Aprovechando los últimos días de sol del otoño, nos fuimos rumbo adonde sabíamos que el mar nos estaba esperando, siempre único, siempre mágico: el mar de Mar del Plata. Será por eso, en parte, que se la conoce como la Ciudad Feliz, o quizás por la constante sonrisa de su gente, porque la brisa marina que besa sus costas limpia el cielo, conservándolo celeste, diáfano.
La ciudad fundada por Patricio Peralta Ramos tiene plazas, parques, paseos marítimos, varios campos de golf y una Base Naval. Son conocidos los restaurantes del puerto de pescadores, que brinda un marco propicio para admirar las típicas barcas amarillas y naranjas. Los barrios de Los Troncos y Playa Grande se distinguen del resto por los frentes de sus casas decorados con la tradicional y reconocida piedra de Mar del Plata. La orla marina posee confiterías y terrazas donde desayunar y/o almorzar junto al mar. Otros atractivos culinarios son el famoso alfajor de marca de la ciudad y los churros calientes rellenos de dulce de leche.
Ya ha transcurrido el verano de modo que, sin eventos alentados por el turismo –teatros repletos, megafestivales o torneos de fútbol multitudinarios-, el marplatense prefiere caminar al aire libre (solo, con mascotas) o cultivar la práctica de deportes y actividad física que van desde simples caminatas por la costa o playas cercanas; ciclismo, skates, runners y todos aquellos deportes de agua, como windsurf, surf, Kite-surf.
Mar del Plata también ofrece ámbitos que dan cuenta de valores históricos y culturales; en este sentido, en la actualidad ha cobrado notoriedad la esfinge Mujer mirando al mar.
Telma -amiga y tenista marplatense- pasea todos los días a su perra Pampa por la costa. Telma lleva consigo esa mirada risueña que indaga a diario los matices del mar. Como a muchos turistas y locales, a ella también le asombró el descubrimiento de la pequeña escultura aparecida hace pocos meses, como salida de la nada, sobre una roca cementada en pleno paseo de Playa Chica.
Fue la decisión del autor (luego se supo) quien, en soledad, la depositó en un lugar no muy visible. Pero, a medida que se la fue descubriendo, la gente comenzó a preguntarse sobre el origen. Y como cada obra tiene un sinnúmero de interpretaciones, hubo quien sostuvo que la mujer de la escultura miraba el mar porque estaba esperando a alguien; otro que no esperaba a nadie sino que contemplaba el mar y meditaba, etc. Al poco tiempo, apareció muy cerca de ella un perro de cerámica de molde sobre base de cemento. Algunos comentaban que, en realidad, el perro custodiaba a la Mujer mirando al mar. Casi inmediatamente, la municipalidad se encargó de su retiro.
Pasó cierto tiempo hasta que se reveló que Mario Magrini, médico y artista local había sido el escultor. El artista nunca le había puesto nombre; sin embargo, las emociones colectivas la bautizaron Mujer mirando al mar.
La ciudad, alberga playas para todos los gustos, una de cuyas lógicas consecuencias es la afinidad de los marplatenses con el océano. En esta nota hablare de Playa Grande y Las Toscas ubicada al lado del Torreón del Monje, playas de surfers donde sin conocerse ya son camaradas.
Debo decir que, en lo personal, fue mi padre quien nos contagió la pasión por el mar, por ello, en este viaje, me dediqué a conocer historias e intercambiar conceptos con hombres y mujeres sobre la experiencia y diversión que los une, y llegué a la conclusión de que se trata del entusiasmo por pasarla bien. Este entusiasmo deriva de una poderosa conexión entre sí y del tiempo dedicado a la actividad física que tiene como protagonista insoslayable al agua y sus olas.
A los surfers de Playa Grande los vi llegar esa mañana muy temprano, aparcando sus coches en la costa -parecía que cada uno tenia su sitio- bajaban apresurados y ansiosos por conocer el estado del mar. Se los veía de todas las edades, aunque predominaban los jóvenes. Hay quienes han entrenado con profesores y quienes lo han hecho en solitario. Es el caso de Pablo que al cabo de su rutina pude mantener una charla con él.
Pablo es cortés y amistoso, comenzó a practicar surf alrededor de los siete años, a pesar de que a esa edad no tenía la tabla correcta. Más tarde pudo cambiar su tabla y comprarse un traje de neoprene y así practicar también en invierno. Se levanta temprano, cuando la salida del sol tiene una luz violeta y en pocas horas se sube a su tabla. Según dijo ese momento lo vive con mucha pasión y energía, con un cansancio que no le pesa, siente que es como una cápsula de tiempo que se paraliza mientras busca el momento de dibujar nuevas líneas sobre las olas.
Mientras siente la velocidad bajo sus pies, Pablo va ajustando las maniobras para continuar sobre la ola Junto a sus amigos, Matías, Lionel y Sebastián, bautizaron esta zona de la playa con el nombre de casa. ¿Qué es casa para ellos? El lugar donde pasan buenos momentos, de creación de vínculos, de disfrute, de seguridad y de calma. Todo en torno al surf. En caso de que el mar esté planchado y el cambio de marea no modifique la variación del viento, los amigos salen a buscar las olas en las playas del sur, cerca de Chapadmalal.
Esta semana se han ido aún más lejos, están en Hacienda Iguana, Nicaragua. No obstante, Pablo y sus colegas pronto volverán a la ciudad donde la sal continúa empañando los cristales que detienen los vientos marinos. En tanto, Caro y Sole, recién salidas del mar, me contaron que se iniciaron en el surf tomando clases en la Escuela de Chicas al agua, situada en la playa Las Toscas al lado del Torreón del Monje, donde, me dijeron, el mar es más calmo para el inicio de esta disciplina.
¿Y cómo surgió el nombre de la Escuela? Me cuenta Lorena, su profesora, que el entusiasmo por contagiar a las mujeres en la práctica del surf la llevó a escribir en su cuenta de Facebook una invitación para todas sus amigas que decía: “Hoy, todas las chicas al agua“. Y así surgió la Escuela que funciona desde 2012, un grupo alegre en contacto con el ambiente marino.
En tierra incluyen entrenamientos y elongación específicas y realizan el chequeo del pronóstico el día anterior para elegir el momento de meterse al mar. El rango de edad de las que asisten es de 14 a 70 años, todas con familias y trabajos, por lo que durante la semana realizan los entrenamientos y las rutinas en tierra y los fines de semana, al agua. Asimismo, incluyen para sus cuidados, asesoramiento de una nutricionista y una cosmiatra, y organizan viajes con sus tablas que las han llevado hasta las Islas Fiji.
Vincent Van Gogh dijo alguna vez: “Los pescadores saben que el mar es peligroso y que las tormentas son terribles, pero nunca han considerado que estos peligros sean una razón suficiente para permanecer en la costa”.
Y bajo esos cielos del mundo, permanecer en la costa, tampoco es para Pablo, pues su entusiasmo lo empuja a internarse al océano cada vez que el viento encrespa y agita las olas del mar.