En la primavera de 1884, en los confines de una Buenos Aires de calles adoquinadas, casas bajas y malvones en los jardines, dos inmigrantes inauguraron Las Violetas en la esquina de Rivadavia –ex Camino Real del Oeste– y Medrano.
Argentina aparecía como una nación en desarrollo que auguraba un futuro de grandeza. Los “tramway” eran tirados por dos caballos con campanillas en los arneses y un jinete con blusa verde precedía cada coche para alertar al peatón del posible peligro.
Ese año, el mundo conocía la pluma estilográfica, la Academia de Medicina de París daba su aprobación al método Pasteur de curación de la rabia y Thomas Edison descubría el “efecto Edison”, base de la electrónica moderna.
Se dice que aquel 21 de setiembre asistió a la inauguración de la confitería emblemática el ministro Carlos Pellegrini de bastón y galera, que luego sería Presidente de la Nación.
Posteriormente, en 1920, se construyó el edificio actual con sus salones de doble altura, columnas interiores con capiteles dorados, pisos de mármol, apliques de bronce y los característicos grandes ventanales de vidrios curvos y vitrales que son marca registrada de su exclusiva arquitectura.
Espejo, yeso y lujosos tapizados del mobiliario en tonos pastel terminan de engalanar una obra distinguida y de refinado gusto.
Las Violetas nació un domingo de primavera para marcar la pausa. Pero la historia de la confitería elegante que recrea la atmósfera del romanticismo, incluyó la quiebra y un cierre de tres años (entre 1998 y 2001).
Mientras los vecinos reclamaban la reapertura, la Legislatura de la Ciudad declaró al inmueble como Área de Protección Histórica y de Interés Cultural.
El cierre marcó un punto de inflexión y toma de conciencia. De hecho, impulsó la Ley Nro. 35 de Bares Notables, herramienta fundamental para la preservación de otros tantos espacios de similar valor histórico y cultural.
Un grupo de empresarios gastronómicos asumieron ese desafío de recuperar la confitería manteniendo el estilo original, desde el piso de mosaico granítico, hasta las tulipas de las arañas, talladas a mano por artesanos, y la restauración de la boisserie y los vitrales, que sufrieron el inexorable deterioro del paso del tiempo.
Si bien desde el virreinato ya existían cafés donde cerrar compromisos, tratar de arreglar el mundo o soñar una vida mejor frente a un pocillo humeante, para el escritor Omar Granelli el nacimiento de esta confitería trajo a la sociedad almagrense “un remanso cálido para la fatiga diaria”.
Pascual Contursi, Cátulo Castillo, Ireneo Leguizamo, Roberto Arlt, Carlos Gardel y Alfonsina Storni fueron algunas de las celebridades que frecuentaban la confitería.
Hoy, muchos de ellos vuelven a decir presente cada vez que alguien los evoca al pedir alguna delicia de la carta que lleva su nombre.
Texto y fotos: Mariela Blanco @marielablancoperiodista.
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