El futuro es una incógnita. No solo a nivel laboral o profesional sino también personal. ¿Qué nos depara el destino? ¿Qué les depara el destino a nuestros niños? ¿Estaremos educando niños para un mundo versátil, complejo y desconocido?
Hay algo que debemos tener en claro, si los preparamos para el mundo de hoy, será un tanto desacertado. ¿Por qué? Porque al momento de que nuestros niños sean adultos, el mundo ya será otro.
Cuando nos detenemos a pensar en la crianza y desarrollo de nuestros pequeños, palabras como autoconfianza, miedo, frustración, autoestima, resiliencia, esfuerzo, ansiedad, perseverancia, enojo, celos, límites, logros –y otras tantas– invaden nuestros pensamientos.
Ser mamá o papá no es fácil. No queremos que nuestros hijos atraviesen situaciones que los lastimen, queremos que sean aceptados y queridos en sus círculos de pertenencia. Nos gustaría que no cometiesen errores, aunque sabemos que es imposible.
Cada niño o niña tiene un camino a recorrer, y como adultos responsables de su formación, no podemos remover todas las piedras que encontrarán en el sendero. Pero sí podemos mostrarles qué piedras vale la pena pisar y cuáles esquivar y cómo levantarse fortalecidos ante un tropiezo. Crecer implica cometer errores. Pero equivocarse puede ser una experiencia en la cual nuestros hijos pueden ensayar la resiliencia emocional. Aprender a ser resiliente implica capitalizar los desafíos y obstáculos para volverse más fuerte y estar mejor preparado para una vida llena de sorpresas.
La infancia es el momento de la vida donde debemos enseñarles a los chicos a fracasar “con dignidad” para que capitalicen los fracasos. De lo contrario, serán adultos sin perseverancia y no creerán en sus habilidades y capacidades para tener éxito.
El trabajo con las habilidades "blandas", basadas en cómo nos comunicamos y relacionamos, será fundamental para que nuestros hijos puedan tener una vida mucho más satisfactoria e interesante. Ayudar a nuestros niños a que comprendan cómo piensan, sienten, eligen y se relacionan con los otros es la clave para que puedan conocerse, autorregular sus emociones y trazar el mejor camino que puedan delante de ellos. Y por sobre todo, que tengan un despertar espiritual que les permita sentirse personas de bien, amables, amorosas y que puedan contribuir positivamente con la comunidad.
Estoy absolutamente convencida de que todos los padres buscamos lo mismo, que nuestros hijos sean felices. Pero claro, no podemos garantizarles la felicidad. ¿Quién podría? Por eso, la idea de felicidad que propongo se encuentra más cercana a un deseo de que los chicos construyan y tengan la mejor vida que puedan tener; y muy alejada de la idea de garantizarles la felicidad.
Existe una gran diferencia entre criar y educar. Educar implica más tiempo, más paciencia y más estar en el aquí y ahora. Es conciencia plena. Es luchar nuestras propias batallas como adultos para poder estar calmados, enfocados y conectados al momento de tener que corregir conductas en los niños. Es tratar de no herirlos, de no lastimarlos, de estar presentes y de amarlos incondicionalmente.
Con el sinfín de compromisos y tareas que llevamos a cabo en estos tiempos, estar presentes en la vida de nuestros hijos parece, a veces, ciencia ficción. Aunque estemos presentes físicamente, en muchas oportunidades no lo estamos emocionalmente. ¿Cuántas veces abrazamos a nuestros hijos pero tenemos la mente en otro lado? ¿Cuántas veces escuchamos que nos llaman y les decimos “espera un momento” para luego darnos cuenta de que ese momento se hizo eterno o nunca llegó?
Educar a nuestros hijos no debe generarnos angustias ni una batalla campal en casa. Tal vez, poner la mirada en tratar de ser los padres que necesitan nuestros hijos –dejando de lado el ideal de padres que nos gustaría alcanzar– nos ayudaría a transitar el camino de una manera más relajada y de mayor conexión con ellos.
