"La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte.”
Leonardo Da Vinci (1452-1519)
Un inmejorable proceso de modernización barría la Buenos Aires de 1900 y algunos llamaron a la arquitectura de ese tiempo “la arquitectura del porvenir”. Para entonces, una innegable ruptura con el academicismo pasado suponía fusionar las corrientes conocidas, generando una transformación del paisaje urbano porteño de la mano de la imparable expansión demográfica. Es cuando las casas de renta aparecen en escena, incorporando innovaciones técnicas, tecnológicas y estéticas.
Originariamente y hasta el año 1922, la Avenida Entre Ríos se llamaba “De las Tunas”. Se trata de una avenida de 22 cuadras que hoy atraviesa los barrios de Monserrat, Balvanera, San Cristóbal, Constitución y Parque Patricios.
Con una intensa actividad comercial, por entonces se combinaban varias construcciones de poca altura. Palacios, cafés notables, sede de sindicatos, comercios de grandes firmas y locales familiares, son algunas piezas arquitectónicas que acompañaron el trazado de la avenida.
Además, aquí se emplazó el primer mercado porteño, el inigualable Gran Mercado San Cristóbal y la célebre Escuela Carlos Pellegrini, icónicas edificaciones que presenciaron décadas de historia. Sobre la Avenida Entre Ríos vivieron personalidades ilustres como Piazzolla, Marcel Duchamp y Francisco Canaro que dejaron su huella en el tejido social de entonces.
Caminando la cuadra al 900, sobresale, por su desfachatada belleza, un edificio con características estilísticas que no pasa desapercibido. Se lo conoce como “El edificio del Arco” y está incluido en el catálogo de inmuebles protegidos por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires bajo Ley 851 del año 2002. El excéntrico bloque guarda historias que gritan ser contadas, incógnitas que atrapan nuestra atención y erizan las miradas ambulantes.
La similitud con el reconocido “Arco del Triunfo” parisino nos remite a elementos que pretenden dar robustez y belleza al conjunto.
Un edificio que fue construido en el año 1930 y destinado como casa de renta por el arquitecto Guillermo Álvarez Pérez (1867-1929), quien habría llegado a Buenos Aires en 1885. Se conoce que junto a su hermano Alfredo Álvarez Pérez habrían iniciado su labor como obreros de la construcción, hasta convertirse en profesionales de renombre con obras emblemáticas que remiten al Modernismo. Su constructor se destacó también por la conocida “Torre del Fantasma” del barrio de la Boca.
#DatoCementero:
El arquitecto, que construyó junto a su hermano Alfredo una multitud de obras representativas del Modernismo en Buenos Aires, llegó a la ciudad en el año 1885. Después de trabajar como obrero de la construcción y estudiar Arquitectura, fue responsable de materializar edificios emblemáticos como la Torre del Fantasma, ubicada en la Boca, o la Embajada de España en Buenos Aires.
Aquí encontramos un claro ejemplo de las tipologías edilicias imperantes en el primer cuarto de 1900, en un preciso momento que se lo conoce como período de integración nacional, donde el eclecticismo impera sobre el sobrio neorrenacimiento italiano y el clasicismo, intentando afirmar lo que algunos dicen, no hay estilos puros en Argentina.
El edificio de ocho pisos y 54 unidades funcionales no parecería contar con un nombre registrado ni se leería el sello constructor en la fachada. El mismo se desarrolla en tres cuerpos con una única entrada lindada por un gran portón artístico de hierro rematado por puntas de lanza, a través del cual se ingresa a un patio común de generosas dimensiones.
Todas las fachadas que dan al patio distribuidor presentan un friso de granito negro. Por encima del mismo, el almohadillado es de líneas horizontales, cortado visualmente por un cornisamento. Las puertas de los accesos son originales, de carpintería de madera y terminación de medio punto. Las ventanas son del mismo material con vidrio repartido.
El hall de ingreso a los departamentos luce detalle de molduras y todas las puertas interiores tienen vidrio repartido a excepción de las habitaciones y baños. En su interior, los pisos advierten la nobleza del roble de Eslavonia y pinotea.
Cada cuerpo tiene una entrada independiente, aunque no se comunican en su interior, salvo en la terraza que, en forma de U cuenta con departamentos y un solárium común. Los departamentos de la terraza están diseñados en espejo y tienen balcón francés, presentando barandas de hierro negro. Los departamentos de planta baja cuentan con un pequeño patio que asiste con luz y ventilación a cada propiedad.
La planta fue resuelta con un criterio puramente funcionalista que responde a un proceso de compactación y zonificación, dando soluciones utilitarias a una nueva conformación social que presumía un mood prometedor. Responde claramente a las crecientes necesidades urbanas con dinámicas sociales inéditas, en un momento en que aparecen nuevos patrones de comportamiento. En la planta baja se ubican dos locales comerciales, uno a cada lado del inmueble, limitando la medianera. Sus vecinos recuerdan que pertenecían a una famosa mercería recordada por lo coqueta de sus vidrieras.
En la fachada central, el acceso a los departamentos está jerarquizado por un amplio arco. Históricamente, el remate de "arco de triunfo" es de origen romano, una forma arquitectónica de fecunda historia que usualmente conmemoraban la victoria y el triunfo para la posteridad.
La incógnita se desata cuando me cuentan que el cuerpo del sexto piso, que conforma el icónico arco, está ocupado por habitaciones con balcón de medio punto a la calle y no oficia de puente porque no conecta ambos cuerpos. Sobre el mismo, los propietarios del séptimo piso ocupan una terraza con balaustradas que pertenece a cada uno de los dos departamentos. Al frente, el exterior del conocido arco simula un puente, pero no comunica los cuerpos de este. Jerarquiza el conjunto un balcón galería de cuatro arcos sostenidos por la continuidad de columnas circulares.
El edificio se pronuncia con un alto valor urbanístico, arquitectónico y cultural por lo que su protección y reconocimiento esta promovido por la singularidad de su tipología.
Un puñado de propietarios invoca ese reconocimiento en su nombre, apelando al lazo sociocultural que los interpela. Siguiendo esta línea y -gracias al trabajo de un grupo de ellos que decidieron vincularse con el inmueble y su historia- está siendo reconocido como una obra única y pide ser visto y admirado.
Francamente, quedan incógnitas por develar en cuanto a su morfología que serán un hito para sus propietarios, quienes afortunadamente han advertido el valor histórico y patrimonial del lugar que habitan, inmortal en el arte.
Fotos: @silvina_en_casapines & @mirarmiradores
Agradecimientos: @edificiodelarco_av.entrerios & @margafabbri
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