La guerra de Malvinas significó para los argentinos el final de la dictadura y el comienzo de la democracia. Para los habitantes de las islas, varones y mujeres, representó un cambio igualmente radical: pasaron de ser un pueblo rural pobre a una comunidad rica, con posibilidades de crecimiento personales y sociales que se concretaron y sostuvieron en el tiempo.
Estamos hablando, al día de hoy, de 3.660 habitantes. El 2 de abril de 1982 eran muchos menos, unos 1.800. La cantidad de pobladores venía decayendo desde 1950 por la falta de perspectivas, pero comenzó a crecer nuevamente después del conflicto.
La vida en las islas por entonces era muy dura, sobre todo en el campo. El clima, el aislamiento y la pobreza del suelo, que solo da pasto para que coman las ovejas, condenaban a la mayoría de los habitantes a la mera subsistencia. Por supuesto que siempre hubo quien lograba estar en mejor posición y algunos hasta extrañan los viejos tiempos, pero para la mayoría ese pasado merece el olvido. Inglaterra estaba muy lejos y se desentendía del bienestar de su colonia. Argentina, en cambio, estaba demasiado cerca para el gusto de los locales que siempre recelaron de nuestras intenciones.
En Stanley (a la que hoy llamamos Puerto Argentino, el nombre que le impuso Leopoldo Galtieri) no había ningún lugar para comer algo o juntarse con los amigos; la vida social pasaba por las casas de familia, es decir, por las amistades. Todos debían saber hacer de todo, desde limpieza, costura y atención veterinaria hasta plomería y electricidad. La calefacción en invierno dependía de cuanta turba lograban sacarle al suelo en verano. No hay árboles en las islas y por lo tanto tampoco madera. La atención médica era precaria y había que viajar al continente para atenderse. Para hacer la escuela secundaria; muchos chicos estudiaron en el continente, en las provincias de Córdoba y Buenos Aires, y también en Uruguay.
Muy pocos argentinos iban a las islas para conocer; mucho menos para quedarse. Incluso las maestras que eran enviadas desde el continente a enseñar castellano se volvían cuando terminaban los contratos, si no es que se casaban con algún militar británico o de otra nacionalidad y emigraban.
Hoy el panorama es completamente diferente. Un vuelo semanal une a las islas con el continente desde Punta Arenas, Chile. Una vez por mes ese mismo vuelo hace escala ida y vuelta en Río Gallegos. El pasaje cuesta unos 500 dólares. Otro vuelo permite que se pueda viajar dos veces por semana a y desde Brize Norton, la principal base militar de Gran Bretaña. No hace falta visa para ingresar, pero sí bastante dinero. Quedarse una semana en las islas es tan caro como hacerlo en Europa.
La capital es hoy una pequeña ciudad prolija y próspera, con calles asfaltadas, varios negocios, restaurantes, bares y hasta dos hoteles. Allí vive casi el total de habitantes, unos 3.000. El resto se dispersa en estancias o pequeños caseríos en los que llaman “camp”, el campo. No hay otra ciudad, salvo la base militar de Mount Pleasant, a una hora de auto de Stanley, que alberga a 1.000 efectivos y sus familias.
Hay un par de rutas pavimentadas, pero en general los caminos fuera de la ciudad son de ripio o tierra.
La salud ya no es un problema. Un hospital no muy grande pero bien equipado atiende todas las necesidades. En caso de emergencia, un helicóptero de la base militar puede trasladar pacientes desde los lugares más remotos. Los tratamientos complejos se derivan a Chile o Inglaterra. Tanto la salud como la educación son gratuitas.
Hay dos escuelas; una de ellas, la secundaria, tiene un edificio comparable a los mejores colegios bilingües de Buenos Aires. Los alumnos que terminan su educación básica si lo desean y cumplen con los requisitos académicos y de residencia, pueden ir a la universidad en el sur de Inglaterra, con todo pago por el gobierno de las islas.
La venta de licencias de pesca: la razón del bienestar de Malvinas
El bienestar se debe a la venta de licencias de pesca que explotan desde que en 1986 Gran Bretaña impuso unilateralmente una zona exclusiva de pesca alrededor de las islas en el Mar Argentino. Eso multiplicó cientos de veces los ingresos que percibían hasta entonces y permitió que el estándar de vida de toda la comunidad se elevara a niveles europeos. Lo que cobra el gobierno por esas licencias se vuelca a la sociedad en obras e infraestructura, el empleo público (muy extendido para ser una comunidad tan pequeña) y la asistencia social y económica.
La máxima autoridad política es el gobernador, un diplomático de carrera impuesto por la Corona. Actualmente, y por primera vez, una mujer cumple esa función, Alison Blake, ex embajadora en Afganistán. La gobernadora debe aprobar las decisiones de la Asamblea Legislativa, un cuerpo electivo formado por ocho ciudadanos votados a título personal, ya que en las islas no hay partidos políticos. Las propuestas pueden variar según cada candidato, pero todos comparten su convicción de que las islas deben seguir bajo el control británico.
Los periodistas que viajamos a las islas hemos podido ver que se trata de una sociedad bastante igualitaria, a un nivel de nuestra clase media aspiracional en épocas mejores. Existen casos de pobreza que no llegan ni remotamente a la que existe en nuestras ciudades.
A pesar de que no vimos mansiones ni ostentación de riqueza, se sabe que hay seis o siete personas de muy altos ingresos. Son los propietarios de grandes extensiones de tierras o quienes mejor se posicionaron en el negocio de las licencias de pesca. Un lujo generalizado: todo el mundo tiene una cuatro por cuatro. Es indispensable por el viento impiadoso y los caminos rurales.
Como los autos, todos los bienes, durables y perecederos, provienen de Chile, Gran Bretaña y otros países. Muchas viviendas tienen huertas donde obtienen los vegetales y frutas que escasean en los dos supermercados. Desde hace unos años se produce carne vacuna de buena calidad.
La sociedad es mucho más variada hoy que hace 42 años por los inmigrantes que fueron llegando a las islas y se quedaron. Gente de Santa Elena, Chile, varios países de Europa y también de Asia y África hacen que el perfil étnico anglosajón no sea el único presente. También es más dinámica y cosmopolita. Se habla de diversidad, de los derechos de las minorías, de salud mental, de iniciativas solidarias.
Y siempre, pero siempre, se habla de Argentina, a veces sin nombrarla, utilizando el eufemismo de “South America”, con temor de que el pasado pueda repetirse. Un temor infundado pero alimentado desde el continente por gobiernos que aluden demagógicamente a Malvinas, y que les sirve a los isleños para reclamarle a Gran Bretaña que no les suelte la mano.
Fuente: Alejandra Conti. Periodista y politóloga. Viajó seis veces a Malvinas para La Nación, La Voz del Interior y Cadena 3. Coautora con Sergio Suppo del libro “Malvinas, el lugar más amado y desconocido para los argentinos”, Editorial Ariel.
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