Cuenta la historia que ella nació con sonrisa. Una sonrisa abundante y contagiosa. Una sonrisa que se expresaba en colores y que todos notaban: que linda sonrisa tenés! Era un halago que solía recibir.
Nunca le resultó complejo hacer amigas: no, no. A las de la infancia se sumaron las del edificio, las de la facu, las del master, las de la vida… A ella siempre le gustó la gente, eso se le daba bien. De hecho cuando, durante las primeras clases de publicidad, confesó, frente a todos que lo que le interesaba de esa carrera era entender a las personas, un profesor le sugirió estudiar otra cosa. Ella no hizo caso, sabía que en algún momento todo confluiría.
Algunos kilos “de más” durante su adolescencia no le impidieron tomar riesgos con su estilo. Aquella remera con bordados plata, esa mini de jean naranja y aquel moño fucsia eran su perdición y, aunque su mamá trataba de que no usara todo a la vez, ella no estaba dispuesta a ceder semejante placer.
Nunca tuvo un papá que la llame princesa así que nunca creyó en los cuentos de hadas, pero, paradójicamente, un díaa cerca de sus 30, y sin planificarlo, conoció al “príncipe azul”.
Como cualquier príncipe que se precie de tal, Él también deslumbraba con su hermosa sonrisa y encontraba humor en las cosas más simples. ¿Quién no creería en su magia? Sin dudas, él era encantador: sus palabras hipnotizaban, sus gestos manipulaban. Y antes de darse cuenta, ella ya estaba completamente inmersa en su hechizo.
8 años duró el conjuro. 8 años en los que ella abandonó los bordados plata y los moños fucsia por un vestuario inundado de negro. ¿Qué podría tener ella de interesante para destacar? 8 años sin el maquillaje que, con tanto placer había aprendido a aplicarse. 8 años de reemplazar sus amados zapatos con taco por chatas al ras del suelo. ¿Para que necesitaría ella elevarse? 8 años de creer ciegamente que ella no valía, que no era suficiente. 8 eternos años sin escuchar halagos sobre su sonrisa. Claro, ¿quien halagaría algo que no existe?
Pero, como nada es eterno, ni siquiera los conjuros, un día ella despertó. Y apenas lo hizo, supo que para salvarse, tenía que escapar. Corrió un rato sin rumbo, sola. Pero al poco tiempo de carrera, se dio cuenta de que aquellas personas que siempre la habían sostenido, seguían ahí. Esperando a que ella, por fin, abriera sus ojos.
Y supo también que para sanar había que limpiar. Limpiar profundo. Hacer desaparecer, como por arte de magia, todo lo que le hacía revivir aquel tiempo. Sacar el negro, volver al moño. Renacer. Hacer espacio.Empezar de cero. Porque cero es siempre un comienzo optimista.
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