“Se miraron fijamente, insistentemente, aislados del mundo en aquella recta paralela de alma a alma que los mantenía inmóviles”. Horacio Quiroga.
Los movimientos arquitectónicos acompañan la vorágine de la historia de la mano de eventos que parecen ismos y lacran nombres como el de Gaudí, sellando la era del arte nuevo. Será que el catalán soñó ondulantes sueños, donde los tallos y las flores se apoderaban de los balcones de formas fluidas y vivas...
Así quedó plasmado en el imaginario colectivo recordando las imágenes que se hacen presentes en la famosa Casa Batlló o La Casa Milá, llamada popularmente La Pedrera de la cosmopolita Barcelona.
Pero aquí en Buenos Aires también se manifestaron esos sueños, ondulantes y orgánicos en una casa que parece estar atrapada en un cuento de Quiroga.
El Art Nouveau surge, dando cita de manual, en el Reino Unido con el movimiento Arts & Crafts del artista William Morris.
Luego llega a Francia donde tuvo su esplendor, extendiéndose al mundo entre los años 1895 y 1920 como el primer movimiento internacional de ruptura con los estilos academicista e historicistas imperantes en la Europa del siglo XIX.
Un movimiento que se manifestó en la arquitectura pero que se desarrolló en el arte del mobiliario, la gráfica, los objetos decorativos, funcionales y utilitarios como si su objetivo fuese socializar “el arte que debía estar en todo y todo debía ser arte”.
El Art Nouveau tuvo diferentes denominaciones según el país en que se desarrolló. Así surge el Modernismo en Cataluña, el Jugendstil en Alemania, Liberty o Floreale en Italia, Sezession en Austria.
Cruza el Atlántico hacia Estados Unidos durante el período del fin de siècle (fin de siglo) y belle époque (época hermosa) naciendo a una nueva era para luego llegar a Buenos Aires de la mano de arquitectos formados en Europa. Un movimiento que apareció en la exposición del centenario de 1910 como un muestrario de la estética Nouveau (del francés “arte nuevo”).
Ineludiblemente se inspira en las formas de la naturaleza, tomando rasgos del arte japonés, por la línea curva, la exuberancia, la sensualidad en la expresión de la vegetación, las formas orgánicas, destacándose por la libertad morfológica.
Buenos Aires busca insertarse en la globalización generando una etapa de construcción de opulencia edilicia.
Roca inicia la construcción de una línea de Estado moderno, dando lugar a la inmigración masiva y al crecimiento de las aglomeraciones urbanas acogiendo oleadas de inmigrantes que, en muchos casos prosperan económicamente con negocios familiares.
Estas familias argentinas, algunas inmigrantes de alto poder adquisitivo, contrataron arquitectos europeos que construyeron en Buenos Aires edificios acordes a esta nueva tendencia, utilizando hormigón armado, hierros, cristales y vitreaux como muestrario de lo nuevo que, bajando de los barcos era tendencia en Europa.
El Art Nouveau en Buenos Aires tuvo un desarrollo en residencias, edificios de instituciones étnicas, de vivienda, comercios y pabellones recreativos que marcaron su impronta indiscutible en el nuevo tejido urbano.
Casa de los Lirios, el distintivo edificio de línea gaudiniana que "engalana" la Avenida Rivadavia
La Casa de los Lirios, de belleza superlativa, se destaca por plasmar la ornamentación del Art Nouveau porteño en las artes y oficios como la herrería y la estatuaria.
Fue construida entre 1903 y 1907 para Miguel Capurro, un comerciante de la industria textil, que se dice pensó en invertir en un edificio de viviendas en una época que posicionó a Buenos Aires como la capital más promisoria de Sudamérica. Para entonces, la ciudad vio prosperar una clase media capitalista que mostraba en sus fachadas el símbolo de progreso y prosperidad de una creciente burguesía, conformada por inmigrantes que habían triunfado económicamente en el país en menos de una generación de indiscutido arduo trabajo.
El proyectista fue el ingeniero civil argentino Eduardo Rodríguez Ortega (1871-1938) destacado por ser quien trajo el hormigón armado al país luego de estudiar en Europa. La Casa de los Lirios es una de las primeras construcciones que utiliza hormigón armado de todo el país.
