“La Paz ha sido mi refugio desde que me instalé en Buenos Aires. Allí paso todos mis veranos, gozando de la cascada natural que forma un lugar para bañarse muy agradable, aprovechando un parque que ha crecido y se ha refinado con el tiempo y disfrutando, en fin, de la fresca hospitalidad de la vieja casa"
“Soy Roca” de Félix Luna.
La historia nos lleva a mediados del siglo XVII cuando este paraje cordobés, al norte de la ciudad capital, era conocido con el nombre de “Corral de Piedra”. Sus primeros pobladores fueron una etnia llamada sanavirones que probablemente bien conocieron el sonido del río Ascochinga que atraviesa las sierras. Sanavirones o “salavinones” habitaron en el centro del actual territorio argentino, formando parte del grupo pámpido, con elementos genéticos y culturales amazónicos y ándidos. Una población que ha sobrevivido su cultura desde que estaban afincados en Córdoba y Santiago del Estero.
El rio Ascochinga bañaba las tierras y el molino, hectáreas donadas más tarde al noviciado del Colegio de la Compañía de Jesús. Con el paso de los años se incorporaron a la emblemática estancia “Santa Catalina”. Cuando los jesuitas fueron expulsados del Virreinato del Río de la Plata, sus propiedades fueron liquidadas, vendiéndose “Santa Catalina” en 1780 al coronel de Milicias Don Francisco Antonio Díaz (1738-1808). Tras sucesivas ventas y/o legados, una fracción de al menos unas 8.500 hectáreas, conocida como puesto “Corral de Piedra”, pasa a manos de Tomás Funes y Eloísa Díaz, nieta de Don Francisco Antonio Díaz.
Tomás Funes era un destacado político de la época y fue quien, luego que se sellarse la paz entre Buenos Aires y la Confederación Argentina, tras la firma del Pacto de San José de Flores en el año 1859, decidió cambiarle el nombre a la propiedad de “Estancia Corral de Piedras” a “Estancia La Paz”, en honor al transcendental acontecimiento, un hecho no menor.
El mismo Tomás Funes fue quien construyo, a partir de 1830, el casco colonial y parte de la casa principal. Sus hijas, Lisa y Clara, se casaron respectivamente con Miguel Juárez Celman y el tucumano Julio Argentino Roca, ambos presidentes de la Argentina.
Dicen que el esplendor de la estancia destelló en las manos de Julio A. Roca (1843-1914) quien fuera dos veces presidente de la República. El general Julio A. Roca tuvo otra estancia en Buenos Aires llamada “La Larga”, aun así, quienes lo conocieron han dejado testimonio del cariño especial que tenía por este casco, heredado por su esposa Clara. Para finales del siglo XIX fue el mismo Roca quien se encargó de modernizar la estancia incorporando un estilo neoclásico-italiano.
Además, se construyeron los establos, el lavadero, la pileta cubierta y la pileta exterior. El diseño del parque que rodea la estancia fue encargado en 1901 al fabuloso paisajista francés Carlos Thays. Se trata de un enorme territorio de plátanos y algarrobos distribuidos en unas 100 hectáreas, incluyendo un infaltable lago artificial de majestuoso diseño, completando la construcción típica de las estancias argentinas del siglo XIX.
Como lo expresara el propio Roca, durante sus dos mandatos presidenciales, entre 1880 y 1886 y entre 1898 y 1904, fueron muchos los veranos en que el mandatario gobernó desde “La Paz”. Largas temporadas, junto a su concuñado Miguel Juárez Celman completando el clan familiar. Después de 1890 ya como dueño, por heredar a su esposa, hija del fundador Tomas Funes con quien estaba casado desde 1872.
Grandes personalidades de la elite nacional y políticos de la época como Nicolás Avellaneda, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Carlos Pellegrini y Figueroa Alcorta visitaron la residencia, acunando anécdotas que han trascendido la historia, convirtiendo a la estancia en uno de los principales escenarios de reuniones políticas del país entre 1870 y 1930.
Roca fue el representante más influyente de la denominada “Generación del 80” y dirigió la política argentina a través del Partido Autonomista Nacional (PAN), partido que se mantuvo 42 años en el poder sin ninguna alternancia, tejiendo complejos sistemas de alianzas con distintas fuerzas, lo que le valió el apodo de «el Zorro». Lideró la corriente “roquista”, caracterizada por el personalismo y el control del poder político por parte de un pequeño grupo de personas, oponiéndose a las reformas electorales democratizadoras como el sufragio secreto y el voto obligatorio que reclamaban los sectores antiroquistas.
Estancia “La Paz” bordea el histórico Camino Real de Córdoba, una vía legendaria con 16 postas que van desde la Estancia Jesuítica de Caroya hasta el límite con Santiago del Estero. Postas que tomaron gran trascendencia desde mediados del siglo XVIII, cuando se estableció oficialmente el servicio de “correos fijos”.
Una ruta conocida como el “Camino de la Historia” por conectar los virreinatos del Alto Perú y del Río de La Plata, más aún, recorrido por donde pasaron grandes personalidades, hoy próceres argentinos, constituyendo una parte sustancial de la identidad y la historia cordobesa.
Actualmente el rio Ascochinga atraviesa la estancia por 7 kilómetros, con dos balnearios que ofrecen las instalaciones propicias para pasar un apacible descanso en este paraje de ensueño de las Sierras Chicas. “Pueblo Estancia La Paz” es hoy un proyecto urbanístico de 240 lotes, con campo de Golf y Canchas de Polo, sumado a un hotel que cuenta con amenities de categoría, un reconocido restaurante y salones de eventos.
Muchos años han pasado y leer los dichos de Roca sobre este prístino refugio no hace más que reafirmar la historia, remontando un pasado que corre susurrando a través del paraje, como el rio Ascochinga, una corriente cantarina, inagotable de relatos históricos.
Fotos: Pueblo Estancia La Paz (www.puebloestancialapaz.com).
Gracias Carla Lanfranconi.
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