“Todo gran arquitecto es necesariamente un gran poeta. Debe ser un intérprete original de su tiempo, sus días, su edad”.
Frank Lloyd Wright.
En tierra de conventillos, una torreta remata una ruidosa esquina, haciendo frente al cocoliche de chapa, colores y acalorados inquilinos del barrio de La Boca.
Por esos años, épocas marcadas por inundaciones, las casas se levantaban sobre altos cimentos y cuentan que los inmigrantes que allí acostumbraban a pintar las fachadas con los restos de pintura que descartaban los barcos, amarrados a pocos metros, en el puerto de La Boca. Esta tarea de “alegrar” los frentes de chapa acanalada y tablones de madera era metier de los emigrados, mayormente genoveses, que con su dialecto xeneixe e inquebrantable tenacidad marcaron su impronta editando diarios, fundando clubes y asociaciones culturales. El riachuelo le dio identidad al barrio y fue siempre fuente de inspiración para el arte.
Un barrio de cantantes, músicos, poetas y artistas plásticos expresando sensibilidad en tiempos en que el riachuelo era el puerto natural de Buenos Aires. Con el tiempo se fueron incorporando otros grupos de inmigrantes, españoles, griegos, alemanes y algunos dispersos grupos de franceses y sajones.
En este contexto, el arquitecto español Guillermo Álvarez Pérez (1867-1929) emigrado de Orense, llegó a Buenos Aires donde junto a su padre, el carpintero Manuel Álvarez Vergara y sus hermanos encontraron asilo.
Supo dominar el Modernismo y levantó la Embajada de España en Buenos Aires. Álvarez Pérez fue condecorado por Alfonso XIII con la Gran Cruz de Isabel la Católica, manteniendo un fraternal lazo con el conde de Bugallal. En su tierra colaboró con donativos para levantar escuelas, la oficina de correos, el juzgado de paz, como así también caminos públicos para Cortegada de Baños (llamada así por su balneario de aguas termales). Enlazado a su patria natal, un busto y una placa lo recuerdan en el hall del ayuntamiento, porque dicen, nunca olvidó su terruño.
Nuestro país le deparaba un prometedor futuro, iniciando su labor como obrero en construcciones hasta formarse como arquitecto. En la ciudad de Buenos Aires el arquitecto Álvarez Pérez realizó una serie de obras de diversas escalas. Son especialmente destacables el Hotel Delicia, ubicado en Solís 1449, el edificio de viviendas ubicado en Avenida Entre Ríos 974, construido en 1930 y la denominada "Torre del fantasma", en el barrio de La Boca. Sus trabajos quedaron plasmados en edificaciones del barrio de Monserrat, San Cristóbal o Balvanera.
Álvarez Pérez lograría interpretar en sus obras un estilo que lo representaba, con su impronta sellaba una marca personal, líneas que como un patrón de repetición caracterizarían el carácter de su trabajo.
La escala, los remates y la ornamentación serían su sello de autor, una suerte de identidad arquitectónica que responde claramente al modernismo, junto a Julián García Núñez y Francisco Tárrega, fue uno de los agentes influyentes del Modernismo Catalán en Buenos Aires.
En este sentido, el arquitecto Guillermo Álvarez Pérez fue contactado por María Luisa Auvert Arnaud, miembro de una de las familias estancieras más ricas de Buenos Aires allá por principio del siglo XX. María Luisa y su hermana María Helena habrían recibido dos estancias conocidas como "El Albardón" y "San Ricardo" ubicadas en los partidos de Rauch y Tandil, fruto de lo que se dice, la sucesión de Ricardo García, quien falleciera en París en 1930.
En las tres esquinas de la avenida Almirante Brown y las calles Wenceslao Villafañe y Benito Galdós, del nombrado barrio de "La Boca", se levantó la construcción que fuera pensada a priori como edificio de rentas, una opción de inversión para la clase estanciera que veía prospero el desarrollo inmobiliario que se estaba gestando para albergar a los sectores de una clase concentrada en la capital porteña, desarrollando un nuevo mercado, el mercado inmobiliario, como nuevas practicas de habitar la ciudad.
La obra, de carácter marcadamente personal, con recurrencia de ciertos remates y ornamentos distinguidos, marcarían su impronta como hacedor de la construcción con elementos peculiares como molduras, cenefas y balcones de hierro.
El edificio se emplazaría sobre una planta y dos pisos con una destacada torre con almenas. Ornamentada con motivos geométricos de gran factura, la torre acompaña la belleza del conjunto. La construcción está rematada por esta característica torre al frente de la esquina, con una suerte de crestería típico de la arquitectura militar medieval que ocupa el tercer piso, ocultando el sector de tanque agua, probablemente de los primeros en su tipo en el barrio de la Boca.
La torre está decorada con motivos geométricos, ornamentos únicos, tomada como eje característico en un barrio que acunó leyendas y una carga folclórica de la mano del relato oral del tejido social que la reconoce como un símbolo de La Boca.
#DatoCementero
En esta construcción, Álvarez marca su impronta mediante los parapetos con balaustres de geometrías particulares. Se trata de un esquema que también se repite en sus obras de Perú al 700, Av. Belgrano 1755 y 1934, y sobre la calle Zabala, en el barrio de Belgrano. Ninguna de sus otras obras, que se encuentran a lo largo de toda la ciudad, protagonizó historias de terror o leyendas urbanas, como “La Torre del Fantasma”.
Dicen que María Luisa Auvert Arnaud se enamoró del edificio, razón por la cual eligió quedarse y vivió casi un año desde su inauguración en 1910, para luego destinarlo a propiedad de alquiler, como fuera pensado desde su génesis. Aquí es cuando el relato comienza a tejerse cual historia de novela, una novela de misterio, terror y muerte. Sería punto de encuentro de leyendas, esas que no escapan a una ciudad con historia.
Al decidir convertirlo en su vivienda particular, lo decoro a su gusto y trajo plantas de su tierra natal, entre las que dicen, habría hongos alucinógenos.
A partir de este momento, es cuando todo empieza a cambiar, gestándose historias que son, lógicamente, difíciles de confirmar. Aun así, los inquilinos habrían fantaseado con los hechos narrados y los hicieron propios. Los vecinos de La Boca cuentan que la casa fue invadida por duendes y que la Señora María Luisa huyó despavorida para nunca más volver, ofreciéndolo en alquiler.
Pero la historia no termina ahí. La torre habría sido habitada por una artista plástica llamada Clementina, la cual según dicen era atormentada por seres extraños que no la dejaban dormir y que finalmente la llevaron a tomar la drástica decisión del suicidio.
Desde entonces, ruidos, gritos y cadenas dicen escucharse en “La Torre del Castillo”, pero nadie sabe si realmente estas historias fueron reales. Con el correr del tiempo, se transformaron en un mito de Buenos Aires y del Barrio de la Boca particularmente.
El relato de los personajes y la vecindad lo hicieron singular, marcando un firme sentido de identidad y pertenencia.
Mezcla entre cultura, historia y tradición porteña, los mitos de Buenos Aires forman parte del patrimonio cultural de la ciudad, conectando el pasado al presente de las enigmáticas calles porteñas y la memoria colectiva que continúa acunando el relato.
Fuente: Gobierno de la Ciudad.
Fotos: gentileza de Facundo Thomann @edificiosdebuenosaires.
Suscribite al newsletter de Para Ti Deco
Si te interesa recibir el newsletter de Para Ti Deco cada 15 días en tu mail con las últimas novedades e ideas inspiradoras sobre decoración & lifestyle, completá los siguientes datos: