Una embriagadora combinación de emociones como una quimera nos mece al sonido del mar, hipnótica la mirada al romper de las olas sobre las rocas. El escenario perfecto para contemplar un horizonte infinito. Así se siente desde el Torreón del Monje, una península de historia que desafía al viento húmedo, salado y bullicioso del mismísimo Atlántico.
Un cofre encontrado por un picapedrero italiano entre las rocas cercanas al Torreón devela una leyenda. Rocas eternas que escondieron una historia de mar y presencias.
Se dice que hacia fines del siglo XVII existía una fortaleza que había sido construida sobre Punta Piedras por el Padre Ernesto Tornero, perteneciente a la Orden de los Calvos.
En la torre vivía el soldado Alvar Rodríguez, protegiendo la fortaleza en relaciones amistosas con los indígenas que provenían de la vecina Reducción del Lago (Laguna de los Padres).
Allí conoció a una hermosa india llamada Mariña con quien comenzó un apasionado romance, el cual causaría el enojo del cacique Rucamará, quien también pretendía a la muchacha. Rucamará decidió asaltar la torre con el objetivo de apoderarse de la hermosa mujer. Su ataque tuvo éxito y se atrincheró en el Torreón, pero el soldado logró escapar y prometió volver a rescatar a Mariña y recuperar la fortaleza.
Tras varios asaltos fallidos, Alvar Rodríguez recurrió a otra joven india llamada Nalcú, que había sido desplazada por el Cacique y que estaba dispuesta a traicionarlo. Nalcú visitó al cacique y con una poción lo adormeció, a él y a Mariña. Luego, pactó con los españoles para que atacasen la fortaleza.
En medio del ataque, Rucamará reaccionó y tomó a Mariña sobre su corcel emprendiendo la huida. Rodríguez inició su persecución y, al verse acorralado, el cacique montando a caballo se arrojó al mar con su amada desde lo alto de la barranca.
El soldado recuperó el fuerte al precio de perder a su amor y así vivió encerrado en la Torre por el resto de sus días convertido en Monje.
Se cuenta que en noches de luna llena se oye el galopar de un caballo y, en lo alto de la Torre, se ve la figura de una hermosa mujer morena vestida de blanco.
Fue Ernesto Tornquist, un miembro de la élite europea quien encargó en 1904 la construcción de la "Torre Belvedere" al arquitecto alemán Karl Nordmann, de corte medieval como un castillo.
La torre fue donada por Tornquist a la ciudad para convertirse luego de los años, en el actual Torreón del Monje.
Este icónico mirador fue ampliado en 1927 e inaugurado en 1929. El edificio fue diseñado por los arquitectos Eduardo Lanús y Federico Woodgate.
Ya como Torreón del Monje en la década de 1940 pasó a ser la sede del Círculo de Oficiales de la Marina, hasta finales de la década de 1960. Desde entonces permaneció cerrado por más de 10 años sufriendo un deterioro en su estructura de tal magnitud que se debía demoler gran parte de la construcción.
Me recibe Florencia, hija de Domingo Parato, un hombre que tuvo una desafiante tarea, sostener un edificio histórico, ícono de la ciudad más feliz.
El empresario marplatense Domingo Parato comenzó a trabajar en la puesta en valor de la unidad en 1979 convirtiendo al Torreón del Monje en una de las postales indiscutidas de Mar del Plata y recuperando sus enormes valores patrimoniales y culturales.
Parato también se encargó de la construcción de dos escolleras, obras impensadas en 1980, que junto con el sembrado de arena, permitieron formar una playa donde los turistas y locales pueden disfrutar de una vista única de Mar del Plata.
Su robustez, como rasgo medieval, condice con algunos detalles singulares del Belvedere. Una pequeña escalera helicoidal construida totalmente en piedra natural o las gruesas cornisas, ménsulas, modillones y contrafuertes. Pequeñas ventanas con arco de medio punto y la piedra, se distinguen en las torres mientras que, en el prisma principal de la plata baja, se combinan los arcos rebajados y de medio punto. La estructura de la losa es de bovedillas constituidas por perfilería metálica y ladrillo.
La ampliación de 1929 adosa, directamente, sobre dos de las caras del volumen pétreo inicial del Belvedere, una propuesta edilicia que adopta un lenguaje y una composición asociados a la corriente pintoresquista.
Pocos saben que originalmente aquí se practicaba tiro a la paloma (más tarde al disco). La pedana es una gran plataforma sobre estructura de hormigón. Estas competencias comenzaron a popularizarse en Londres y desde allí se extendieron por Reino Unido, Francia y España, siendo un deporte para las clases aristocráticas.
A la Argentina llega a fines del 1800 y se funda en 1890 el Pigeon Club Argentino en Mar del Plata. Es punto de encuentro de las clases acomodadas que aquí veraneaban y sede en el Torreón desde 1929.
Hoy de la mano de María del Carmen Sarlo y sus hijos Florencia, Nicolás y Rodolfo, el Torreón despliega sus alas al mar con ambiciosos proyectos para seguir dando vida a este rincón que Domingo soñara a la medida de Mar del Plata.
Un parador y balneario con piscinas y amenities, gimnasio y escuela de actividades y deportes náuticos. Un restaurante con exquisita gastronomía y una inigualable terraza.
Además, "Mar de Cartas" un épico proyecto histórico, cartas recopiladas por el Centro de Documentación Epistolar, un archivo digital de cartas, telegramas y postales personales que pone en valor a la carta como huella imprescindible de la memoria colectiva.
La exposición cuenta con cartas originales de historias de amor y desamor, inmigrantes en Argentina, celebridades nacionales y turismo. Además, una tienda de libros, cuadros y objetos de emprendedores marplatenses.
El Torreón del Monje, vigía y custodio del mar. Testigo de veranos eternos y vientos inquietos. Historias inolvidables que muchos guardamos eternas, así, como Alfonsina al mar.
Texto: Silvina Gerard @silvina_en_casapines.
Fotos: Silvina Gerard y @torreondelmonje.