En este tiempo transcurrido desde que comenzó la pandemia, todos hemos tratado de adaptarnos a esta crisis sanitaria del Covid-19, con independencia de nuestra situación personal particular. Como parte de dicho afrontamiento, resulta fundamental la disposición personal con la que se encara esta situación, que podríamos situar en un continuo entre ser optimista o pesimista.
Todos nos podríamos situar en ese continuo. Decimos continuo porque probablemente hayamos sido más o menos optimistas en función del mayor conocimiento e información que hayamos ido asimilando a medida que se han sucedido los acontecimientos y de las preguntas que nos hayamos planteado desde el principio: ¿cuánto durará? ¿será mejor o peor nuestra realidad social una vez finalice esta crisis? ¿ha empezado ya a aplanarse la curva del gráfico que reúne el número de contagiados? ¿se contagiarán personas a las que quiero? Si me contagio yo, ¿qué tipo de síntomas tendré?
El principio de Pollyanna
Cada pregunta genera algún tipo de expectativa hacia el futuro. Y no resulta trivial preguntarse si somos optimistas o pesimistas a la hora de gestionar una crisis como la que estamos viviendo. Basándose en el personaje de Pollyanna, protagonista de la novela Pollyanna, de Eleanor Porter, a finales de los 70 se acuñó el término de “principio de Pollyanna” para referirse a aquellas personas intrínsecamente optimistas, capaces de ver el lado positivo en toda situación.
Según hemos dicho al principio, tendemos a priorizar los eventos agradables frente a los desagradables. Pero más allá de esta tendencia general, la investigación sugiere que tener una disposición optimista o pesimista a la hora de interpretar las situaciones que vivimos tiene implicaciones importantes en el tipo de estrategias que llevamos a cabo a la hora de lidiar con situaciones vitales estresantes como esta. En otras palabras: responderemos mejor al estrés dependiendo de si somos optimistas o pesimistas.
No todas las estrategias son iguales
Tradicionalmente, se han identificado dos grandes estrategias de afrontamiento del estrés: las centradas en la solución del problema, y las centradas en las emociones. Las primeras tratan ante todo de identificar y resolver la fuente que origina el estrés, sobre todo en aquellas situaciones controlables. Las segundas, por el contrario, tratan de disminuir o eliminar las emociones incómodas asociadas a la vivencia de situaciones estresantes. Algunas de estas estrategias son las siguientes:
- Negación. No creer que algo ha ocurrido o subestimar su importancia. Algo difícil de llevar a cabo actualmente, pero no tan improbable al comienzo de la crisis. Mantener a toda costa los mismos hábitos que teníamos antes de la crisis, como si nada pasara, sería un ejemplo de esto.
- Acercamiento centrado en el problema. Seguir un plan de acción que resuelva la situación o minimice sus consecuencias negativas. Por ejemplo, pensá en todas las recomendaciones planteadas últimamente acerca de llevar a cabo una rutina diaria de actividades, incluir ejercicio físico, hábitos de comida saludables, etc.
- Autoculparse. Echarse la culpa a uno mismo. Por ejemplo, si has contagiado a alguien, o te contagiste, si has podido despedirte o no de algún ser querido.
- Aceptación/ Resignación. Si no hay nada que se pueda hacer, aceptar lo que ocurre.
- Reinterpretación positiva. Crecer como persona, aprender algo de la situación. Centrarse en qué podemos aprender o cómo vamos a cambiar tras esta crisis (sea creíble o no).
- Fantasear. Escapar de la situación mediante la imaginación o la fantasía. El incremento general de consumo de series, películas, videojuegos, literatura en general sería un buen ejemplo de esto.
- Apoyo social. Compartir tus sentimientos con alguien o buscar consejo por parte de alguien que se valore. Fácil de llevar a cabo por medio de videoconferencias, participación en redes sociales, estableciendo contacto con personas queridas con las que compartir esta experiencia.
Las personas optimistas suelen priorizar estrategias de afrontamiento centradas en resolver problemas, especialmente cuando dichos problemas son controlables. Por ejemplo, la reinterpretación positiva, la evitación de la negación, la búsqueda del apoyo social y, en caso de situaciones percibidas como fuera de control, una mayor tendencia a la aceptación sin condiciones de esa situación. Al contrario, los pesimistas tienen más tendencia a centrarse en sus emociones, amplificándolas, dando lugar a una rumiación negativa que se ha asociado con una peor adaptación futura.
