La felicidad es una experiencia compleja y fascinante. Se experimenta de distintas formas, se encuentra en cosas variadas y se manifiesta en formas particulares en cada etapa de la vida.
El rango de actividades que nos llevan a ser felices es, sin duda, sorprendente. Mientras que en la niñez, nos sentimos felices frente a pequeños descubrimientos y juegos, en la adultez, las emociones marcan el ritmo de la felicidad y nos sentimos felices cuando nuestro mundo emocional se siente agradecido por lo que le toca.
Esta diversidad de formas de experimentarla refleja que la felicidad no es estática. Es un fenómeno dinámico que depende de las preferencias y de las necesidades de cada momento de la vida.
Este viaje dinámico empieza con la exploración del mundo cuando todavía no nos alcanza la edad para movernos con gran voluntad y pericia. Los bebés se sienten felices cuando encuentran seguridad en los ojos de sus cuidadores, cuando mueven sus brazos y sus piernas y perciben el espacio y hasta el mismo llanto forma parte de la manifestación de bienestar de un bebé que necesita liberar energía acumulada.
En la infancia temprana, la felicidad se conecta con satisfacciones inmediatas, con la exploración, con la curiosidad por el mundo y con el aprendizaje. A los dos años, los chicos empiezan a experimentar emociones complejas y aunque expresan alegría a través de risas y juegos, los berrinches también son la expresión de un chico feliz que puede probar límites y desbordarse frente a un entorno que contiene.
Ya en la primera infancia, este viaje empezará a cambiar de forma pero manteniendo un aspecto en común a lo largo de toda la vida: la necesidad de vínculos sólidos que aporten seguridad. Este fenómeno que se muestra con caras distintas en cada momento de la vida, siempre se manifiesta en el ámbito familiar, en la vida social y en los pequeños momentos cotidianos que producen placer y gratitud.
Los adolescentes experimentan un sinfín de emociones que suelen contenerse en el grupo de pares por eso, pertenecer a un grupo social es indispensable para que un adolescente sea feliz. A los 15 años, la felicidad se asocia con la aceptación social, con la autonomía y con la exploración de nuevas experiencias. Las relaciones sociales son el pilar central de la felicidad adolescente.
La felicidad se expresa en la validación por parte de los amigos, en la independencia creciente, en la sensación de autonomía, en la capacidad para tomar decisiones y en la exploración del cuerpo y el amor.
Luego viene la juventud y la felicidad empieza a depender del éxito en la búsqueda de propósito. Para qué estoy en el mundo y cuál es mi misión son las grandes preguntas cuya respuesta deriva en la felicidad de aquellos que se encuentran entre los 19 y los 30 años..
Lograr las propias metas, consolidar una relación romántica, son parte esencial de la felicidad en la juventud. Algo llamativo, es que los jóvenes experimentan picos de felicidad. Se sienten extremadamente felices cuando logran sus objetivos o cuando se sienten en el camino correcto para llegar al futuro que desean. Completar la autonomía, ser autoválidos y tener control sobre su vida, son elementos clave para que un joven se sienta feliz.
Recibirse, lograr un puesto de trabajo deseable, empezar una familia, vincularse románticamente, son parte esencial de la felicidad en la juventud. Y en esta etapa se agrega un elemento que hasta los 19 o 20 años no aparece: el afán por viajar. Experimentar formas distintas de vivir en otros lugares es una fuente enorme de felicidad y de alegría para los adultos jóvenes.
En la adultez temprana, la presión por equilibrar las responsabilidades laborales, la vida familiar y los compromisos sociales, se ubica en el centro de la escena. El equilibrio entre los logros profesionales y la vida personal es el factor fundamental para lograr la felicidad entre los 31 y los 45 años. Es un momento de la vida en el que la felicidad se encuentra en la estabilidad emocional, económica y familiar.
En este momento de la vida, son clave la satisfacción en el trabajo, la crianza de los hijos y la conexión con la pareja. Encontrar tiempo para uno mismo y a la vez, disfrutar de momentos familiares.
Cuando se pasa la barrera de los 50, la felicidad empieza a relacionarse con la capacidad de reflexión. Algunos a los 50, otros a los 60 y habrá quienes los logren a los 70, pero a todos les llega el momento en el que la felicidad empieza a tener que ver con la gratitud por lo vivido y por aprender a vivir con sabiduría. Aquí, el disfrute emocional se vincula a la gratitud y al disfrute de las relaciones sociales.
Como resultado de una vida de aprendizaje, la felicidad empieza a estar en experiencias significativas como los encuentros con la familia y con amigos, una buena obra de teatro, o simplemente, una canción. La experiencia se pone por encima de los logros materiales.
Aparece la satisfacción con la vida como eje central de la felicidad de aquél que se encamina hacia la adultez mayor. Actividades como la lectura, los paseos, estar con seres queridos son ámbitos ideales para experimentar la felicidad.
Y algo indispensable para que el adulto mayor se sienta feliz, es la aceptación de la vida tal como es y como ha sido.
La salud y el tiempo libre son el centro de la felicidad. Ser más proclives a enfermar, lleva a valorar la salud y a hacer acciones concretas para conservarla y seguir disfrutando de una vida independiente y feliz.
Pero en cualquier momento de la vida, mantener relaciones significativas con otros, tener un propósito al que orientarse, practicar la gratitud, mantener la salud física y mental y disfrutar del presente, son un pasaje certero para transitar este viaje dinámico que es la felicidad.
Fuente: Gabriela Gonzalez Alemán (MN 33343), Dra. en Genética del Comportamiento y fundadora de Brainpoints @brainpoints
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