La ciudad de Buenos Aires está repleta de construcciones históricas con enigmas que llevan centenares de años sin poder descifrarse. Entre los 48 barrios que la componen, La Boca, Barracas, Microcentro y Recoleta son de los más conocidos por encerrar todo tipo de misterios que giran alrededor de edificios icónicos.
En el caso de este último, más precisamente en la intersección de las calles Riobamba y Arenales, se alza una construcción que data de fines de la década del ‘20 y que asombra por su estilo ecléctico pero también por su historia. Algunos lo conocen como “el edificio Cameru” por la misteriosa inscripción que está sobre la puerta de entrada mientras que otros simplemente por la firma del arquitecto que lo pensó y que está grabada sobre la pared del frente: “P. Pater”.
Si bien para muchos este nombre no dice mucho, los especialistas saben muy bien quién fue Paul Eugéne Pater, también conocido como Pablo Pater, nacido en 1879 en Dijon, Francia y que murió en Buenos Aires en 1966.
Para reconocer su talento, alcanza con nombrar sólo dos de sus obras más brillantes y que aún se lucen entre nosotros: el Palacio Ortiz Basualdo (actual embajada de Francia) y el Tigre Club (hoy sede del Museo de Arte de Tigre) un patrimonio indiscutido frente al Río Luján.
Volviendo al edificio de Recoleta, se desconoce qué familia lo encargó en tiempos que estos inmuebles se destinaban mayoritariamente a alquiler.
El edificio Cameru se destaca por ser ecléctico con fuertes rasgos Art Nouveau y Secesionistas. El preciosismo ornamental que lo caracteriza fue utilizado en muchas de las obras de Pater: diversidad de aberturas, grandes puertas de madera; rejas de hierro trabajadas y con imágenes; un balcón encubierto sobre la ochava del primer piso y, como remate de toda la construcción, tres cúpulas simétricas (la de la esquina está colapsada y sólo quedó la vista de la estructura) que le dan a este rincón porteño un aspecto artístico que invita a "levantar la cabeza" y apreciar en detalle.
#DatoCementero
Al igual que en muchas otras obras de Pater, inscriptas en la arquitectura Beaux Arts, el edificio Cameru luce un destacado ornamental. Está compuesto por la diversidad de todas sus aberturas, que tienen grandes puertas de madera; rejas de hierro muy trabajadas; un balcón encubierto sobre la ochava del primer piso y, por supuesto, las tres cúpulas simétricas que adornan este rincón porteño.
En el interior de esta icónica obra, hay dos grandes departamentos por cada piso. El más chico ocupa una superficie total de 255 m2 y tiene cinco habitaciones, dos baños, toilette y un baño de servicio. Todos los techos son altos y mantienen sus molduras originales, al igual que muchos de los pisos de roble de Eslavonia.
En toda la construcción, hay dos ascensores: el principal y el de servicio, ambos trabajados en forma artesanal.
Para todos los propietarios (sólo uno tiene un inquilino) rige una ley inquebrantable: sólo se pueden hacer cambios dentro de los departamentos ya que el exterior es intocable.
La planta baja del edificio Cameru también tiene lo suyo: hay varios locales comerciales que quedaron en la memoria de muchos. Uno es el que ocupa la ochava y que durante años fue la sede de “El cervatillo”, un restaurante muy apreciado (conocido por la especialidad de la casa: salmón preparado con vino blanco, champignones, camarones y alcaparras) que le cedió el lugar a otro donde dicen que predomina la cocina casera. El otro local está sobre Riobamba y, al menos por ahora, aparece cerrado.
En la Buenos Aires de aquellos tiempos dorados, un edificio en esquina sin cúpula era una herejía. Por eso, a falta de una, el arquitecto francés construyó tres perfectamente simétricas. Hoy en día, de la cúpula de la esquina sólo puede apreciarse el esqueleto y, por los costos que demandaría su re construcción, es difícil que pueda ser restaurada algún día: se estima que podría superar los USD 1.500 por m2.
A pesar de no tener nombre, este lujo porteño es considerado hoy una de las obras más destacadas (y misteriosas) del barrio de la Recoleta, y continúa desafiando a los transeuntes a detenerse y levantar la vista para rendirse ante él.
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