"La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte."
Leonardo Da Vinci (1452-1519).
Una escalinata en ascenso marcaba el ascendente prestigio social del empresario que, como tantos otros, lograron el reconocimiento de inmigrantes a devenidos empresarios. Será que el italiano Carlos Lagomarsino comenzó en Italia el oficio de producir sombreros, una actividad que continuara en nuestro país, advirtiendo un potencial crecimiento del mercado de demanda.
Para 1891 los hermanos Carlos y José Lagomarsino firmarían los documentos para fundar “Sombreros Lagomarsino” la marca de una prenda infaltable en el vestir de aquellas generaciones. Usar sombrero por entonces se convirtió en un símbolo de engalanada prestancia. Los usaban para salir al trabajo, a un paseo, hasta para restaurantes y reuniones donde se colgaban en percheros. Hombres y mujeres los pasearon en la rambla de Mar del Plata, los lucían en el Hipódromo, en eventos sociales y políticos.
Una marca elegida por personalidades ilustres como Gardel, Irigoyen, Alfredo Palacios y tantos otros artistas y políticos que, vistiendo sombrero, convirtieron un artículo funcional en un accesorio de moda y distinción. Usar los sombreros Lagomarsino era señal de haber escalado socialmente. Años más tarde se populariza en el amplio escenario de la cotidianidad, contabilizándose cerca de cuarenta fábricas de sombreros en todo el país.
Fruto de años de bonanza, en la década de 1920, los Lagomarsino compran un terreno sobre la calle Azcuénaga del Barrio de Recoleta y encargan al prestigioso arquitecto Virginio Colombo (1885-1927) una residencia para vivienda. Colombo, nacido en Milán, cursó sus estudios en la prestigiosa Academia de Bellas Artes de Brera y llegó a los 21 años a nuestro país contratado por el Ministerio de Obras Públicas para ejecutar las decoraciones del Palacio de Justicia. En este suelo es donde se convierte en referente del Art Nouveau, un hito del urbanismo, encuadrado dentro del modernismo ecléctico, al igual que otros arquitectos italianos que se radicaron en Buenos Aires en aquellos años del nacido siglo XX.
Colombo, ya premiado y reconocido, continuó durante la década de los años veinte realizando viviendas particulares, locales comerciales, fábricas y edificios de renta. Todos con un estilo muy personal, dentro de la llamada escuela italiana, sumando las influencias del Art Nouveau, que Colombo combinó con la corriente italiana del Liberty.
El Art Nouveau fue la etiqueta del modernismo en Francia, Bélgica y en Argentina marcó los rasgos de esta obra palaciega para impresionar y marcar el poder económico del empresario de sombreros. El reflejo de un esplendor que salpicaba a buena parte de la burguesía industrial, una clase social incansable y trabajadora de origen muy humilde, creciendo hasta adquirir gran poder económico. El Art Nouveau se vio como signo de progreso y modernidad.
Volviendo a la residencia, el proyecto de clara ostentación estilística se caracteriza por la aparición de arcos redondeados, ventanas y loggias, ornamentaciones florales y cornisas dentadas. Aquí se despliegan diferentes técnicas decorativas como estucos, frescos, relieves y magníficos vitrales con escenas de flores y delicadas figuras esbeltas.
Un gran vitreaux cenital derrama un baño de luz sobre los querubines que cuidan el ingreso. La residencia cuenta con veinte ambientes, se suceden salas con delicados vitraux, guardas con motivos de dragones y pasillos estucados en varias tonalidades de mármol. Sobre las dos consolas, los espejos guardan el recuerdo de los gobelinos que el mismo Colombo pintó y que solían exaltar el recibidor del hall de la casa. Lucen adentro, bellos y refinados pisos de madera en mosaicos y marquetería. La particular y distinguida iluminaria, que algunos verán como forma de sombrero, también aparece en la famosa panadería Bologna.
Carlos Lagomarsino vivió aquí junto a su esposa y sus cinco hijos. Un hijo varón que dicen, asistió al Colegio La Salle y se cuenta que sus hijas al Adoratrices. En el primer piso, los salones fueron testigo de importantes reuniones sociales, casamientos, comuniones y citas para tomar el té, mientras que en el segundo piso se ubicaban las habitaciones y área privada de la residencia.
Para entonces, las familias con destacado poder económico se relacionaban socialmente a través de habituales eventos que se desarrollaban en el salón de té o en la sala de juegos.
Afuera, aunque su altura ha quedado baja para la línea del frente urbano de los tiempos que corren, sus balcones, las filigranas superpuestas, los orgánicos herrajes y las figuras de piedra obligan a alzar la mirada de quienes pasan profundizando en los detalles. Sobre la puerta de hierro, un ventanal con vitraux y una suerte de timón, pavos y querubines, cabezas de dragones embelleciendo los desagües y copones con elementos de la naturaleza enriquecen la fachada.
Dicen que la familia residió aquí solo cuatro años. Ante la muerte de Carlos Lagomarsino su esposa e hijos venden la propiedad al Dr. Riguera que la utilizó como consultorio médico. Entre 1960 a 1969 funcionó allí una escuela y Servicios Aeronáuticos. Posteriormente en 1973 fue una sucursal del Banco Interamericano Regional hasta su subasta en 1982 cuando pasa a manos de una inmobiliaria que finalmente vende al Gobierno de la Provincia de San Luis. Desde 1985 funciona la Casa de dicha provincia que llevó a cabo la restauración del edificio, destacando el valor patrimonial y su historia, dándole el merecido reconocimiento por su legado y valor cultural y arquitectónico.
Los Lagomarsino no tuvieron el tiempo suficiente en este petit hotel, con la venta y los años se ha remodelado para funcionar como consultorio médico, fábrica, y banco. Aun así, sus actuales propietarios acunan el respeto por la historia desde los primeros, con visitas guiadas para difundir la obra del arquitecto que, a pesar de morir a sus 43 años, plagó de arte nuestro suelo.
Para 1945 la caída en las ventas y los cambios de hábitos dejaron a los sombreros colgados en los percheros, razón por la cual muchas fabricas debieron cerrar sus puertas.
La historia de la fábrica de sombreros Lagomarsino continúa con otra firma que mantiene el nombre fundacional. El español Antonio Riera y su familia, de tradición también en la fabricación de sombreros, compraron el fondo de comercio. La fábrica trabaja hasta el día de hoy con el mismo nombre y salvaguardando su historia, esa historia que está prohibida olvidar colgada de un perchero.
Fotos: Silvina Gerard @silvina_en_casapines y gentileza @rostydebuenosaires.
Fuente: Casa de la Provincia de San Luis CABA.