Ella mira por la ventana. Eran tres kilómetros de tierra para llegar al pueblo. Y en el camino, Sabina Tiemroth veía verde, mucho verde, árboles y bardas más allá. Había chacras de uno y otro lado del camino. Todas le resultaban familiares, porque ella tenía y también sus amigos de la infancia en Cinco Saltos, Río Negro.
“Nací en Neuquén, pero mis papás vivían en Cipolletti. Mi primer mes de vida fue en Neuquén, y después nos mudamos a Cinco Saltos, al barrio Indupa… Mi papá ingeniero trabajó ahí”.
Ahí, ese lugar mítico de su infancia que la artista textil Sabina Tiemroth hoy recuerda es la empresa química que le puso el nombre a la zona, porque por aquellos días representaba el motor económico de los que vivían en ese lugar del sur del país.
A ella le encantaba acompañar a su papá a su lugar de trabajo, y más le gustaba quedarse a jugar en las chacras y mirar unos finos y coloridos hilados que se usaban en el sistema de espaldera, para aplanar y apuntalar las plantas.
“Después, estudiando la carrera, me di cuenta que era remanente textil. Me encantaban esos pedacitos de tela de colores. Eran unos hilados bien chiquitos que sostenían la rama del árbol, y para mí eran muy bellos, tanto de colores como cuando quedaban desgastados por el tiempo, corroídos, o fusionados con lo natural”.
Retrato de Sabina Tiemroth: la raíz de una diseñadora singular
Es el principio -el origen- de la historia de Sabina Tiemroth. Es la mejor manera de contarla: desde la materialidad de esta tanza que sostenía los árboles del paisaje patagónico al que pertenece.
“Cuando volví a las chacras, después de mucho tiempo, hablaba con el peón de toda la vida sobre por qué usaban ese hilo y cómo dejaron de usar el textil para reemplazarlo por plásticos que actúan diferente: la tela permite que la planta no se ahorque, algo que no sucede con el hilo plástico que lo reemplazó porque es más barato, en esto como en otras cosas de la vida cotidiana en las que terminó siendo predominante”. Pero eso es otra historia...
En el camino de su casa al trabajo de su papá y a la escuela a Sabina Tiemroth también le llamaba la atención la basura acumulada. Y esa chica que creció en los años 90, cuando todavía no había un sistema de recolección y reciclado de basura sistematizado, a los primeros reclamos “Save The Planet” los adoptó profundamente.
“Tenía mis libros verdes de niña ecologista, y juntaba latitas y botellas para una campaña organizada por la escuela para reciclar y hacer bancos -recuerda- La escuela que recolectaba más ganaba algo. No sé, pero me acuerdo que yo salía a buscarlas, las cargaban en mi mochila, y para mí fue una obsesión”. Ahora, ella sabe que fue el principio de su inquietud por “hacer algo” y clave en su desarrollo como diseñadora.
“Me define el textil, me defino como diseñadora artista, y parto principalmente de la materialidad”. Así elige presentarse Sabina Tiemroth, de pie y en el centro de su casa taller en Vicente López, con todas sus piezas alrededor: armadas, montadas, en progreso, desarmadas, más decenas de bolsas con materiales, todos textiles. Y cuenta que también disfruta mucho como Docente de Indumentaria Textil en una escuela secundaria Aula 21.
“Me interesa trabajar el textil en su reutilización y en realizar como una especie de compostaje textil. Me di cuenta de que todo lo que yo hacía también generaba un propio desperdicio, y lo empecé a conservar y guardar en bolsas”.
Sabina eligió estudiar diseño durante su adolescencia, cuando ya dibujaba figurines, bocetos y prendas en unos cuadernitos que todavía conserva.
“A los 16 años mis papás me regalaron una máquina de coser. Cuando nos mudamos a Plottier, también por el trabajo de mi papá, me puse a estudiar corte y confección. Siempre hacía cosas para mí, ropa y accesorios para mí y para mis amigas”.
Su próxima estación en el viaje fue el traslado a Buenos Aires, donde estudió y obtuvo el título de Diseño de Indumentaria y Textil en FADU.
Las claves de Sabina Tiemroth: crear, reciclar y reutilziar
Mientras hacía la carrera, Sabina Tiemroth trabajó para una profesora que tenía una marca sastrera. “Aprendí todo lo que era producción. Fue una escuela impresionante que me puso en contacto con un montón de talleres con los que sigo trabajando”. Además, hizo seminarios en el Centro Metropolitano, y sobre todo workshops sobre reúso.
“Siempre tuve curiosidad por el diseño. Me gusta diseñar, me gustan los objetos. Pero soy muy consciente como diseñadora del rol que uno cumple: estoy creando algo en el mundo y me pregunto cuál es el impacto que tiene, a nivel social, personal, ecológico, económico, desde otros lados. En aquel momento no había mucha gente haciendo esto y yo sentía que tenía algo que expresar de mi parte, y por esos termino eligiéndome para hacer un proyecto propio alrededor de eso”.
