En 1931, el intendente de Buenos Aires, José Guerrico, apagaba el último farol a gas y en toda esa década, empezarían a brillar los materiales propuestos por un nuevo orden arquitectónico con predominio de vidrio, mármol y acero inoxidable.
Primero llegaría la Equitativa del Plata y la Casa del Teatro de Alejandro Virasoro para espanto de los cultores de la arquitectura clásica. ¡Y eso que aún no teníamos al porteñísimo “adefesio” racionalista aborrecido por casi todos! Me refiero al Obelisco, claramente.
Luego, el Kavanagh rompería con la homogeneidad de los palacios y mansiones señoriales de Retiro; y el MOP, esa gigante protuberancia de hormigón que le salió a la 9 de Julio y que, ahora, un ex candidato proponía demoler para terminar con las manifestaciones y protestas.
Se tardó en entender este nuevo paradigma arquitectónico en tiempos en que todavía las borlas y los tapices bordados decoraban las paredes de los palacetes.
Pero poco a poco, el racionalismo -que se empezaba a llevar de maravillas con el art déco- se impuso en Buenos Aires, expresando elegancia y sofisticación a través de líneas definidas, contornos nítidos, formas elegantes y simétricas, colores primarios brillantes, cromados, esmaltes y piedras muy pulidas. Se empieza a mixturar lo refinado, lo funcional y lo modernista.
Es en ese contexto es que aparece en la Diagonal Norte el edificio Volta, diseñado por Alejandro Bustillo, hermano del ministro de Obras Públicas durante el mandato del gobernador bonaerense Manuel Fresco y sobrino del ingeniero Eduardo Madero, creador del proyecto de Puerto Madero.
En la década anterior, se reconoce a Bustillo por su inclinación al academicismo con obras imponentes como la actual sede de la Embajada de Bélgica construida para Ernesto Torquinst, donde el arquitecto estampa su firma con orgullo mientras que le niega este privilegio a la casa racionalista de Victoria Ocampo que está casi enfrente. Corría el año 1928 y Bustillo sentía pudor por esa obra tan osadamente vanguardista que él mismo había proyectado.
Pero volvamos al Volta. Se trata de un importante edificio de oficinas construido como sede de la Compañía Hispano Americana de Electricidad (CHADE), proveedora del suministro eléctrico de la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Su creación dio origen décadas después a SEGBA.
Está ubicado en Av. Roque Saenz Peña 832. Se destaca su sólida fachada revestida en granito negro, gris y rosado en el basamento y travertino en el resto, con sobrias ornamentaciones.
El frente de la ochava puede ser admirado gracias a una plazoleta triangular, en donde se alza el monumento al legislador Lisandro de la Torre.
Mediante el acceso principal se accede a un gran salón de doble altura pensado como sala de exposición de productos de la CHADE.
El edificio contó en su momento con 5 ascensores de pasajeros, un montacargas y otro ascensor de pasajeros de uso privado ubicado en el local del mismo edificio, todos de la firma Otis. Actualmente mantiene la misma cantidad de ascensores pero modernizados.
Te estarás preguntando qué hay hoy en el edificio que fue declarado Patrimonio histórico de la Ciudad de Buenos Aires. Actualmente aloja estudios de abogacía, call centers, espacios de coworking y una sede de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
Texto y fotos: Mariela Blanco (@marielablancoperiodista), periodista y autora de "Leyendas de ladrillos y adoquines".
