El 20 de marzo es el Día de la Felicidad. ¿Se puede ser feliz en momentos de tanta incertidumbre y de aislamiento social como los que estamos viviendo hoy? Federico Toledo, responsable de la Licenciatura en Psicología de UADE, nos responde esta pregunta y nos llama a la reflexión.
La creciente amenaza externa ante esta pandemia parece ser motivo más que suficiente para perder el eje y posicionarnos en la vereda opuesta al optimismo. Motivo que atenta contra cualquier esbozo de esperanza.
En un contexto como el mencionado anteriormente no resulta atractivo buscar ser felices, ¿por qué molestarse?
Actualmente sabemos que nuestras vivencias y experiencias se construyen mediante el intercambio con los otros, los sentimientos positivos nos acercan, mientras que los sentimientos negativos nos conducen a evitarlos.
Los sentimientos o experiencias negativas manifestadas a través del miedo, la tristeza y la ira funcionan como nuestras primeras defensas ante una posible potencial amenaza externa. El miedo es la principal expresión de que acecha un peligro y por consecuencia actuamos, priorizando únicamente nuestra supervivencia. Pero ¿por qué estas emociones están vigentes?
Curiosamente la presencia de emociones negativas ha sido necesaria ya que desempeñan un papel dominante en nuestra historia evolutiva. Ni más ni menos que asegurar nuestra protección y existencia.
Inmersos en un mar de incertidumbre donde cualquier dificultad ante una pandemia parece una potencial amenaza es esperable que el aislamiento sea una consecuencia generada por el temor, arraigado en una necesidad instintiva de supervivencia más allá de una necesaria acción preventiva y eficaz.
¿Se puede ser feliz aún en un contexto desfavorable? Suele creerse equivocadamente que los sentimientos positivos únicamente florecen como consecuencia ante el desarrollo de efectos secundarios aunque, según una investigación llevada a cabo por la Universidad de Minnesota, existe lo que podríamos llamar el rasgo de personalidad del buen humor, denominado afectividad positiva.
La afectividad positiva se mantiene estable a lo largo de la vida más allá de los sucesos fortuitos inesperados que puedan hacerse presentes. Los individuos con dosis elevadas de afectividad suelen sentirse de maravilla la mayor parte del tiempo ya que los sucesos placenteros les producen alegría en abundancia.
Aquellos que no han sido dotados de esta particularidad pueden considerarse exitosos en muchos planos de su vida pero sin vivenciar alegría alguna. La frialdad emocional puede resultar una gran ventaja en algunos ámbitos de ejercicio sin necesariamente ser motivo de felicidad.
La verdadera sensación de felicidad resulta tan singular como irrepetible en cada caso, aunque es incuestionable que las personas mayormente consideradas felices suelen tener una vida social rica y satisfactoria repleta de afectos y lazos duraderos.
Que las acciones preventivas sean una medida para proteger nuestra comunidad y calidad de vida y no una forma de atentar contra nuestra vida social activa. Aún en cuarentena podemos ser socialmente activos (hoy la tecnología nos da herramientas para serlo) sin violar el aislamiento. El sostenimiento de vínculos socioculturales es fundamental para el desarrollo intelectual y la construcción de una vida plena de significados, incluso en épocas de crisis.