Hagan el experimento: pongan, una al lado de la otra, dos fotos de Meghan Markle, exactriz norteamericana de televisión y nueva duquesa de Sussex tras su casamiento con el príncipe Harry de Inglaterra. De un lado, una chica de sonrisa enorme, pelo perfecto y vestido de color shocking, con un escote olímpico. Del otro, alguien que es casi idéntica, pero como si la hubiesen metido en la Máquina del Tiempo y sólo para envejecerla. ¿Cuál es la verdadera? ¿Quién de las dos es “la real”? Entre una y otra imagen no ha pasado solamente el tiempo: ha pasado un modo entero de entender la vida.
Vayamos mejor por partes. Y la primera parte en esta historia pasa por entender que la llegada de Meghan Markle (36) a la familia real fue un verdadero “bombazo”. Nortemericana, mestiza, divorciada (estuvo casada dos años con un actor), hija de padres separados y estrellita televisiva en ascenso, Meghan encarna cada uno de los prejuicios de la familia real británica.
A esa familia, Meghan la sorprendió con un casamiento lleno de música gospel, colores y espíritu afroamericano. El punto es que, pasado ese primer momento de “permiso matrimonial” para el festejo y ciertas licencias en el protocolo, la casa de Windsor parece haber comenzado a ajustar las clavijas en torno de su nueva integrante. ¿Con qué resultados? Veamos.
LA DUQUESA QUE QUERÍA VIVIR. Amy Pickerill es la rubia que acompaña a sol y sombra a la pareja de Meghan y Harry, y no es casual: la chica, egresada universitaria y parte del equipo de Relaciones Públicas de la casa real, está desde febrero de este año asesorando a Meghan en su nuevo rol de duquesa. Se la puede ver pues rondando a la pareja y fue ella la que tuvo a su cargo la dura tarea de decirle a la exactriz que debía cerrar todas sus redes sociales. Para ese entonces, Meghan tenía 2 millones de seguidores en Instagram, 800 mil en Facebook y 350 mil en Twitter.
Además de eso, se le pidió que abjurara del ajo, de las pastas que tanto le gustan (la reina las desterró de los menúes de palacio), del negro que le gustaba ponerse en las uñas, de ciertos cortes y marcas de ropa y hasta de la parte “más bullanguera” de su familia.
Su padre, Thomas Markle, por caso. En efecto, el hombre no se cansa de dar entrevistas en las que cuenta lo triste que está por haber perdido completamente el contacto con su hija.
Hoy la relación entre Meghan y su padre está mal, pero la que tiene con su hermana Samantha es todavía peor porque la mujer advierte que si Thomas Markle muere, “la culpa será toda de Meghan”.
A este frente de tormenta se le suman los constantes reclamos y “retos” por parte de su nueva familia real. Si la duquesa aparece en una foto oficial con las piernas cruzadas, se lo hacen notar: los pies deben estar sobre el piso y juntos en el momento del clic; si la chica abraza y besa a su marido, lo mismo, porque las demostraciones físicas de afecto no son admitidas en medio de tanta testa coronada.
En la reciente visita de la pareja a Irlanda, una fuente cercana a la familia real contó que el príncipe había considerado que el atuendo de su mujer no era lo suficientemente “tradicional” y le pidió especialmente que comenzara a lucir vestidos y faldas. “Tenés que dejar de vestirte como una estrella de Hollywood”, le habría dicho.
En tanto, del otro lado del Atlántico su suegro sigue hablando: Lo veo en sus ojos y en su cara; se nota incluso en la forma en que sonríe”, dijo. Puede que esté en lo cierto.
Puede que Meghan esté comenzando a sentir el verdadero peso del protocolo británico. O, peor todavía, comenzando a advertir que éste es uno de esos papeles que no se terminan al final del día. Ella es la duquesa de Sussex a tiempo completo y para siempre. Y todavía hay que ver si podrá llevar adelante un personaje como éste.
Textos: Quena Strauss. Fotos: Fotonoticias