¿Quién no ha soñado en algún momento con calzarse las sandalias, tomar la toalla y dirigirse a las maravillosas playas de Brasil? Para nosotros, los argentinos, este anhelo de escapar a sus costas es casi una tradición arraigada. Sin importar la estación del año ni la razón, siempre encontramos una excusa para organizar vacaciones en ese país.
Los viajes son como los atardeceres (si uno espera demasiado se los pierde) y por eso regresamos a la ciudad de San Salvador de Bahía, en el noreste de Brasil. Hicimos un recorrido por sus barrios y playas y, después de ver brillar la luna en otro lado del mundo, comprendimos que los viajes tienen sus ventajas.
Es un destino que cambió la manera en que veíamos lo cotidiano. Cuenta con una realidad compleja y la falta de orden marca la disparidad entre el caos urbano y la tranquilidad del océano. Nos encontramos con condominios lujosos y una infraestructura moderna que se asemeja mucho a la de otras ciudades cosmopolitas, y con las las favelas, que son comunidades empobrecidas ubicadas en las colinas donde las condiciones de vida pueden ser verdaderamente desafiantes.
La cultura, historia y esplendor natural de Salvador se experimentan a través de la melancolía alegre y despreocupada que impregna la vida diaria. Los aromas de la ciudad nos sorprendieron al principio, pero con el tiempo nos aclimatamos a ellos. En las playas, la bruma del Atlántico transportaba consigo el perfume del iodo, entrelazado con la distintiva y fuerte fragancia del aceite de dendê, que se extrae de la pulpa del fruto de la palma y es utilizado por las bahianas para freír los acarajés, esos deliciosos bollos de harina de frijoles, rellenos de langostinos y camarones, y servidos con una sabrosa salsa. Esta tradición se remonta a las mujeres esclavas que, debido a su situación, llevaban mesitas para vender sus productos en las calles.
Por la mañana, en la playa de Ondina, era común encontrarme con Neusa, una bahiana madrugadora que solía tener su tambor de aceite de palma listo, al lado de su modesto puesto de bebidas, esperando a los turistas y residentes que deseaban degustar estos exquisitos bollos. Mientras aguardaba su llegada, solía entregarse a animadas partidas de dominó con otros habitantes locales.
Dentro del vibrante mosaico culinario de Salvador de Bahía, los sabores y aromas se combinaron para ofrecernos una experiencia gastronómica verdaderamente única.
Influenciada por colonos portugueses y diversas etnias africanas, la cocina bahiana es un reflejo de su rica herencia histórica y cultural. Entre las delicias que uno puede descubrir en esta ciudad se encuentran platos emblemáticos como la "moqueca", la "farofa" (una harina indígena), las "cocadas" (un postre de coco, leche y azúcar) y la "casquinha de siri" (carne de cangrejo que se ofrece en las playas). Estos manjares son solo una pequeña muestra de su riqueza culinaria.
En un paseo por la ciudad conocimos la diversidad de sus barrios y desde lo alto del Pelourinho, pudimos apreciar la majestuosa vista que abarca desde el faro en la península de la Barra hasta la animada zona costera de Ondina con sus hoteles. Más allá, el bohemio barrio de Rio Vermelho con sus característicos bares, la serena playa de Itapuã, la zona costera de Stella Maris, la bulliciosa zona comercial y residencial de Pituba, el activo Puerto y Distrito de Comercio, y el tranquilo sector residencial de Imbuí.
De todos los barrios, el más conocido es el Pelourinho, centro histórico de Salvador, declarado Patrimonio de la Humanidad. Se caracteriza por sus calles empedradas, casas coloniales coloridas, una animada vida nocturna y conciertos en las plazas. Se encuentra en la parte alta de la ciudad, sobre una colina, y se accede mediante el Elevador Lacerda, una eficiente conexión que supera la diferencia de altura con la parte baja.
Desde el punto más alto de este elevador de hierro se puede disfrutar de una impresionante vista panorámica de la Bahía de Todos los Santos y el Mercado Modelo, que tiene más de un siglo de antigüedad y ofrece artesanías a los turistas. Allí, grupos de capoeira realizan actuaciones para los visitantes, quienes después de comprar productos regionales se relajan en los bares y disfrutan de unas cervezas. La capoeira es un arte marcial afrobrasileño que combina danza, acrobacias y música.
En nuestro paseo por el Pelourinho -nombre que se le daba a los troncos donde ataban a los esclavos para azotarlos- visitamos la histórica Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de los Negros, construida en el siglo XVIII por esclavos africanos y símbolo de la lucha contra la esclavitud en Brasil. También exploramos la Casa de Jorge Amado, convertida en museo y dedicada al famoso escritor conocido por sus novelas que exploran la vida y cultura del nordeste brasileño, siendo la más destacada "Doña Flor y sus dos maridos”.
No lejos de ahí encontramos la “Rua da Preguiça”, también conocida como la ladera de la pereza. Esta empinada calle empedrada conecta la parte baja de la ciudad, cercana al puerto, con la parte alta, donde existen varios caserones históricos. Su nombre se relaciona con la forma en que solían transportar las mercaderías en el pasado: los esclavos las llevaban a cuestas o empujaban las carretas cargadas, que también eran tiradas por bueyes.
En una de las caminatas, un anciano transeúnte era entrevistado por un canal de televisión y compartía sus pensamientos sobre esta calle en ocasión de su aniversario. Recordaba cuando sus antepasados subían la calle cargados como animales y a fuerza de látigo. Para él poder subir esta calle en libertad era una bendición, pues ahora podía ascender realizando pausas a la sombra cuando su cuerpo lo requería y cuando así lo quisiera. Me conmovió.
Esta historia refleja el pasado oscuro en el que millones de africanos, durante siglos, fueron forzados a trabajar en condiciones inhumanas en Brasil. Actualmente, la Rua da Preguiça es un patrimonio histórico y cultural protegido que permite a las personas aprender sobre la historia de la esclavitud del país y la resistencia de aquellos que la padecieron.
También recorrimos la extensa costa de Salvador, explorando varias playas como la Praia do Buracão en Rio Vermelho, popular entre los jóvenes, pero con mareas fuertes; el Farol da Barra, con piscinas naturales; y, junto a ella, la concurrida Praia do Porto da Barra, famosa por sus atardeceres. En tanto, en el barrio de Ondina encontramos la playa del mismo nombre, que alberga el carnaval callejero de Salvador, y en cuyas aguas se debe tener precaución por las corrientes.
En Pituba, visitamos la Praia do Jardim dos Namorados, conocida como "Chega-Nego", no apta para el baño debido a su oleaje y rocas; y la de Amaralina, famosa por su abundante alga y preferida por los amantes del vóley y el fútbol, así como la vecina playa de Pituba. A lo largo de esta franja costera, también disfrutamos de la Praia de Itapuã, con palmeras y bares para contemplar el atardecer; de Stella Maris, popular entre los surfistas; y, a unos 17 km del centro, llegamos a la Praia de Piatã, frecuentada por surfistas y windsurfistas. Aquí, saboreamos una fresca leche de coco acompañada de una "moqueca de camarão," un típico plato bahiano.
Durante los meses de verano, Salvador es conocida por sus festividades populares como el Lavagem do Senhor do Bonfim, en honor al santo patrón de Bahía; la celebración de Yemanjá, que honra a la reina del mar; y la lavagem de Itapuã con Samba de Roda en el barrio.
Y así, al ritmo de la música, nos despedimos del nordeste brasileño, plenamente conscientes de los desafíos que Salvador encara en su lucha contra la desigualdad de clases. Nuestro paso por la ciudad nos dejó un pensamiento invaluable: la alegría reside en las pequeñas cosas y la música y el ritmo se erigen como poderosas formas de expresión y resiliencia. En Salvador, la felicidad florece en cada rincón, incluso en medio de las adversidades.
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