Los almácigos son la primera etapa del huerto. Allí es donde las plantas germinan y crecen hasta el momento de ser transplantadas a la huerta, su lugar definitivo. Se pueden hacer en canteros, bandejas multiceldas o en macetas trasladables. Y según el espacio varía la cantidad de semillas.
Entre las múltiples ventajas que ofrece este tipo de siembra, una de las principales es que protege las plantas del calor o frío cuando aún son pequeñas.
Además, los almácigos permiten eliminar yuyos con facilidad; elegir las mejores plantas y aprovechar mejor la tierra del huerto.
Los plantines de ciertas hortalizas germinan en almácigo y solo cuando alcanzan el tamaño adecuado se transplantan.
Fernando Queirós y Raquel Barg afirman que "algunas plantas como zapallo, sandía, melón, pepino, zapallito, calabaza, porotos, chaucha, haba y arveja son más difíciles de cultivar en almácigos y, en caso de hacerlo, conviene sembrarlas en bandejas y transplantarlas a raíz cubierta, aunque lo más frecuente es sembrarlas en el lugar en donde se desarrollarán de forma definitiva".
Según la especie, las plantas pueden permanecer en los almácigos entre 30 y 100 días.
No conviene transplantar zanahorias, nabos, rabanitos y remolachas ya que se corre el riesgo de dañar o quebrar las raíces que son sus principales partes comestibles. Lo más común es hacer siembra directa en un cantero o en un camellón y luego ralear.