Eso que dice. Eso que hace Sabina Tiemroth es reciclar y reutilizar, todo, casi todo lo que puede y como pueda, una y otra vez. A su propio “exceso de producción” lo acumula desde el inicio de su actividad. Lo guarda y clasifica; al principio por colores. Más adelante, con menos obsesión, pero manteniendo la uniformidad y la convicción.
“Investigué de las industrias, sobre cuáles son sus remanentes y desperdicios, y hoy cuento con proveedores a quienes les compro el material. Cuando recibís una bolsa, primero hay que seleccionar, y luego separo sabiendo para qué va a servir cada cosa, pensando desde la materialidad para saber en qué puedo trabajarla”.
La atracción por los objetos la impulsaron a estudiar joyería contemporánea. Lo hizo con Jorge Castañón, referente y maestro del oficio, fundador de La Nave. Y Sabina fue… Junto a una compañera de la carrera empezó a hacer un proyecto propio y compartido. “Yo aportaba la parte textil y ella la parte en metal. Trabajaba con remanente textil, con fibras surgidas de hojas de pinos, más el metal y alambre de alpaca oxidada”.
Cómo son las lámparas Cocun de Sabina Tiemroth
Entrenadas, alentadas e impulsadas por su mentor, se presentaron para participar en un importante concurso de joyería contemporánea, en Alemania, y fueron seleccionadas. “Apenas llegamos, tuvimos la sensación de que al año siguiente teníamos que volver, y así organizamos la primera muestra de joyería contemporánea en Alemania, en 2014, convocando a otros artistas. Fuimos seis que abrimos el camino”.
En 2018, con la colaboración de otras dos artistas, Sabina Tiemroth comenzó a armar obras textiles grandes, cada vez más grandes. “Tenía una necesidad de expandirme en el espacio. El textil es tiempo, y en la escala en la que yo quería hacerlo era muy difícil -explica- Parte del remanente que utilizo se deshace, y yo quería reconstruir ese textil. Probé con un montón de materiales que ligaran, y el que más me resultó fue el yeso, lo que tienen los bastidores de los artistas”.
Aunque le costó incorporarlo como material aliado, lo adoptó para consumar su fusión de diseño textil y arte.
“Al arte lo pienso en todos los sentidos”, afirma Sabina al frente de un mural hecho con telas recuperadas, cocidas y pegadas, que se puede ver tanto de frente como por detrás. No hay uno y otro lado, o es lo mismo. Es lo que siempre quiso hacer y que ahora hace desde su lugar de trabajo que se transforma según el proyecto. Ahora, hay testimonios del inicio de una gran amistad de la diseñadora con los biomateriales, visible a través de piezas en diferentes estados de creación y madurez.
Uno de los últimos proyectos y que más la atrajo al mundo de la decoración es -junto a Telar Madre- la colección “Cruza” de almohadones, alfombras y cortinas que confecciona alineadas con tejedoras de Santiago del Estero como piezas únicas y limitadas. “El relleno también es vellón recuperado -resalta- Trabajamos con una diseñadora emprendedora que desarrolló una máquina para desfibrilar textil, y nosotras usamos ese vellón para rellenar los almohadones, con telas que ya no tenían otros usos posibles”.
Y en el final, ¡se hizo la luz! Una de las creaciones más celebradas de Sabina Tiemroth son las luminarias de su colección “Cocun”. Son lámparas que empezó a idear y bocetar hace una década, mientras trabajaba con textiles que se fueron revelando en formas/amorfas. Por entonces, si bien empezaba a verlas como posibles pantallas textiles de iluminación, Sabina no quería que hubiera ninguna estructura en metal. Pero la irrupción del led, abrió el paso.
“Empiezo a tejerlo con el led, que no calienta, no quema, ¡y logro lo que yo quería!: un capuchón, una pieza movible, orgánica, reversible, y hasta puedo darla vuelta”.
El nombre “Cocun” surge de la forma que va haciendo el gusano de seda al tejer su capullo. “Ilumina distinto en cada lado, y las más largas se pueden plegar, focalizarse y generar otros efectos”, explica Sabina su línea de lámparas textiles artesanales que -desde 2018- hace a pedido.
“Estoy tratando de que las armen otras personas, pero es una técnica súper artesanal y poder estandarizarla es muy difícil. El arte textil es a pedido. Puedo producir sin exceso, y en mi vida cotidiana me manejo de esa misma forma: lo que me alimento, lo que hago, es una forma de vida”.
Texto: Juan Martín Cutro. Fotos y video: Elisabet Correa. Edición de video: Rocío Bustos.