Otra Navidad y otra vez el regreso del Circo Raluy a Port Vell. Fiesta para Barcelona. El retorno al circo clásico, con sus coloridos carruajes desparramados por el predio del puerto, constituyendo una postal pintoresca y, a la vez, un tributo al circo de otros tiempos.
Durante más de 80 años este circo ha estado dando vueltas al mundo con carruajes que se mantienen perfectamente conservados, traídos al presente desde los siglos XIX y XX. También los camiones datan de principios del siglo pasado, que acompañan caravanas restauradas de madera y de hierro donde viven los artistas.
Antes de asistir a la maravilla que ofrece cada función, el público –y curiosos en general- puede admirar las casas rodantes que sirven de vivienda.
Uno de de sus primeros carruajes, restaurado por la cabeza de familia, había pertenecido a los Servicios de Limpieza del Ayuntamiento de Barcelona. El resto fue incorporado a partir de la búsqueda en diferentes países de Europa hasta conformar el conjunto de carruajes actual. Reliquias que dialogan con el presente.
El único carruaje abierto al público es de 1927 y funciona como cafetería, en consideración a una antigua confitería de Barcelona donde se efectuaban los acuerdos entre la gente de circo.
A sus dueños, entre ellos Carlos Raluy, les gusta mantener la tradición y el espíritu del auténtico circo; en este sentido, es tradicional que el espectáculo cuente en escena con miembros de la familia Raluy. A ellos se suman hoy unos quince artistas de diferentes nacionalidades.
El Circo Raluy ha recorrido, en su reparto de ilusión por el mundo: India, Argentina, Noruega, Costa Rica, Guayana Francesa, Senegal, Alemania, Islandia, Camerún, Gabón, Luxemburgo, entre una treintena hasta nuestros días. En ciertos casos, el material del circo se traslada en barco mientras los animadores lo hacen por avión.
Una vez en el lugar es necesario consultar la meteorología, dado que fuertes vientos podrían poner en riesgo la estabilidad de las carpas y, en consecuencia, las funciones ya programadas.
Luis Raluy recuerda que su padre se ganaba el pan de cada día actuando en las plazoletas de la ciudad con una cabra y un oso. Probablemente, de lo vivido en esos momentos haya logrado contagiar a su familia la pasión por el mundo del circo.
Los espectáculos duran aproximadamente una hora y media aproximadamente y a través del tiempo han sabido condimentar equitativamente magia, risas, shows musicales y respeto por los animales. En una época, si no había animales en un circo se lo consideraba un circo pobre. En la actualidad, el circo forma parte de nuestra nueva forma de ver la vida.
Hace mucho que el Circo Raluy no tiene domadores; se ha priorizado un show basado en el arte de las personas, en “transportar” a sus espectadores a la fantasía, la sensibilidad y la pasión con imaginativas expresiones visuales.
Payasos, equilibristas, trapecistas y humoristas fueron aislados del público por la pandemia que sacudió al planeta; sin embargo, ellos continuaron ensayando con entusiasmo, en solitario, para volver en óptimas condiciones.
Desde 2010 uno de los “vagones” del circo se ha convertido en una habitación de hotel en la que puedes quedarte a dormir mientras disfrutas del recuerdo del espectáculo; por la mañana puedes ver los ensayos de la próxima función.
Es una forma de despertar a la vida rica e itinerante de bailarines, acróbatas, payasos, humoristas y actores que trabajan incansablemente para alimentar nuestra pasión por el circo.
Bajo estos cielos del mundo, gracias al Circo Raluy, comprendimos que se puede concurrir a pasar un buen rato en un ambiente de piruetas, risas, luces, música, dejando atrás un signo de otros momentos: el maltrato animal.