Rodeada por las montañas del parque natural del Macizo del Garraf y bordeando las playas del Mediterráneo, Sitges es siempre una buena opción para una escapada veraniega. Si disponés de tiempo, la mejor forma de conocer este lugar es sumándote a una de las tantas visitas guiadas que se ofrecen. De lo contrario, podés aventurarte y caminar sola por este antiguo pueblo de pescadores.
Si tenés suerte, podrás palpitar la alegría local en alguna de las tantas fiestas y eventos culturales que se ofrecen casi todo el año, festivales de música y de cine, exposiciones de arte, sus carnavales, son algunos de los eventos más destacados.
Para llegar allí, tomamos un tren desde Barcelona y en poco tiempo estábamos en Sitges, recorriendo la calle Isla de Cubas que te da la bienvenida. Tuvimos una maravillosa primera impresión de la ciudad, su arquitectura modernista con casas tipo palacetes que aparecen en esas primeras callejuelas, invitan a recorrerla por cualquiera de las calles que bajan al mar. La más conocida es la Calle del Pecado, con dos cuadras llenas de bares, discotecas, pubs y un interminable ambiente festivo.
Su zona comercial en el centro te regala amplios espacios con sombra que son muy apreciados mientras dura el verano. Allí se encuentran restaurantes, bares, tiendas de ropa y souvenires, donde se destacan los sofisticados turrones artesanales que se fabrican en esta zona, verdaderas delicias con sabores muy delicados.
Llegamos finalmente hasta el paseo marítimo, donde se pueden apreciar las casas pintadas en blanco y azul, con balcones llenos de geranios y gran parte de los edificios al estilo de villas coloniales.
Atravesando el casco antiguo, cruzamos una callecita muy estrecha que comunica el Palau Maricel y el Cau Ferrat con la iglesia parroquial, es el “Racó de la Calma”, un rincón donde se respira tranquilidad y tiene una excelente acústica, por lo que suelen organizarse hermosos conciertos.
En lo alto del pueblo, y frente al mar, se puede visitar la parroquia principal de Sitges, la Iglesia de Sant Bartomeu i Santa Tecla, en cuya explanada aún está uno de los seis cañones que impedía que las fragatas inglesas capturaran a las embarcaciones mercantes ancladas en sus mares.
A unos pasos de la iglesia, para rendir un homenaje póstumo a quienes fueron los impulsores del progreso de la ciudad, hay dos estatuas de los pintores españoles Santiago Rusiñol y Ramón Casas, que junto a un amigo norteamericano convirtieron varias casas marineras y el antiguo hospital en el Museo Maricel.
No puedo dejar de mencionar los cuatro kilómetros de costa que tiene Sitges, siendo la playa de Sant Sebastiá la más bonita de la localidad. Hay playas de arena o piedra, por lo que podés encontrar la que mejor se adapte a tus planes, y si no querés marcas en tu broncedo podrás ir a la Playa Morisca, exclusiva para nudistas.
Si visitás la ciudad fuera de temporada, podrás advertir que la tranquilidad de sus playas solo es alterada por el sonido de las voces y propuestas de las inmigrantes asiáticas, que ofrecen el famoso “Thai massage”. Ellas trabajan sin dejar de escudriñar el horizonte controlando el acecho de los “mossos de esquadra”, que cumplen con órdenes del Ayuntamiento, pues ese tipo de servicios está prohibido.
También se pueden encontrar muchas ofertas para relajarse y comer en el Paseo Marítimo, donde hay restaurantes con diferentes especialidades.
Caminando por el casco antiguo llegamos a la Casa Bacardí, que se encuentra emplazada dentro del histórico Mercat Vell. Conversando con gente del lugar, nos enteramos que el mejor ron del mundo comenzó a producirse en esta ciudad catalana donde nació Facundo Bacardí Massó, fundador de la popular marca de la bebida, que con tan sólo 15 años emigró a Cuba.
Según la leyenda, en una noche de borrachera conoció a un francés que le convidó un ron suave y compartió la receta con su amigo para que iniciara su propio negocio. Años más tarde fundó su compañía.
Y terminando nuestro recorrido, en la tranquilidad de la tarde, una artista callejera interrumpió el silencio y entonó una canción que describía perfectamente el clima festivo de esta ciudad a la que muchos visitan los fines de semana en búsqueda de diversión.
“El último tren a Sitges”, de Sandra Calisto
«Oh...déjenme pasar que el tren me va a dejar. Y es el último ya y debo volver,
no lo puedo perder, lo tengo que coger.
Es casi medianoche, a Sitges quiero ir,
ha sido un día duro, me quiero divertir.
Lo cojo por un pelo y ya no pude picar, que el pica no me vea, que me lo hace pagar.»
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