Con el conocimiento de que 1 de cada 4 adultos es hipertenso y desconoce su condición, surge la necesidad de políticas públicas efectivas en promoción de la salud y prevención de enfermedades. Bajo esta intención, si bien existe el Día Mundial de la Hipertensión para reflexionar sobre la salud cardiovascular y los hábitos alimentarios, la conciencia nutricional debe, en estos casos -y en tantos otros-, ser constante.
La educación alimentaria desde la infancia es un pilar fundamental en esta tarea, pero ¿por qué el 36% de la población padece hipertensión? ¿Es por un acceso limitado o falta de información? ¿Por deficiencias en las herramientas de comunicación o factores más bien culturales?
Es esencial comprender que la meta no es alarmar, sino informar y fomentar hábitos saludables. En el ámbito de la alimentación y nutrición, a menudo se cae en la dicotomía de alimentos "buenos" y "malos", cuando en realidad la clave está en encontrar el equilibrio y la moderación.
En este sentido, moderar el consumo de sal se vuelve fundamental. Esto no implica eliminarla por completo de nuestra dieta, sino controlar y reducir su ingesta. Es importante destacar que la sal de mesa comúnmente consumida está suplementada con yodo, un mineral esencial para la salud.
Al respecto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) sugiere no superar los cinco gramos de sal por día, aproximadamente dos gramos de sodio, para reducir la presión arterial y el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Este límite equivale a no más de diez sobres de sal de mesa al día, lo que subraya la importancia de ser conscientes de nuestro consumo.
En la práctica, esto significa tomar decisiones -informadas- al elegir nuestros alimentos y moderar el consumo de aquellos ricos en sodio. Por ejemplo, una sola comida alta en sodio puede exceder la ingesta diaria recomendada, como pueden ser los snacks, quesos y productos enlatados, así como también, aunque no lo crean, los alimentos congelados, galletitas y/o cereales. Sin embargo, esto no implica renunciar a estos placeres culinarios, sino más bien disfrutarlos con moderación y con una frecuencia adecuada.
Para alcanzar este objetivo, es vital adoptar estrategias prácticas en nuestra vida diaria. Entre ellas se incluyen no colocar el salero en la mesa, medir la cantidad de sal que agregamos a las comidas, explorar el uso de condimentos y hierbas aromáticas, reducir el consumo de alimentos procesados y ultraprocesados, y priorizar alimentos frescos como frutas y verduras.
Además de las estrategias alimentarias, es importante mantener un estilo de vida saludable que incluya ejercicio regular, consumo adecuado de agua, gestión del estrés y eliminación del consumo de tabaco.
En resumen, debemos recordar la importancia de adoptar un enfoque equilibrado hacia nuestra alimentación y estilo de vida. Al priorizar hábitos saludables y moderar el consumo de sal, podemos reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares y mejorar nuestra calidad de vida.
Se necesitan políticas integrales que aborden no solo la disponibilidad de alimentos saludables, sino también la promoción de estilos de vida activos y la creación de entornos que fomenten elecciones saludables.
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