“Legué a mis hijos no tanto una pequeña fortuna cuando el ejemplo de una vida pura empleada en el ejercicio de todas las virtudes sociales. Mi conducta durante los 57 años de actividad ha sido: TRABAJO, CONSTANCIA Y ECONOMÍA.” Celedonio Tomas Pereda Pereda (1860-1941) memorias.
Llegar a la estancia desbordaba mi curiosidad. Una larga calle muy bien señalizada, a poco de una hora del Obelisco. Un cañaveral marcaba el giro para encontrarme de frente con la majestuosidad misma, coronada por el canto de los pájaros que parecían recibirme.
Fue fácil sentirse dentro de un cuento, aún más cuando la bienvenida es tan amigable. Pensaba, qué suerte es casi primavera, qué suerte es una mañana cálida y soleada para recorrer la estancia.
Celedonio Mateo Pereda (1782- 1835) llegó desde España al Río de la Plata. La familia inicialmente estaba dedicada al comercio, en poco tiempo al almacén de Ramos Generales en Chascomús se suman otros dos, en Dolores y en Gualeguaychú.
La historia de la familia Pereda, una familia de la élite terrateniente, se inicia en la Argentina antes de la independencia de nuestro país en tiempos en que era corriente que se repitieran nombres y apellidos en el linaje familiar.
Con la prosperidad de los negocios comienza luego un segundo período en la familia con la adquisición de tierras y ganado. A las estancias “La Asunción” y “La Encarnación”, compradas en 1884, se sumó “Villa María”, comprada en 1895 por Vicente Pereda Pereda (1826-1914) a fines del siglo XIX.
Por estos años la familia se unió a la iniciativa de Saturnino Unzué, en conjunto con Álzaga y Juan Manuel Llobet para fundar un frigorífico de capitales argentinos, encontrando un próspero terreno para la exportación de carne al mundo.
La zona de Cañuelas para entonces era pionera en el negocio ganadero. Cañuelas remite su nombre a una planta silvestre de hojas anchas y puntiagudas común en los campos de España, también llamada "festuca" o "escañuela". Cuando los expedicionarios españoles llegaron a esta zona observaron algunos pastizales que le hicieron recordar a las "cañuelas" de su tierra natal y entonces designaron con ese nombre al distrito.
En 1919, su hijo, Celedonio Pereda, encomendó al reconocido Arquitecto Alejandro Bustillo la construcción del casco para ser utilizado como villa de veraneo de la familia en los campos de la estancia.
Celedonio, el hijo de Vicente, era médico y filántropo. Se dice que para el final de su carrera buscaba retirarse de las actividades urbanas y dedicarse al mejoramiento de algunas razas ovinas y bovinas.
#TipCementero
Cementos Avellaneda nos contó que el casco de la estancia Villa María fue construido en 1927 con planos del arquitecto Alejandro Bustillo y materiales traídos de Europa. Las canaletas del techo, que tiene 1500 m2, desaguan en la lindera laguna artificial por medio de caños enterrados en el suelo. Este detalle es sólo para darse una idea de la magnificencia del recinto con muebles de época, varios pisos y 14 lujosos cuartos disponibles.
Villa María fue proyectada y construida entre 1923 y 1927 en un claro estilo tudor-normando con reminiscencias neogóticas. El edificio está distribuido por más de 3000 metros cuadrados de superficie utilizando materiales costosos lo que han sido la causa para estar considerado como uno de los mejores conservados de la época.
Además de Villa María se llevó adelante proyectos edilicios como el “Palacio Pereda” en la calle Arroyo 1130 y actualmente es parte de la Embajada de Brasil en Buenos Aires. Ambos asombran aún hoy por su calidad y lujo, como ejemplos de la prosperidad de la economía argentina durante la primera parte del siglo XX.
El edificio residencial principal cuenta con treinta dormitorios, todos con baños, un importante salón comedor, galería, balconadas y una terraza de almenas donde acostumbraban a jugar al chatelain. No hay escalera de honor, ni sala de música, lo que la hace más funcional a las actividades agrarias.
Villa María fue sede de innumerables eventos familiares y sociales que hoy forman parte de la historia argentina.
La casona de apariencia asimétrica está llena de movimientos que la recorren para hacer un todo con balcones señoriales y bays, bellas torres y galerías la completan. La casa tiene una línea de cumbrera bien definida, cinco chimeneas, dos torres, varios módulos y algunos dormers. Recorrerla en su conjunto es superlativo, rodearla, descubrir sus volúmenes, los que se reflejan en el lago cercano de aguas quietas que transmiten calma, mucha calma.
