El abogado y analista financiero Carlos Maslatón vive en el edificio Kavanagh, uno de los rascacielos más icónicos de Buenos Aires, y nos abrió las puertas de forma exclusiva para ver cómo es vivir en un edificio que es desde 1999 Patrimonio Mundial de la Arquitectura de la Modernidad por decisión de la UNESCO.
Vivir en el Kavanagh: así es el piso de Carlos Maslatón
Maslatón se asume como “fanático” del estilo art decó neoyorquino, así que se podría decir que desde que habita el Kavanagh tiene un sueño menos por cumplir.
Adquirió esta unidad de 222 metros cuadrados en 2002 para vivir con su esposa Mariquita Delvecchio, también abogada y, luego, compró otro piso de 350 m2 que está poniendo en valor.
El matrimonio, que comparte casi las mismas preferencias culturales, cuenta que vivirá un poco en cada piso a partir de marzo, cuando finalicen las obras de restauración de la nueva unidad.
Es decir que la pareja podrá elegir entre seguir contemplando las vistas privilegiadas desde las alturas, o disfrutar del viento en la cara desde las dos inmensas terrazas que rodean a esta nueva residencia en la parte baja del Kavanagh, que tiene algo de proa de barco navegando en dirección a la Torre Monumental en clave geométrica, tan propia del art decó.
Obras patrióticas en altura
Carlos Maslatón tiene una fuerte identificación con la historia del periodo independentista, las luchas políticas y, fundamentalmente, con los símbolos nacionales. De ahí, el despliegue de obras de exquisita manufactura encargadas a célebres artistas locales.
Por ejemplo, en el centro del salón comedor, hay un cuadro del artista argentino Miguel D'Arienzo que se llama Telón sobre Plaza San Martín. Representa una obra de cuatro actos con los principales eventos ocurridos en los últimos 200 años debajo del Kavanagh.
En el living, hay otra obra magnífica: el Escudo Nacional, realizado por el orfebre nacional Juan Carlos Pallarols con dos soles intercambiables que fueron enchapados en oro (uno identificado con el Sol incaico y otro sol con bigotes que representa la fusión entre lo europeo y lo amerindio).
En su escritorio personal, Maslatón exhibe otra obra de Pallarols, que es un homenaje a la Bandera Nacional y a la Escarapela. Además, hay un calco del sable corvo de José de San Martín que hoy está en el Museo Histórico Nacional.
A la hora del sunset, termina la entrevista. El cielo en torno a la Plaza San Martín se torna anaranjado. Se apaga el grabador. Carlos y Mariquita siguen con su rutina. Ya afuera, parecería que el Kavanagh se impone como un flechazo de hormigón que se estira o se despereza después de una pequeña siesta. Dejamos atrás la colección de arte patriótico dentro de un rascacielos histórico. Arte al cuadrado, adentro y afuera.
Así es el edificio Kavanagh
El edificio Kavanagh es una torre de departamentos situada en la calle Florida al 1000, en el barrio de Retiro. Es considerado una síntesis de los estilos racionalista y art déco.
Con sus 120 metros de altura fue, en su momento, el edificio de hormigón armado más alto de Sudamérica y el primer edificio para viviendas de Buenos Aires que contó con equipo de aire acondicionado centralizado y un sistema de calefacción central por calderas.
En 1994, fue distinguido por la Asociación Estadounidense de Ingeniería Civil como un hito histórico internacional (esta institución otorgó apenas un puñado de distinciones, entre ellas a la Torre Eiffel) y en el 2013 fue elegido como el edificio más lindo de Buenos Aires.
El famoso mito que guarda este icónico edificio
Empecemos por el mito. La historia dice que en enero de 1936, Corina Kavanagh inauguró su monumental edificio frente a la Plaza San Martín. El mito -bastante inverosímil pero repetido hasta el hartazgo- dice que todo este enorme esfuerzo e inversión fue tan solo para vengarse de su futura suegra que no le permitió casarse con su hijo Aarón.
Según este relato folcklório, el edificio venía a taparle a Mercedes Castellanos de Anchorena la privilegiada visual que tenía desde su mansión -el actual Palacio San Martín- a la Basílica del Santísimo Sacramento.
Claro que no hay constancia del romance frustrado ni de la rivalidad de estas damas. Así que el rascacielos encierra, hasta el día de hoy, el mito de una venganza arquitectónica que, probablemente, nunca existió.
La propietaria de este singular emprendimiento inmobiliario tenía en aquel entonces cuarenta y seis años, era viuda y, además, millonaria. Tras vivir por más de dos décadas en Europa, decide vender los campos heredados de su marido para encargarle al estudio Sánchez, Lagos y de la Torre el rascacielos que se convertiría en el nuevo símbolo de la modernidad porteña.
La Señora Kavanagh fue una coleccionista de antigüedades y una destacada figura, siempre presente en las crónicas mundanas de la época.
Probablemente sin proponérselo, dejó en la arquitectura de Buenos Aires uno de los edificios más emblemáticos y apreciados por los porteños.
Texto y fotos del departamento: Mariela Blanco, periodista.
Instagram: @marielablancoperiodista
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