Cómo sobrellevar el impacto de un diagnóstico médico negativo - Revista Para Ti
 

Cómo sobrellevar el impacto de un diagnóstico médico negativo

Rey Carlos III
La noticia de la enfermedad del rey Carlos III de Inglaterra impactó no sólo porque se trata de una figura pública, sino también porque se trata de un cáncer, uno de los diagnósticos médicos más negativos que se pueden recibir. En esta nota, el Dr. Walter Ghedin, psiquiatra y sexólogo, analiza las problemática y reflexiona acerca de la fragilidad, el dolor y la aceptación.
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Padecer alguna enfermedad, por más simple que sea, compromete el vivir cotidiano. El síntoma o los tratamientos que se indican son experiencias que ingresan en nuestro yo provocándonos un cambio momentáneo o permanente. La palabra cáncer tiene un significado especial en la subjetividad y, aunque sea de buen pronóstico, la preocupación o tener que explicar a los demás el alcance de la afección agrega otra molestia a la que ya provoca el diagnóstico.

Se denomina "Trastorno de ansiedad desencadenado por enfermedad médica" a la presencia de síntomas como preocupación desmedida, miedo intenso, síntomas de pánico, visión catastrófica, etc., los cuales no ayudan a enfrentar la enfermedad y los tratamientos. En otros casos aparecen síntomas depresivos o se recrudecen trastornos mentales subyacentes.  

El miedo está siempre

Sin embargo, el miedo a padecer enfermedades está presente desde que comenzamos a tener consciencia de la finitud, es aquel que nos hace pedir por la salud como un deseo prioritario ante todas las cosas. No queremos que nada influya sobre los proyectos, no queremos sufrir ni hacer sufrir a los demás.

Y hay algo más, que no es un aspecto menor: "No queremos que los demás nos vean frágiles". La imagen de uno mismo se construye desde la tierna infancia, influida por disposiciones personales, pero, sobre todo, por la influencia del medio. Es este entorno que se traduce en conceptos, creencias, conductas, y que provienen de la familia y del medio social y cultural en general.

Rey Carlos III. Foto: Fotonoticias.
Rey Carlos III. Foto: Fotonoticias.

Los factores externos nos preparan para la enfrentar las adversidades del afuera: la competitividad, la soledad, la pertenencia a una clase social, etc. Sin embargo, no sucede lo mismo con nuestro sentir interno. Nos quedamos solos con nuestros vacíos, angustias y dilemas existenciales. A estos hay que darle respuestas, muchas provienen del mismo medio que, a modo de un alimento, cubren necesidades básicas y algunas no tan básicas (confort, rotación de objetos para estar a la moda, visibilidad en las redes, "amor de dependencia" -para cubrir carencias afectivas-, etc).

Por lo tanto, este miedo a la fragilidad, a mostrar ese aspecto tan humano, es "tapado" por un sinnúmero de "anteojeras" que nos guían hacia adelante y no nos permiten mirar hacia nosotros mismos.

Coherencia entre cuerpo y mente

Desde el punto de vista médico y sobre todo en las últimas décadas, la promoción de la salud pasó a estar en el primer orden de los consejos o sugerencias a seguir. El incremento de la expectativa de vida lleva a buscar congruencia entre el espíritu joven de las personas maduras y el cuerpo que ya muestra su declive natural.

Hay que ajustar este cuerpo, no dejar que envejezca, moverlo, bajar el colesterol, cuidar el corazón y el cerebro y nutrirlo de acciones benéficas. El lenguaje tecnológico llegó también para que las personas maduras puedan hablar usando el mismo código de conexión. Las redes, los smartphones, el home banking, y demás objetos y discursos tecnológicos, unifica el discurso disipando las diferencias generacionales.

Y cuando la enfermedad llega

Las exigencias sobre el cuerpo para mantenernos saludables a medida que envejecemos tienen su lado más crítico cuando la enfermedad aparece. En muchos casos, aquel estado de salud alcanzado a costa de perseverancia (ejercicio, dieta, exámenes preventivos, etc.) se viene abajo de golpe, como si no existireran grises para mitigar el dolor. La persona siente que lo que hizo no fue suficiente, no comprende cómo, luego de tantos cuidados dispensados, igual se enfermó.

La pregunta "¿por qué a mí?" y la culpa ("no me cuidé lo suficiente", "qué habré hecho para disparar la enfermedad", aparecen en el panorama mental, sumando además las preguntas y los incentivos del entorno -"¿qué te pasó?", "¡tenés que poder!", "¡ponele fuerza!"-. Y la respuesta que solo queda en el interior de cada uno: "¿cómo voy a poder si no entiendo nada, si no tengo fuerzas?".

Con la mejor intención, la familia de origen, la escuela, la sociedad toda, nos prepara para no sufrir. Sabemos del sufrimiento humano, lo vemos a la distancia, hasta lo justificamos cuando el que enferma es por consecuencia natural de la vejez. En la consciencia el dolor está afuera, disociado, no nos toca, pasa por otros cuerpos.

Hasta que nos toca y no sabemos qué hacer con él. El miedo a la enfermedad no es solo a la finitud de la vida que se nos hace presente de golpe. Es, por sobre todo, la imposibilidad de hacer de nosotros un proyecto esperable. Sufrimos por lo que no podremos ser, como si el futuro se derrumbara de golpe. Sin embargo, la fragilidad y el dolor es la oportunidad para saber quiénes somos y que podemos hacer con lo que nos toca vivir.

Por el Dr Walter Ghedin, sexólogo y psiquiatra.

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