A diferencia de otros tiempos –en donde los padres no poseían el acceso al conocimiento y a la información–, hoy es posible entrar a cualquier librería y ver cientos de libros acerca de cómo educar a nuestros hijos o encontrar cientos de tutoriales en internet.
Sin embargo hay tantas recetas o técnicas, como niños en el mundo. Lo que me funciona a mí, puede no servirte a vos. Y lo que me sirve hoy con mi hija, tal vez el año que bien ya no me sirva. Hay cosas que sí son más universales pero solo hasta que una nueva investigación demuestre lo contrario o aprendamos algo nuevo. Después de todo, los neurólogos, los psicólogos y los biólogos del comportamiento siguen investigando.
Emprender la tarea de educar a nuestros hijos en un contexto tan cambiante, volátil e incierto es al menos complicado. No tenemos seguridad acerca de las carreras o profesiones que el mercado laboral requerirá cuando nuestros hijos sean jóvenes. No sabemos qué talentos o fortalezas van a necesitar. Pero sí podemos intuir que muchos oficios se volverán obsoletos al ser reemplazados por la tecnología, lo que nos dará mucho tiempo libre, tiempo de ocio. Enseñarles a nuestros hijos a pensar, a crear, a innovar y a levantarse emocionalmente rápido de los obstáculos o errores se convierte, por ende, en algo importante a trabajar en casa y en la escuela.
Gracias a la ciencia en general –y a la neurociencia en particular– tenemos mucha información a alcance de las manos para ofrecerles a nuestros hijos herramientas de desarrollo personal.
Ser padres implica que nuestros hijos observarán detenidamente nuestra manera de actuar y pensar. Ser conscientes de esto nos conecta más con la responsabilidad de rescatar la mejor versión de nosotros mismos. ¡Pero a no preocuparse! A ser padres, se aprende y cada día nos brinda una nueva oportunidad.
No existen ni el padre perfecto ni el hijo perfecto. No existe guión o manual que nos indique cómo ser buenos papás. Algunas veces tenemos miedo de fallarles. Otras, en cambio, nos invade el miedo de ser muy permisivos -o ser demasiado exigentes- , de no estar a la altura de las circunstancias, de no saber qué hacer, miedo a ser juzgados, miedo a ser sus amigos y no sus padres, miedo a que no sean queridos por otros… Queremos ser fuente de inspiración para ellos, pero a veces, el trajín del día a día, hace que se convierta en una tarea difícil.
Todos los padres, en alguna oportunidad, hemos dicho o hecho cosas de las que nos arrepentimos. Sin embargo, si ponemos nuestra atención en brindarles a nuestros hijos lo mejor que tenemos para dar, no importa cuántos errores cometamos, siempre habrá una nueva oportunidad para aprender y seguir adelante.
El secreto detrás de esto podría asociarse, tal vez, a la paciencia, la resiliencia, la alegría y la calma interna para interactuar en momentos álgidos. Cuando lo hacemos, logramos una mayor conexión no solo con nuestros niños, sino también con nosotros mismos.
Para ayudar a nuestros hijos a desarrollar habilidades socioemocionales, es necesario haber trabajado previamente esas habilidades en nosotros mismos. Es muy difícil enseñarle a un niño a calmarse si no podemos manejar nuestras propias emociones. Solo cuando nosotros hayamos aprendido a estar en nuestro eje y a estar en paz con nosotros mismos, podremos generar paz a nuestro alrededor.
Lidiar con un niño desafiante, enojado o frustrado requiere de un enfoque calmo, cálido, objetivo y asertivo, y despersonalizar lo que está sucediendo haciendo. ¿Estás en condiciones de hacerlo?
Laura Lewin es autora, capacitadora y oradora TEDx. Ha escrito numerosos libros, entre los cuales podemos destacar Fuertes y Felices (Ed. Bonum). Facebook e Instagram: LauraLewinOnline.