Si bien las leyendas urbanas y las historias de fantasmas convocan a multitudes, el ex Cementerio del Norte cuenta con verdaderas joyas arquitectónicas. Además, allí descansan las figuras más distinguidas de la aristocracia porteña del siglo XX y del ámbito político local.
En el marco de la Semana Deco Para Ti, Mariela Blanco (@marielablancoperiodista), periodista y autora de "Leyendas de ladrillos y adoquines", nos invita a conocer la historia de algunas de las bóvedas más destacadas del Cementerio de la Recoleta.
Bóveda de la familia Leloir
Las familias tradicionales siempre tuvieron su mansión en la ciudad, la casa de campo y la bóveda en Recoleta. A la tumba en la cual descansan los restos del Premio Nobel de Química, Luis Federico Leloir, la vamos a reconocer de inmediato ya que se trata de una construcción hermética coronada por un templete dentro del cual aparece una cúpula.
Tiene un Cristo hecho con teselas de oro de 18 kilates y, en el interior, posee una lupa que permite ver la figura en todo su esplendor.
Pero, además, cuenta con ascensor para poder bajar los dos subsuelos con capacidad para albergar más de 250 féretros. Realmente una de las más impactantes del Cementerio
Bóveda de la familia López Lecube
Esta bóveda posee dos esculturas que representan a los Santos Evangelios. Fueron esculpidas por Lola Mora -nada más, ni nada menos- pero fueron firmadas con el apellido de casada, Hernández.
A la “escultora de la Patria” conocida por su osadía, le pidieron expresamente que no hubiera desnudos. Cumplió pero, rebelde como era, le dejó un hombro y un pie al descubierto a una de las estatuas.
Por supuesto que hubo reclamos e indignación por considerar que esas esculturas de mármol eran “obscenas” según los valores morales predominantes a principios del siglo XX.
Bóveda de Liliana Crociati
Liliana Crociati murió trágicamente a los 26 años cuando disfrutaba de unas vacaciones con su esposo en los Alpes. En febrero de 1970 un alud embistió la ventana de la habitación del hotel donde se hospedaban. No pudo escapar y murió asfixiada.
Sus padres le pidieron al escultor Wifredo Viladrich que diseñe una tumba de estilo neogótico con una escultura de bronce que refleje a la joven Liliana con su vestido de novia, el anillo de compromiso y su amado perro Sabú.
El sepulcro está ambientado como la habitación de adolescente de Liliana, con su escritorio, su biblioteca, algunas fotos e, incluso, una cajita de madera con los restos de su mascota.
Además, la tumba está rodeada con un jardín de rosas que eran las flores preferidas de la joven. Hoy, la bóveda es una de las más visitadas de la necrópolis por su belleza realista y por la leyenda urbana que sostiene que trae suerte tocar el gastado hocico de bronce de Sabú.