“Marco Polo sabía que lo que imaginan los hombres no es menos real que lo que llaman la realidad”. Jorge Luis Borges.
Por años se ha dicho que Buenos Aires a la France era una realidad imaginada. Con sus palacios imitando las monumentales construcciones parisinas, aquí se respiraba aires de grandeza.
"No era chic hablar español en el gran mundo; era necesario salpicar la conversación con algunas palabras inglesas, y muchas francesas, tratando de pronunciarlas, con el mayor cuidado para acreditar raza de gentilhombre", decía Lucio Vicente López en La gran aldea, 1884.
Los boulevars, plazas, lagunas, puentes, palacios, gárgolas y hermosos jardines marcaban que el modernismo, afrancesado, había llegado a Buenos Aires cuando corrían los finales del siglo XIX.
La ciudad había logrado su definitiva federalización lo que significó un aumento considerable de las arcas de la gobernación gracias, entre otras cosas a las rentas portuarias. Fueron los años de la consolidación argentina como gran proveedor al mundo y del trazado urbano con monumentales obras públicas bajo el crayon mason, tan esplendorosa como pretenciosa.
Ciudad que a principios de 1900 supo plasmar la magnificencia europea en la grilla urbana y entre otros, el arquitecto francés René Sergent (1865-1927) lo hizo realidad.
Sergent fue un eximio exponente del estilo neoclásico francés en Europa. Fue premiado por la Sociedad de Arquitectos con la “médaille de l'architecture privée” volviéndose un personaje reconocido y afamado en el mundo. No tardó mucho en ser contratado por personalidades de la élite de Buenos Aires quienes se vieron deslumbrados por los avances e innovadoras formas de vida europea.
La familia Alvear, esa extensa saga de políticos, militares y empresarios acunaron un extensísimo árbol genealógico con génesis en España. Aquí presidieron batallas, gobernaron, trazaron historia que se escribió en las páginas de los libros que nos preceden y eso, eso es innegable.
Como era común para entonces, los Alvear viajan a Paris en 1911, para encargar los planos de sus residencias familiares. Se trataba de los hermanos Carlos María, Josefina y Elisa de Alvear.
El arquitecto Sergent, quien nunca estuvo en nuestro país, diseñó el Palacio Errázuriz para el diplomático chileno Matías Errázuriz y Josefina de Alvear, donde hoy funciona el Museo de Arte Decorativo. El Palacio Sans Souci que perteneció a Carlos María de Alvear (nieto del general homónimo) y Mercedes Elortondo en las Barrancas de San Fernando y el Palacio Bosch para Ernesto Bosh y Elisa de Alvear, residencia actual del embajador de Estados Unidos.
Ernesto Bosch, había sido embajador argentino en Francia. Los Bosch Alvear trazaron sus vidas entre Buenos Aires y París, entre Mar del Plata y el Balneario Biarritz.
Elisa de Alvear, dueña junto a su marido del Palacio Bosch, fue una de las integrantes de la “Sociedad de la Beneficencia”. Esta institución estaba formada por damas patricias de la alta sociedad porteña y Elisa de Alvear la presidió a mediados de los años 30. Además, trabajó promoviendo otras entidades como la Sociedad de San José, Sociedad de Damas Vicentinas de Mar del Plata y el Patronato de la Infancia.
El proyecto del Palacio Bosch estuvo a cargo de los arquitectos argentinos Lanús y Hary. Pero los planes se vieron afectados por el estallido de la Primera Guerra Mundial, por lo que la familia Bosch ocupó el edificio recién para 1917.
Una gran fiesta de apertura selló la inauguración en septiembre de 1918, cuando abrieron el edificio a la alta sociedad. “Se sabe que vino toda la élite de Buenos Aires a la fiesta”. Los curiosos pasaban por la Avenida Del Libertador al 3500 para ver el despliegue, vecino al Jardín Zoológico, al predio de La Rural y al Parque Tres de Febrero.
Este grand hôtel particulier es, sin duda, uno de los exponentes más notables del género en la ciudad de Buenos Aires. Sus canones son atravesados por la tradición del Neoclasicismo francés, inspirado en el château.
Aquí, el Palacio Bosch se despliega con un frente de cuatro columnas monumentales de orden corintio, coronado por balaustradas, mansarda y copones y una resolución similar hacia la armónica fachada posterior, todo revestido en símil piedra. Los jardines, que fueron diseñados por Achille Duchêne completan el entorno con líneas geométricas.
Los materiales y muebles fueron traídos por barco desde Francia, con las complicaciones que esto aparejaba, en plena Primera Guerra Mundial. Incluso, según explica el arquitecto Fabio Grementieri, la escalera y gran parte de la boisserie debió comprarse dos veces, porque una bomba hundió el barco que traía el primer envío.
El diseño interior fue realizado por el decorador André Carlhian, un especialista en clasicismo francés.
La escalera imperial de doble circulación, una imponente sala de música y un comedor en estilo regencia para 30 personas, con paredes enteladas de color púrpura y dorado destacan relucientes sus escaleras de mármol, arañas imponentes, suelos alfombrados junto a numerosas piezas de arte decorativo, centenarias, de nobles materiales.
El refinamiento de las salas y sus enormes dimensiones fueron un gran atractivo para el embajador de Estados Unidos, Robert Woods Bliss, quién en 1929 insistió a Ernesto Bosch para comprar la propiedad.
Estados Unidos no tenía una sede diplomática en la Argentina, por lo que el embajador pidió al presidente Herbert Hoover (1929-1933) la compra de la propiedad obteniendo el visto bueno del mandatario.
Cuentan los historiadores que Bosch intentó evitar al embajador pidiéndole una cifra exagerada que Bliss no tuvo inconvenientes en pagar y, ante la crisis del 30 con graves dificultades económicas, Bosch vendió el palacio al Estado norteamericano.
Desde entonces y durante estos años fue hospedaje de los presidentes estadounidenses que visitaron el país, como F.D. Roosevelt, Dwight Eisenhower, George H.W. Bush y hasta Barack Obama.
En el año 1994 se llevó a cabo una importante renovación del edificio, siendo la primera restauración histórica llevada a cabo por la Oficina de Administración de Edificios en el extranjero, empleando artesanos y especialistas argentinos quienes fueron descendientes de los expertos originales.
Entre algunas de sus piezas de gran valor se destacan una medalla conmemorativa de 1928 al presidente Hoover; un dibujo de la fachada del frente del Palacio firmado por Sergent, con fecha de octubre de 1911; un juego de vajilla de porcelana fabricado en 1912 por Minton & Company, en el cual se aprecian mínimos detalles con un diseño de borde exterior de cinta dorada con cruces y una banda interna simple en dorado, con un anillo exterior ornamentado con el escudo del Departamento de Estado.
Por medio de los Decretos N° 1084 y N° 1085, con fecha 29 de noviembre de 2018, la maison fue declarada Monumento Histórico Nacional.
Aquí, desde su construcción, en un entorno de una belleza arquitectónica propia de la Belle Epoque, se plantaron las promesas de progreso para todos los habitantes que habitaron nuestro suelo. Una generación que hizo realidad lo imaginado.