Cuando voy a Barcelona, es habitual en mí aventurarme hasta perderme en sus calles para conocer nuevos rincones de esa maravillosa ciudad, acostumbrada a convivir con restos medievales. En esta oportunidad, mi viaje coincidió con la Noche de Brujas. Para ello me había contactado con el Centro Cívico de Sarriá con el propósito de llevar adelante el Itinerario de la Brujería en la Edad Media. El recorrido incluye las caprichosas calles del Barrio Gótico barcelonés, algunas de las cuales cambian de nombre y finalizan en esas plazas silenciosas tan apreciadas por el vecindario actual.
Iniciamos el tour sobre el atardecer pues, en la Barcelona del Medioevo, era en la oscuridad cuando se realizaban los conjuros. Los conjuros eran prácticas que se utilizaban para obtener un beneficio o bien causar un maleficio invocando las fuerzas de las brujas perseguidas por la Inquisición.
Partimos desde la Catedral gótica de Santa Eulalia, patrona de Barcelona, observando sus gárgolas que asoman de lo alto de sus muros. Según cuenta una leyenda, las gárgolas representan a brujas condenadas a estar petrificadas -como si fueran monstruos- por los daños que cometieron en vida.
Frente a la Catedral, en la calle Comtes, sobre la fachada del Museo Marés, el emblema tallado de la Inquisición: un escudo de Felipe II con cruz cristiana, espada, rama de olivo, cadena que rodea el escudo y debajo, colgando, una piel de cordero. La cruz y la espada simbolizan el trato a los herejes y la rama de olivo la misericordia y reconciliación con los arrepentidos.
Con nuestra guía Teresa Serraclara, profesora de Historia y de Arte, paseamos por los oscuros callejones de la Ciutat Vella -centro histórico de Barcelona- y conocimos las casas del Barrio Gótico y del Barrio de la Ribera, que aún mantiene la estructura medieval de sus calles estrechas donde, según relatos, existieron escuelas de brujas.
En tanto, escuchamos atentamente historias, de esas que han permanecido durante siglos y que constan en los libros de la Inquisición. También escuchamos los pocos sonidos de la noche que invadieron las calles mientras Teresa nos explicaba que, en la antigüedad, la brujería estaba muy tolerada tanto en España como en el resto de Europa. Aunque todo cambió con la llegada de la Contrarreforma, dado que la práctica de la brujería fue prohibida.
En esa ruta nocturna fuimos introduciéndonos de a poco participando, de alguna manera y mediante relatos, de acontecimientos del pasado cuyas imágenes se nos hacían presentes en las calles que fueron testigo de historias sangrientas, de almas perdidas y profanas, de blasfemos y brujas. Mujeres ellas que terminarían sus días en la hoguera, después de terribles ceremonias llevadas a cabo como consecuencia de su condena.
Teresa habló de la Barcelona medieval, de ejecuciones públicas, de nigromancia -especie de conjuro para predecir el futuro invocando a los muertos- de sórdidos laberintos de la sociedad y de la alquimia que se practicaba en los sótanos del Palacio Real. Allí donde existían celdas y salas de tortura para hechiceros y brujas.
La perversión de los inquisidores de la época consistía en conseguir confesiones, mediante el dolor causado por torturas sanguinarias, hasta que los herejes admitían aquello por lo que eran acusados y podían ser debidamente castigados. Un periodo sombrío, de muerte, en el que muchas veces bastaba solo la acusación de un niño para enviar a alguien a la hoguera.
Conocimos, además, las maneras de ejecución de las brujas, los engaños en las ejecuciones, los distintos cofres con cuerdas para la horca, cuyo uso dependía de quién se tratara; el camino hasta el patíbulo, la Calle de la Niebla en su recorrido hacia la muerte. Se sabe que los inquisidores llegaron a ahorcar en Barcelona a 400 brujas en sólo un año.
La Inquisición española estaba formada, principalmente, por funcionarios eclesiásticos; sin embargo, no dependía del Papa sino directamente de la Corona y de los Reyes Católicos, por lo tanto, era un organismo religioso al servicio del Estado, no de la Iglesia.
En la Edad Media, comentó Teresa, siempre estuvo presente la figura del verdugo, personaje odiado por ganarse la vida colgando y descuartizando víctimas, razón por la cual nadie lo quería de vecino, lo que obligó a las autoridades a adjudicar a sus verdugos la casa más estrecha en la Plaza del Rey.
El verdugo se vestía con una especie de saco atado a la cintura con un cordel; era tal el rechazo de la sociedad que los sastres tampoco querían tomarle medidas para evitar así el contacto con su cuerpo.
En esa misma Plaza del Rey, sede del poder real y rodeada de edificios medievales, se encontraba la antigua prisión donde se ajusticiaba a los herejes, además de funcionar un mercado. Dos caras de una misma moneda.
Finalizamos el paseo de la Brujería en la Edad Media, dejando nuestras huellas en los antiguos caminos de la Inquisición, mientras que bajo esos cielos del mundo, el silencio atrapó la sombra que en la Barcelona del Medioevo hizo del miedo su compañero más habitual.