Muchos afirman que Rodríguez Ortega fue gran admirador del arquitecto Antonio Gaudí, máximo exponente del modernismo catalán en Barcelona, por lo que se inspira en el movimiento que quedaría representado en las formas orgánicas de su fachada.
#TipCementero
José María Saavedra, jefe de calidad de hormigón en Cementos Avellaneda, explicó sobre la propiedad: "Se trata de una de las primeras construcciones en nuestro país que utiliza hormigón armado. Su frente es ondulado y, en sus altos, aparecen figuras de deidades y monstruos con estilizadas flores de cemento que marcan una neta inspiración botánica y justifican el nombre".
El material con el que se construyó el frente se llama piedra París y es una copia de la piedra sólida que se usaba en Europa. El ingeniero civil Eduardo Rodríguez Ortega fue quien trajo el hormigón armado al país luego de estudiarlo en Europa. El Palacio de los Lirios fue una de las primeras construcciones en utilizar hormigón armado en Argentina.
La Casa de los Lirios fue pensada como un edificio de viviendas, una de las primeras edificaciones de rentas en altura. Contaba con planta baja y tres pisos altos.
En la primera planta se encuentra centrado el acceso a las viviendas de volumen sobresaliente a lo que se suman dos locales comerciales, uno a cada lado ocupando casi la totalidad de esa planta. La puerta principal de hierro y vidrio lleva a un vestíbulo que conduce a la escalera y al ascensor. Los pisos superiores son simétricos, al igual que la fachada, y posee dos departamentos en cada uno.
La gran protagonista del edificio es la fachada. En términos arquitectónicos, es orgánica, claramente inspirada en la naturaleza y las ondulaciones, haciendo alusión botánica. Es muda, pero parece tener melodía por el movimiento de la ornamentación que deja fluir sus tallos y flores de lirios y orquídeas.
El capitel y los manojos de ramas la rodean como si saliera de un bosque de cuento que la envuelve y domina. Las curvas clásicas de la herrería en el Art Nouveau tienen una armoniosa prolongación en la mampostería de los bow-window que conforman el centro de este, en cada uno de los pisos. Se observan en los detalles de las ménsulas que sostienen el balaustre superior y el degrade escalonado de cada uno de sus planos.
En la cornisa el volumen central está coronado por un gran rostro masculino de yeso con una tupida barba y largo cabello que hace a la vez de baranda de la azotea.
Dicen, es la representación de Eolo, el dios griego del viento y otros afirman que se trata del mismísimo Neptuno, Señor de los mares. En ambos casos, la naturaleza se manifiesta indiscutiblemente.
La puerta de acceso está realizada en hierro, al igual que las rejas de los balcones, y presenta un patrón similar al de los cabellos que decoran la cornisa superior.
Las ventanas y balcones están ornamentadas con troncos curvos, tallos y hermosas flores que dan una suerte de idea femenina al contexto.
Las líneas curvas se plasman en los tres pisos, los muros, los balcones, los pasillos internos y hasta en las barandas.
La decoración se completó con elementos de la naturaleza y la herrería artística. Si bien las fachadas del Art Nouveau se caracterizan por sus colores, formas y bajorrelieves, también se han aplicado diseños más sobrios con losa de hormigón y hierro, pero conservando las terminaciones curvas.
En la actualidad el edificio es considerado un emblema representativo del movimiento Art Nouveau de la ciudad de Buenos Aires.
No está permitido el ingreso al público en general por ser un edificio de viviendas privadas. Aun así, cuenta con una suerte de protección del Gobierno de la Ciudad.
Vale la pena visitarlo para admirar su fachada y transformar el sonido del tráfico en el sonido de la selva, mirarla fijamente y dejarse atrapar, hipnotizados por las formas ondulantes y envolventes que nos transportan alma a alma a un cuento de Quiroga.
Casa de los Lirios - Rivadavia 2031 Buenos Aires.
Texto: Silvina Gerard @silvina_en_casapines.
Fotos: Instagram.