“Me gusta cuando la noche
me agarra en medio del campo,
con serenatas de grillos
en las rejas de los cardos”.
Milonga de Guillermo Picone.
En tiempos en que los espejos eran solo de agua, la zona era rica en lagunas que, como racimo de “encadenadas” a la desembocadura del Samborondón, oficiaban de escenario perfecto a los araucanos, dueños y señores mucho antes que el hombre blanco llegara y les diera nombre por bautizo.
Las cosas cambiaron en 1581 cuando Garay se lanza a la epopeya expedicionaria desde Buenos Aires hacia el sur. Juan de Garay (1528 - 1583), conquistador español y gobernante colonial, tuvo un papel crucial en la organización del territorio atlántico en América del Sur. Las tierras debían sumar a la corona y, por mezquino que hoy parezca, así era por entonces. Quedaron los rastros de la presencia de nativos en cerámicas, cacharros, ollas, y otras piezas como puntas de flecha que dan cuenta de su cotidianeidad, arrasada.
La historia nos lleva a 1779 cuando un nuevo fuerte se levantaba al pie de las barrancas de la laguna. Allí, el Capitán de Blandengues Pedro Nicolás Escribano fundaba el Fuerte San Juan Bautista de Chascomús, lugar donde hoy se asienta el palacio municipal de esa ciudad. Solo el relato queda, el murmullo del fundador, de sus milicianos y de sus primeros asentados, gauchos e inmigrantes gallegos, que procuraron contar la historia.
Pronto se volvió campo de batalla cuando los "Libres del Sur" dieron pelea a los soldados de Rosas en 1839. Todo acto belicoso desembocó en la formación definitiva de nuestra Nación Argentina con valentía, fuerza y espíritu. La vida y el honor de estos héroes han librado la batalla, sin dudas un hecho histórico.
Así, corrieron los años y la comarca devino en una zona ganadera por excelencia. Más aún, el desarrollo de la faena llega con el estanciero inglés Richard Black Newton (1801-1868) quien introdujo el sistema de alambrado. En 1845 encarga a la casa Rogers Bert y Cía de Liverpool los atados de alambre que llegarían un año después. Se organiza así la crianza de las cabezas de ganado desde su estancia la "Santa María" de Chascomús al resto del territorio. Con esto se logran delimitar montes, el parque y la quinta de la estancia para protegerlas de los animales.
Corría el año 1865 cuando el Ferrocarril del Sud hace pie en Chascomús continuando su traza hacia el sur y en 1873 este pueblo, cuenca lechera y de saladeros, recibe el título de "Ciudad" de la mano del gobernador Acosta. Para entonces, la situación política auguraba desarrollo y trabajo, por lo que fueron prosperas las estancias que apostaron a la causa. Este fue el caso de “La Alameda”, que perteneció a la pionera familia Girado y los edificios, cuyos muros en parte muestran el alma de viejos ladrillos, delatan su antigüedad.
Allí reposa, sobre la margen sur de la laguna de Chascomús, a unos 120 kilómetros de Buenos Aires. Una laguna con una extensión de 3.044 hectáreas que es parte de la Cuenca del Río Salado.
Para entonces, la promesa de tierra trabajada por tierra otorgada era una utopía que muchos habrían hecho realidad. Algunos ganaderos de la región apoderaron a don Fermín Rodríguez para que actuara ante el tribunal competente del Virreinato con el fin de que se les otorgaran las tierras que les habían sido prometidas. Entre los peticionantes los Girado, fundadores de “La Alameda”. Juan Gregorio Girado (1750-1819), integrante del cuerpo de Blandengues que fundó Chascomús (1779), obtuvo hacia 1789 una fracción de tierra al NE de la laguna de Chascomús, en reconocimiento por su servicio como Sargento Mayor del Regimiento de Blandengues, quienes fundaron Chascomús.
La estancia, fue originariamente creada como un punto de contención de los malones, en el marco de la ideología de otra época, constituyendo territorio ganado al nativo.
Más de 10 mil hectáreas despobladas fueron el suelo fértil donde Juan Gregorio Girado plantó más de treinta hectáreas de álamos, paraísos y diversas especies frutales, montando aljibes y jagüeles para la obtención de agua potable.
Juan Gregorio y su mujer vieron crecer a sus once hijos, y a medida que la ganadería fue dando sus frutos y la expansión era inevitable, se construyó una casona para los nuevos empleados. Juan Elías, uno de los hijos menores de Don Giraldo, transformó a “La Alameda” en una estancia de avanzada poblándola de ganado de buena calidad y avanzó en la explotación agrícola. Más tarde, la estancia se convirtió en un verdadero pueblo con usina, frigorífico y moneda propia.
La estancia, con el casco, los galpones, los corrales, los frutales, los montes de amplia sombra, la cría de ganado y la laguna, en su conjunto, el mismísimo paraíso. El casco de la estancia es conocido popularmente como "la casa amarilla" por ser el color que la caracteriza desde su fundación.
Primero, un rancho, más luego se construyó un recinto abovedado que simula un palomar y dos unidades importantes de vivienda. En "La Matera" se conservaban alimentos y era el espacio donde calentaban agua con fuego a leña para toda la Estancia. Esta vieja matera abovedada se conserva en su estado original, con los materiales con los que fue construida a fines del 1700.
Desde entonces la puerta de La Matera se abría para dar resguardo y descanso a troperos, gauchos y trabajadores que llegaban a reunirse alrededor del fuego que calentaba a "la morocha", una pava gigante sobre un trípode de hierro que se utilizaba para distribuir agua caliente a las demás pavas.
Antiguamente, las materas existían con la premisa de que “el fuego nunca debía apagarse”. Por esa razón es que quien se iba siempre debía dejar un tronco encendido, para que el próximo que llegara encuentre al menos brasas candentes. Es por lo que se dice que hubo materas que estuvieron encendidas por años.
El recinto daba lugar al encuentro, un encuentro que ahora se sigue alimentando por ese fuego que disfrutan cada uno de los visitantes. La Matera es sin dudas el corazón de la estancia, donde anida el calor de la gran chimenea, donde los ladrillos a la vista son las venas mismas de la historia.
La casa mayor, de cara a la laguna, cuenta con galerías que se esconden en un patio interno colonial donde se encuentra el aljibe junto a una centenaria magnolia que florece cada diciembre, testigo de los primeros años. La glicina hace sombra a las habitaciones decorando la pérgola.
Declarada Patrimonio Histórico y Cultural desde el año 1970, actualmente funciona como hotel y se abre para disfrutar de un día de campo, preservando viejas tradiciones con actividades de recreación y esparcimiento en sus 120 hectáreas de naturaleza que da cobijo a muchísima fauna y flora característica de la región.
Las tranqueras quedan abiertas al visitante, el verde y la paz abundan, de un lado, floridos castaños de la India y pinos; del otro, unas palmeras altivas que enmarcan la fachada del frente. Tal vez la naturaleza devuelve con su calma tanta pena que ha de haber atravesado estas tierras donde cada noche, los grillos son los dueños del silencio, solo hasta el alba.
Fotos: Silvina Gerard @silvina_en_casapines y gentileza @estancialaalamedaok.