eslovenia. Una de ellas se ubicaba antiguamente una biblioteca que ostentaba ser la más importante de su tiempo, con cerca de 5000 volúmenes de libros, especialmente de arte y arquitectura.
En este último piso, el techo debió ser reemplazado y es el único que no mantiene el formato original ya que fue la parte más perjudicada por el incendio ocurrido en el año 2017. Esta misma sala cuenta con una escalera angosta que nos permite subir hacia la torre de 25 metros de altura. Comentan que fue el lugar de preferencia de Joaquín Belgrano para poder aislarse de la vida cotidiana.
La familia Belgrano Rawson habitó la residencia hasta la muerte de Joaquín Mariano en 1901 ocurrida en París. Su viuda Josefina vendió la casa al ingeniero Rómulo Otamendi (1860-1940) que la utilizó como casa de veraneo junto a su esposa Matilde Carballo y su única hija Estela Matilde. La pequeña muere prematuramente en Córdoba, víctima de tuberculosis, dejando a sus padres desolados y sumidos en una profunda tristeza. Con la muerte de Estela Matilde y luego de la señora Carballo, Otamendi dona la propiedad a la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires, transformándose en un hogar de niñas y jovencitas bajo el nombre de “Estela Matilde Otamendi”, en recuerdo de la hija del matrimonio.
Las hermanas de la “Congregación de los Ángeles Custodios” modificaron el comedor, armando una capilla de líneas simples con un altar de mármol decorado con imaginería francesa e italiana, los pasos del Vía Crucis, un antiguo confesionario de madera y un viejo armonio con teclas de marfil. Penosamente la chimenea fue retirada, quedando rastros de ella y otras maravillosas piezas en las fotografías que conservó la familia. Gracias a estas y otras tantas imágenes se logró componer el relevamiento para la puesta en valor, ya que nunca se encontraron los planos del palacio.
Una de las hermanas del hogar trajo una virgen de Lourdes desde España, que se conserva en un extremo del jardín, lugar de oración y recogimiento para todos quienes pasan y se detienen frente a su santa imagen.
En 1999 el Palacio Otamendi fue declarado bien Patrimonial del Municipio de San Fernando por su riqueza arquitectónica, urbanística, paisajística y ambiental. En 2012 fue entregado a la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo para crear una escuela técnica, proyecto que no prosperó.
Nuevamente es abandonado, degradado, olvidado a su suerte hasta que, en 2017 en un feroz incendio arden los techos del palacio ocasionando daños irreparables.
Finalmente, en 2020 la Municipalidad de San Fernando firmó un acuerdo para su restauración, además, se proyectaría la construcción de un teatro con capacidad para 500 espectadores, estacionamiento y tecnología de última generación al lado del palacio. La Comuna planea destinar el edificio para uso educativo y cultural abierto a toda la comunidad, llamado “Paseo Cultural Otamendi”. Un punto turístico que cambiará la dinámica gastronómica y comercial en el casco céntrico de San Fernando, a la medida de nuestro tiempo.
De un soplo se deshizo, mas fue el eco de los vecinos quienes alzaron sus voces multiplicando el pedido de rescate, con un denominador común, mantener la historia y trascender su legado. El Palacio Otamendi Belgrano, intemporal, ha sobrevivido volviendo valiosa una esquina olvidada de San Fernando.
Fotos: Fabián Uset.
Video y edición: Rocio Bustos.
Suscribite al newsletter de Para Ti Deco
Si te interesa recibir el newsletter de Para Ti Deco cada 15 días en tu mail con las últimas novedades e ideas inspiradoras sobre decoración & lifestyle, completá los siguientes datos: