"La felicidad anida más en la nobleza de un bosque que en el lujo sin verde" - Carlos Thays (1849 – 1934), arquitecto, naturalista, paisajista, urbanista, escritor y periodista francés.
Hacia el norte del centro porteño, de cara al río Luján que arrastra sus aguas al estuario del Rio de la Plata, se construyó un palacio que fue marcado por su nombre, “Sans Souci”.
Tal vez fue su destino o quizás trascendió por la impronta de su traducción “sin temor, sin preocupación” ante la posible demolición a la que estuvo expuesto, cerca de desaparecer para siempre.
A principios de 1900 el arquitecto francés René Sergent (1865 - 1927) era considerado el mejor exponente del estilo neoclásico francés en Europa.
Premiado con la “médaille de l'architecture privée” de la Sociedad de Arquitectos se convirtió por entonces en un personaje reconocido y afamado, no sólo por la aristocracia europea, sino también por personalidades de la élite de Buenos Aires.
Los incontables viajes a Europa de las familias acomodadas traían magnificencia e innovadoras formas de vida y la cultura marcaría el camino hacia una ostentosa Argentina.
Es por lo que los Alvear viajan a Paris en 1911, para encargar los planos de una residencia familiar. Se trataba de los hermanos Carlos María, Josefina y Elisa de Alvear.
El arquitecto Sergent, quien nunca estuvo en nuestro país, también diseñó el Palacio Bosch para Ernesto Bosh y Josefina de Alvear, residencia actual del embajador de Estados Unidos y el Palacio Errázuriz para el diplomático chileno Matías Errázuriz y Elisa de Alvear, donde hoy funciona el Museo de Arte Decorativo.
El Palacio Sans Souci, perteneció a Carlos María de Alvear (nieto del general homónimo) y Mercedes Elortondo, siendo este uno de los tres proyectos de la zaga en diseñarse por Sergent para el clan familiar.
Allá por 1914, mientras La Primera Guerra Mundial llegaba a oídos del mundo, los constructores Eduardo Lanús y Pablo Hary colocaron la piedra fundamental de la residencia, encargados de la obra que se edificaría sobre un terreno de 60 hectáreas que había heredado la esposa de Carlos María en la zona de San Fernando, precisamente en Victoria.
Su ubicación fue elegida por paisajistas en un punto panorámico ubicado en la cima de una barranca que pertenece a las últimas estriaciones del sistema de Tandil y Ventana, desde el cual se puede observar el rio.
La obra de cuatro fachadas de símil piedra y refinamiento arquitectónico tardó cuatro años en concretarse. Originariamente contaba con 24 dormitorios y 14 baños, salones, biblioteca, sala de juegos, cocina y dependencias para el personal de servicio.
Los jardines fueron diseñados por el paisajista francés Carlos Thays (1849 – 1934). Guardando una composición armónica y equilibrada, manteniendo la poda ornamental o topiaria.
Thays incorporó especies nacionales de norte y sur de nuestro país, como el cedro azul, las magnolias o las palmeras entrerrianas. El clasicismo de Thays comulgaba con los elementos decorativos propios de la Belle Époque, como fuentes y esculturas que ornamentan el jardín, espejos de agua y grandes copones originales con detalles de guirnaldas y querubines que engalanan el conjunto.
Al ingreso, un hall precede al Salón Imperial, circundado por el resto de los salones. Desde allí se dispone la escalera de acceso a la planta alta del palacio, donde las habitaciones privadas se ubican lejos del área social.
La escalera de mármol de París con balaustrada en bronce está dispuesta en un nicho de ascenso, pasando por dos grandes arcadas, otra más pequeña luce un bello busto femenino. Remata el recinto una gran cúpula que oficia de claraboya de hierro y cristal por donde la luz entra para iluminarlo todo.
Pueden contabilizarse hasta catorce mármoles diferentes en todo el palacio, mientras que el resto de los detalles y terminaciones, aunque parecen serlo, son imitaciones.
El símil mármol fue creado por artesanos suizos del cantón italiano, especialistas en esta técnica. Cuenta la leyenda que, como los agricultores de la región del cantón eran pobres y estaban ociosos durante los meses de invierno, muchos aprendieron oficios y se volvieron hábiles en el arte manufacturero.
Los materiales eran traídos de Europa en barcos mercantes que surcaban mares teñidos de guerra. También desembarcaron artesanos que provenían del norte de Italia, de Francia y del Sur de Suiza, especializados en carpintería, revestimientos de madera, espejos, fallebas, molduras, todos preparados para su directa colocación en obra, conociendo el arte de la edificación palaciega.
Las puertas fueron pintadas imitando las betas de la madera, para que tuviesen marcas idénticas. Arriba, para respetar la simetría, más de una de las puertas es falsa. Los techos tienen una característica que se repite en los diseños proyectados por Sergent, todos estaban pintados de blanco.
Contiguo al Salón Imperial, el Jardín de Invierno “Art Nouveau” luce una amplia galería con ventanales de hierro dispuestos hasta el techo en semi circulo.
Como un gran invernadero surge de Sergent la idea de plasmar los materiales que la Revolución Industrial había anticipado.
Una capilla, próxima al Jardín luce vitraux o vitrales con exaltantes colores testigos de las celebraciones familiares. El oratorio guarda una exquisita sencillez, con detalles de roble, objetos sacros y arriba, el coro corona el recinto.
El Salón Azul, uno de los más dañados por el tiempo tuvo una importante tarea de puesta en valor y recuperación de su color original. Los salones cuentan con arañas de cristal de la casa Baccarat de la región de Lorena, al este de Francia.
El Salón Dorado o de baile es la joya del palacio, con una delicada decoración, luce una chimenea, una magnífica araña, piso de roble de Eslavonia, algunos sillones y un tapiz flamenco del Siglo XVII representando a Alejandro Magno.
Allí se realizó el baile inaugural en 1918 y dicen, la orquesta estuvo dispuesta en esa terraza y las puertas estuvieron abiertas al parque. Contiguo, el salón de los Espejos o de fumadores con cuadros alegóricos, era el recinto privado donde los hombres sociabilizaban marcando, como se acostumbraba en aquel entonces, un espacio masculino.
Pasos adelante ingresamos al Salón Comedor, con una monumental mesa que se rebate hasta para veintiocho comensales. Sus ventanales, altas puertas que solían abrirse en verano daban aproximación a la galería. Las paredes tienen un trabajo de imitación de mármol y boiserie.
Los elementos que sobresalen en esta habitación son la chimenea y unas consolas de mármol italiano, de color violáceo llamado “fiore di pesco” (flor de durazno).
El Palacio Sans Souci perteneció a la familia Alvear hasta 1928 cuando muere Diego de Alvear y es entonces que se dona a la Curia Apostólica. El Cardenal Santiago Copello vivió aquí y al no poder costear su mantenimiento el Obispado estuvo a punto de venderlo a una constructora para demolerlo y construir un nuevo emprendimiento inmobiliario.
Es cuando la Familia Durini entra en escena. Iniciada la década de 1960 los Durini Barra hacen todo lo posible para comprarlo y lo logran, evitando así su desaparición. Desde el Siglo XVIII se dedicaron al servicio del mecenazgo para el arte y restauración de monumentos y sitios históricos.
Para entonces, el Palacio se encontraba en franco deterioro por haber sido vandalizado en varias ocasiones, razón por la que la familia debió iniciar una titánica puesta en valor y recuperación. Las obras se ejecutaron durante las décadas de 1960 y 1970 a cargo de la arquitecta María Josefina Barra de Durini, nueva propietaria y especializada en restauración de monumentos.
Una vez concluidas las obras, esta joya arquitectónica recuperó su brillo y lo mantiene vivo con el funcionamiento de varias actividades abiertas al público.
“La Taberna” es el restaurante del subsuelo, la Casa de Té, las visitas guiadas y el sorprendente Museo de Arte Religioso. Se trata de objetos y altares de las principales religiones del mundo que pertenece a la colección privada de los Durini Barra.
También un ala del palacio se transformó en grandes departamentos que se alquilan temporariamente.
Tras sus muros, in situ se escuchan historias que lo vuelven vivo y sonoro. Algunos dicen que los píxis, duendes atemporales viven eternamente jugando en el jardín.
El relato del pasado lo convierte en presente, un presente que denota la “passion pour l´art” de quienes lo recuperaron celosos de su historia para trascender atemporalmente.
Sans Souci, “sin temor, sin preocupación” de pie, seguirá latiendo.
Fotos: Ale Carra
Edición de video: Cristian Calvani