A unos 25 km de Río Cuarto, Córdoba, se encuentra la estancia El Durazno, un lugar con tanta historia como hectáreas (nada menos que 11.000).
Fue adquirido a fines del siglo XIX por Ambrosio Olmos, gobernador y terrateniente, quien destinó estas tierras a la cría de ganado para abastecer al Ejército Nacional en su lucha por la frontera. Todo un escenario épico de la Argentina de entonces.
Luego de la muerte de Olmos en 1906, su esposa Adelia María Harilaos de Olmos, quien luego sería Marquesa Pontificia, heredó la propiedad.
En la década de 1910, Adelia decidió transformar la estancia en un verdadero palacio, con una arquitectura que combinaba lujo y eclecticismo.
En el interior, cada rincón era una muestra de opulencia: desde la sala “Adelia María”, en honor a la marquesa, hasta el gran salón con salida a un patio donde una fuente clásica, rodeada de estatuas, leones y ángeles, se robaba todas las miradas.
Afuera, un invernáculo del siglo XIX, una capilla gótica y un salón de té construido en 1921 completaban el cuadro. Y hasta había un pequeño zoológico y una quesería de 1880.
Pero lo que realmente conecta a la estancia El Durazno con una historia global es Edgar Andrew, el único argentino que murió en el Titanic.
La tragedia del Titanic: un cordobés que nació en la estancia El Durazno a bordo
Edgar nació en la estancia el 28 de marzo de 1895. Era el menor de ocho hijos de Samuel Andrew, un inmigrante inglés que administró la estancia tras la muerte de Olmos. A los 16 años, Edgar viajó a Inglaterra para estudiar maquinista naval, aunque su pasión siempre había sido el campo. Después de graduarse, fue invitado por su hermano mayor, Alfredo, a su boda en Nueva York. Para llegar a un tiempo, Edgar compró un pasaje en el Titanic, que zarpaba el 10 de abril de 1912.
Antes de partir, escribió a su amiga Josefina Cowan, dejando una frase premonitoria: "Figúrese, Josey, que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada orgulloso. Desearía que el Titanic estuviera en el fondo del océano".
Cuatro días después, el Titanic chocó contra un iceberg. Edgar fue una de las 1523 personas que no sobrevivieron. Curiosamente, su valija de cuero fue recuperada intacta en una expedición de 2000 y hoy se conserva como un tesoro en el Museo Virtual de Edgar Andrew.
Un legado que se mantiene más vivo que nunca
Luego de la muerte de Adelia María, la estancia fue donada a los salesianos y hoy funciona como la Escuela Agrotécnica Salesiana “Ambrosio Olmos”.
A pesar de las transformaciones, la estancia El Durazno sigue siendo un silencioso testigo de historias fascinantes que conectan Córdoba con el océano Atlántico.
La historia de Edgar Andrew es única, como las de todas las vidas que el Titanic se llevó. Y aunque él no volvió a pisar tierra argentina, su memoria sigue flotando, tanto en las aguas heladas como en las raíces de este rincón cordobés lleno de magia.
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