La importancia de la variedad emocional y el afrontamiento
Gestionar las propias emociones no es fácil, mucho menos si se tiene que hacer en mitad de una crisis social tan importante como la actual. Centrarse en las propias emociones puede ser particularmente útil en fases iniciales de la gestión de una crisis, sobre todo cuando no se percibe mucho control de la situación.
No obstante, más allá de la percepción de control, resulta fundamental atender al tipo de emociones que se estén experimentando. Mucho más, teniendo en cuenta que existe la tendencia por los medios de comunicación de acentuar cierto tipo de emociones en situaciones de crisis, tales como la ansiedad, el estrés, la depresión e incluso hablar de trastornos como el estrés postraumático.
Aunque este tipo de emociones son habituales en momentos de crisis personal o social, es cierto que suelen convivir con otro tipo de emociones, igualmente relevantes.
- Rabia y gratitud tras el atentado a las Torres Gemelas
El trabajo de Barbara L. Fredrickson tras las consecuencias del ataque terrorista del 11 de septiembre en EE UU resulta especialmente relevante. Después del atentado, varias encuestas mostraron que la mayor parte de las personas sentían toda una amalgama de emociones relacionadas sobre todo con la rabia, la tristeza, el miedo y la ansiedad. Pero junto a estas también aparecían emociones tales como gratitud (por la propia seguridad y la de otros seres queridos), interés (por tratar de comprender las razones que habían llevado a ese atentado, así como conocer sus consecuencias) y amor (hacia familiares, amigos e incluso personas de la comunidad con la que habían compartido el suceso).
Esas emociones más positivas incrementaban la capacidad de recuperación, una mayor apertura mental relacionada con ser más flexibles, creativos e incluso estar más abiertos a nueva información. Actuaron como un amortiguador ante posibles sentimientos depresivos. Experimentar este tipo de emociones positivas se ha vinculado a facilitar la probabilidad de encontrar un sentido a dicha situación estresante o de crisis y, de nuevo, a implicarse en planes y objetivos a medio y largo plazo.
Es de especial relevancia constatar que en muchos casos las emociones positivas facilitan la creación de un estilo de afrontamiento más expansivo y general, ligado a una perspectiva más creativa y preparada para afrontar mejor futuras crisis. Estas personas capaces de sentir emociones positivas estaban también en mejor disposición de promover este tipo de emociones en otros, generando un contexto de apoyo y cuidado mutuo.
Es posible crecer tras una crisis vital
Este afrontamiento más optimista está lejos de un optimismo como el descrito por el principio de Pollyanna. Sabemos que un sesgo positivo facilita una mejor adaptación a las adversidades de la vida, aunque no es suficiente. Un término que ha venido utilizándose en los últimos años es el del crecimiento postraumático: el cambio positivo que un individuo experimenta como resultado del afrontamiento de un suceso traumático.
Resulta fundamental saber que no todas las personas que pasan por una experiencia traumática encuentran beneficio y crecimiento personal en ella. Para ello tienen que producirse cambios en la propia percepción hacia uno mismo (hasta qué punto uno puede afrontar adversidades), cambios en las relaciones hacia los demás (incrementar la intimidad con otras personas queridas, sentirse más libre a la hora de expresar qué se siente, así como una mayor sensibilidad hacia el padecimiento de los demás) y cambios en la filosofía de vida (mayor interés y curiosidad hacia temas existenciales y espirituales).
Además, hay que tener en cuenta que las personas que experimentan crecimiento postraumático también experimentan emociones difíciles de manejar tales como dolor y estrés. Sin la presencia de estas emociones, el crecimiento postraumático no se produce.
La mejor manera de facilitar este tipo de crecimiento asociado a las crisis es promoviendo la búsqueda de sentido. Esta resulta fundamental. Por ejemplo, aceptar ayuda y al mismo tiempo reconocer que nadie más que uno mismo puede dar sentido a lo que pasa; reconocer que hay que superar esta situación, dejarla atrás pero tenerla en cuenta para construir nuestro futuro.
Un optimista bien informado
En momentos de crisis como la que estamos viviendo, cada uno hacemos lo que podemos. Y lo que hacemos no deja de ser una manifestación de nuestra disposición personal e incluso cultural hacia ser más optimistas o pesimistas. Ahora bien, más allá de esta dualidad, estaría bien seguir a Mario Benedetti, cuando decía que un pesimista es solo un optimista bien informado.
Así que ante esta situación compleja que estamos viviendo, ni optimistas ingenuos ni pesimistas recalcitrantes, seamos optimistas informados.