“¿Dónde tenía la ciudad guardada esta espada de plata refulgente desenvainada repentinamente y a los cielos azules asestada?”.
Baldomero Fernández Moreno.
Enfático en la cumbre, el “Chalecito Díaz” corona la 9 de Julio, apilado sobre el edificio que lo sostiene. Inusitado, desafiando los patrones urbanos, desde 1927 se alza sobre la terraza de un inmueble de nueve pisos donde funcionó una de las mueblerías más importantes del país, "Muebles Díaz", la más grande de Sudamérica por esos tiempos.
Inadvertido al transeúnte distraído, impacta descubrir la insólita construcción en una azotea, un chalet de estilo normando francés que ocupa 340 metros cuadrados repartidos en dos pisos, con cinco habitaciones, un altillo y una terraza con pérgola, construido allí cuando no se había levantado aún el mismísimo Obelisco.
Su mentor, Rafael Díaz, llegó de España en 1886 junto a su madre y un baúl que solo cargaba su prematura adolescencia. Como tantos otros jóvenes inmigrantes, rápidamente comenzó a trabajar y una mercería sería el lugar donde se inicia al oficio de vender. Con el tiempo se mudó a Banfield donde trabajó como empleado de un local de muebles. De carácter “negociante y vendedor” dicen que siempre sobresalía entre los empleados de la mueblería familiar donde trabajaba.
Seguramente su espíritu emprendedor lo impulsó a idear su propio negocio. Ya había aprendido lo suficiente y tenía las herramientas para retar al destino. Así nace “Muebles Díaz” en el corazón de la ciudad. Compró un terreno sobre Sarmiento 1113 donde levantó un showroom inédito en la época de las grandes tiendas como Gath y Chavez o Harrods. Varios pisos de muebles, cada uno exhibía un muestrario diferente orientado a la clase media. Así, un piso estaba destinado al mobiliario infantil, otro piso para juegos de dormitorio matrimoniales, livings, cocinas y comedores, muebles para casas de campo, sumando los pisos de oficinas de administración.
Claro está que el negocio le ocupaba tiempo completo, por lo que le era imposible regresar a su casa de Banfield para almorzar. Como solución, hizo construir un chalet apartado sobre el décimo piso, inspirado en las icónicas construcciones marplatenses, de línea Normanda, un estilo de arquitectura surgida en la región de Normandía, en el noroeste de Francia.
El proyecto de techo de teja francesa con pisos de pinotea y damero remata el edificio enfrentando a la Avenida que luego se transformaría en la más ancha del mundo. Para acceder a él, un ascensor llevaba al noveno piso y una llave especial abría el último. Desde la terraza, las cúpulas más emblemáticas se avistan a lo alto, sobresaliendo el Palacio Barolo, la cúpula del Congreso de la Nación o la de la Confitería el Molino.
Dato Cementero
La propiedad conserva numerosos objetos de la vida cotidiana de su dueño original, como mesas o aparadores de su propia creación, arañas de principios del siglo XX y los pisos originales de cerámica en el primer piso y en el altillo. Los pisos de pinotea, las puertas, las ventanas y las escaleras también son originales.
Allí subía para almorzar y luego tomar una siesta reparadora antes de continuar con su atareada jornada laboral. Declarado amante de Mar del Plata, cuentan que aquí soñó con un refugio, tal vez deseando estar frente a la Bristol o sentirse desde lo alto sobre un risco al mar. Sin dudas, el chalecito le recordaba su querida ciudad balnearia. Luego del descanso, bajaba a finalizar su tarea en la mueblería. Dicen sus herederos que la casa exhibía los muebles que vendían y sus hijos iban a hacer la tarea o jugar en el playroom pero nunca pernoctaron en el chalet Díaz.
Años después, en 1936, se construyó el Obelisco, levantado en tiempo récord por un consorcio alemán que en sólo sesenta días culminó la obra del arquitecto argentino Alberto Prebisch (1899-1970), construcción que debe haber sido observada por Rafael, metro a metro, frente a frente.
Claramente fue un visionario para los negocios, un adelantado en su época, emprendiendo vuelo a Europa y Estados Unidos donde aprendió el modelo de venta por catálogo, llevando así sus muebles a cada rincón de la Argentina y hasta a países limítrofes. Fue un impulsor de las publicidades en altura, pintando un cartel sobre la pared del edificio con la icónica publicidad de “Muebles Díaz”, pionera en dar créditos a sola firma. Una empresa que aseguraba ser “Casa de Confianza”.
Inquieto, se lanzó al negocio radial, instalando una antena ubicada en el mismísimo edificio. En 1928 funda “Radio Muebles Díaz”. La emisora AM 630 transmitía música y difundía las ofertas de la mueblería. Cinco años después, en 1933 ya bajo control estatal, toma el nombre de Radio Rivadavia y se estrena La Oral Deportiva, el programa más duradero de la radiofonía argentina. Díaz también fue dueño de cines y hoteles en Mar del Plata, entre otras propiedades.
Al fallecer Don Rafael en 1968, la mueblería siguió funcionando hasta cerrar definitivamente sus puertas en 1985. Los herederos debieron alquilar cada uno de los pisos y el chalet por los altos costos de mantenimiento.
Desde entonces, varios fueron sus usos. Funcionó como comedor de una empresa y hasta fue estudio fotográfico. Los carteles luminosos de publicidad de la 9 de Julio dilatan sus sombras sobre las tejas del chalet, quedando minúsculo entre tantas antenas y edificios de altura.
Para 2014 el “Chalecito Díaz” obtuvo una declaración como patrimonio cultural de la Ciudad de Buenos Aires, por lo que no puede ser modificado sin previa intervención de la Secretaría de Cultura.
Actualmente los ambientes del chalet en la cima de la mueblería Díaz lucen objetos históricos, planos, retratos y hasta la pala fundacional de 1926, cuando se inició la construcción del edificio. Una maquina de escribir Remington y fotografías antiguas atesoran la historia transcurrida todos estos años.
Un emblema de la city porteña, un icónico rincón que parece haberse detenido ante el bullicio cercano de la 9 de Julio. Repentinamente solitario en la azotea linda el monumental Obelisco, amalgamados por la nostalgia desbordada de infinitas voces porteñas que los unió para siempre.
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