Imagino dos mundos, de cemento la ciudad, de mareas y barro las islas del Delta. Donde las hortensias ocultan los palafitos de las casas, donde la pisada húmeda no deja huella junto al mimbre.
Ahí, en Tigre, es donde la sociedad porteña encontraba un espacio de reunión y esparcimiento y los clubes de regatas fueron un punto de conexión para la colectividad italiana de entonces, entre otras agrupaciones.
El Duque Luis Amadeo de Saboya del principado de Abruzzi (marino, explorador y geógrafo italiano) viajó a nuestro país en 1904 invitado por el entonces presidente Roca. Se organizó una regata sobre el Río Luján de Tigre para agasajarlo.
El duque, al ver que no se disponía de un edificio para procurar flamear la bandera italiana, alienta a los compatriotas a organizarse con la promesa de construir una sede social y deportiva para la colectividad y promover así la actividad náutica que llevara los colores de su patria en las embarcaciones.
Así comienza la historia del “canotto” y los años de esfuerzo trajeron la victoria y como resultado una medalla olímpica en remo para la Argentina, ganada en las Olimpíadas de Helsinki de 1952.
Tranquilo Cappozzo y Eduardo Guerrero ganaron la medalla de oro en la prueba de doble par de remos sin timonel, la única de oro obtenida por el remo argentino.
Para 1910 queda habilitada la sede social y deportiva que llamarían “el chalet” sobre la margen derecha del Rio Tigre, dando inicio al ritual de encuentro social, carpintería y guardería de botes de remo.
Tiempo después se compra la quinta y residencia de la familia Vivanco, lindera al “chalet”, para alojar la nueva sede (en la actualidad funciona el restaurante Vivanco).
En 1921 el “chalet” se demuele y en el mismo espacio se construye la gran obra de estilo gótico veneciano, un palacio inspirado en el Ducal y el Contarini del Bovolo, siendo la actual sede del Canottieri Italiani (remeros italianos).
Una obra que enlaza la similitud del Delta con la mismísima Venecia y sus ya conocidos canales y riachos que se abren a un paradisíaco delta hacia el Río de la Plata.
El concurso tuvo como ganador al proyecto de Becú y Moreno con la constructora Dickerhoff & Widmann. Se atribuye al arquitecto Gaetano Moretti la realización de la fachada, la escalera principal y la terminación del edificio.
Al frente, el palacio parece definir claramente su estilo italiano porque ni la Loba Luperca falta sobre el alto muro que procura recordar la leyenda romana. Debajo, la inscripción con sigla SPQR (Senatus Populus Que Romanus).
En el hall de entrada me esperaba el señor Omar Esper, vicepresidente del Club y socio desde febrero de 1953. Indiscutible su pasión por el club donde vivió parte de su vida cargada de anécdotas que comparte mientras recorremos el palacio.
La boiserie de roble continúa enlazada a la escalera de misma madera en una composición exquisita de ebanista. Es la misma escalera que asciende al primer piso donde se ubican los frescos de Enrico Albertazzi.
Uno de ellos es la glorificación alegórica de los viajes y descubrimientos de Américo Vespucio, basada en el grabado de Giovanni Stradano de 1520 con que confeccionara el primer mapa del continente americano. En la siguiente pared, otro fresco en bajo relieve recrea a San Jorge en su caballo, a capa y espada contra el dragón en una feroz pelea.
La luz que ingresa por los grandes vitrales da vida a las escenas de navegación en el imperio romano. Dos ventanales de tres planos verticales unen el cielo con el mar y están firmados por M. Casanova e Hijos.
Uno alude a imágenes de embarcaciones, el puerto de Ostia, que fuera una ciudad antigua en la costa del mar Tirreno y que funcionó como puerto de la antigua Roma en la boca del río Tíber. Allí el viento empuja las velas hacia otro destino, recreando el transito marítimo y sus lazos con otros puertos.
El segundo a Venecia, las cúpulas de San Marcos de inspiración Bizantina, recordando las iglesias de Constantinopla y las banderas rojo y oro flameando en las naves. La bandera de Venecia está formada por un fondo en color rojo sobre el cual vemos en oro al León de San Marco, patrón de la ciudad.
El palacio se guarda bajo llave, como un tesoro que atraviesa generaciones de remeros que cortaron la bruma a brazo firme, remando una historia de más de cien años.
Será que la ciudad no cabe en las islas, pero un palacio de cemento las linda. El Canottieri flamea sus colores, cumpliendo la promesa y alienta al marino, explorando canales, como el duque italiano que prometió los colores de Italia en el Delta.
Tenemos Venecia, se llama Tigre y como el mismísimo Ducal o el Contarini, El Canottieri vive en cada marea que respira historia y exhala presente.
Texto: Silvina Gerard @silvina_en_casapines.
Fotos: gentileza Silvina Gerard y @club_canottieri.