El parque de 65 hectáreas fue diseñado por Benito Carrasco, discípulo nada menos que de Carlos Thays. Los centenarios árboles como cipreses, nogales, alcornoques, nísperos, robles americanos, palmeras y álamos están ahí, marcando la convicción de trabajar "...en defensa y revalorización de lo autóctono...”.
Los canteros de flores, una antigua fuente con un querubín y un ganso de mármol de Carrara componen el conjunto al ingreso, rodeado de altas palmeras, inalcanzables. Cercana un árbol de magnolias gigante da cuenta de los años que pasaron y deja el perfume atesorado en cada visitante.
Las más de 300 especies y los senderos naturales aseguran la floración y el color del entorno durante todo el año. Agrego a esto la gama de aromas que se despierta a medida que recorro el escenario, típico de los grandes establecimientos agropecuarios de la región pampeana de esa época, donde los ejemplares de especies de fines del siglo XIX y comienzos del siguiente, se integraban a la cultura del país.
Al ingreso, la exquisita decoración me deja en suspiros. Abrir las puertas vidriadas de doble hoja, pesadas, revelan un aire Tudor. Hay arcos partidos, a la inglesa del siglo XVI y alguna sugerencia gótica.
La madera abunda, impronta que ya conocemos en Bustillo. Tras un enorme espejo se devela la capilla, un pequeño recinto para las ceremonias familiares y los rezos diarios. Por detrás la sala de billar, revestida de paneles de maderas nobles, carga una decoración aceptable para la época como trofeos de caza, una taquera y un tanteador Burroughes & Watts con detalles de marfil.
En el interior, los salones se relacionan a través de arcadas entrelazadas, recreando un clima medieval claramente definido.
Desde el living y pasando una puerta doble, llevamos al comedor principal. Imperial, con una enorme chimenea en piedra cargando el escudo como remate final. Los pisos rojos y negros, y un cielorraso de rotunda viguería en madera dan el marco a la mesa de luce diez sillas monacales. El salón comedor principal está dispuesto a través del eje del edificio y la luz ingresa por ambos laterales inundando el ambiente.
Continuando el recorrido, me encuentro con la galería, adosada años más tarde oficia de jardín de invierno y es lugar ideal para el desayuno de los huéspedes.
Siguiendo los patrones de lo público y lo privado, el segundo piso está completamente dedicado a los dormitorios. Dos escaleras de mármol llevan al piso superior. En estos ambientes, algunos se han modificado en departamentos de dos ambientes y baño privado. Arriba, la altura de los cielorrasos baja perceptiblemente, lo que le agrega una calidez imitando los cottages ingleses.
Los baños han conservado sus mayólicas crema, sus bachas y sus bañaderas. Hasta los picaportes dan cuenta de los elementos que se usaba para la década de 1920.
Villa María está vestida con muebles de época. Todos los ambientes tienen ventanales que gozan del sol y vistas al verde que parecen ingresar al interior.
A metros de la casa hay una pileta con su deck y una majestuosa laguna artificial en la que se refleja el casco. En esta zona, rodeado por 65 hectáreas de extensión, hay varios edificios originales de la época y una variedad de árboles centenarios que brindan un toque mágico.
A pesar de los años, conserva su aire de château de la arquitectura renacentista francesa de las casas de campo.
A pocos metros una casa que llaman el Chalet Francés, donde vivían originariamente los Pereda, suma cinco habitaciones con el más encantador diseño y refinados remates en muebles de estilo.
Para 1990, la entonces propietaria, Eleonora Nazar Anchorena, perteneciente a una familia de ganaderos, decide convertir la estancia en un emprendimiento turístico, abandonado la ganadería. El complejo en su conjunto pasó a hospedar un hotel de lujo y un club de polo.
La Estancia cuenta con 11 elegantes suites, un restaurante gourmet, un salón privado, un bar, una bodega de vinos. Una serie de galerías y terrazas donde no podía faltar el tradicional damero en blanco y negro, aplicado al piso de terrazas y jardín de invierno que conectan el interior de la estancia con el horizonte de la llanura.
La Estancia Villa María en Ezeiza, atesora un parque majestuoso que gracias a los cuidados de las generaciones que continuaron a la familia tuvieron el denominador común de mantener la historia y trascender su legado.
Texto: Silvina Gerard @silvina_en_casapines.
Fotos: Silvina Gerard y gentileza @estanciavillamaria.