Me enamoran los cambios; cambiar ha sido y sigue siendo una marca en mi vida, y en ese sentido volar hasta México fue solo el principio de otro viaje .No me agrada permanecer mucho tiempo en un solo lugar, por lo que establecimos de antemano períodos cortos de estancia en tres de los destinos elegidos para conocer la península de Yucatán.
Ya les conté de Tulum, ese lujo descalzo de arenas blancas, poblado de juventud errante y alegre. Ahora es el momento de Cancún.
Nuestro avión llegó desde Argentina. Al comenzar el aterrizaje en la CDMX, de pronto tomé conciencia -contemplando desde el aire las infinitas luces titilantes y resplandecientes que se desplegaban en el extenso territorio de la capital mexicana- de los 22 millones de habitantes que viven allí.
Hicimos noche en la ciudad. Al día siguiente, continuamos el viaje hacia la península de Yucatán en vuelo hacia Cancún, ciudad de no solo bellísimas playas y arrecifes de coral sino también con restos de civilización maya, cenotes y selva.
Desde el aeropuerto contratamos un traslado privado para que nos llevara hasta el hotel boutique que habíamos reservado en esa franja costera.
Cancún tiene dos áreas: la Zona del Centro y la Zona Hotelera. La primera es la zona urbana donde vive la mayoría de los cancunenses, dentro de un estilo de vida familiar; hay hoteles de opciones más económicas en la zona. La segunda rodea la Laguna Nichupté y concentra la mayoría de resort, all inclusive, hoteles boutique, restaurantes, un centro comercial de lujo -La Isla-, tiendas y cafés.
La franja costera cuenta con una intensa vida nocturna para disfrutar en bares y discotecas, como también autobuses que te llevan y te traen durante toda la noche.
Dentro de la zona urbana fuimos a conocer el Mercado 28. Tomamos un taxi desde el hotel hasta la plaza comercial donde se encuentra la entrada al mercado. Nos recibió una lluvia de cintas de colores que bajaba como si hubiesen estado colgadas del cielo, ondulando por la brisa del viento de la tarde.
Es un mercado muy vistoso, lleno de gente local y poco turismo a esa hora. En su interior, puestos de artesanías, restaurantes de gastronomía mexicana, gastronomía que tiene como característica esencial el uso de especias, que son las encargadas de llevar aroma y sabor a los platos típicos. Algunas especias resultaron muy picantes para quienes no estábamos habituados a su consumo.
Las tiendas están provistas de artículos de México realizados por artistas del lugar; también se encuentran souvenirs, joyerías, puestos de zapatos, máscaras, tiendas de hierbas, de café, artículos de cuero, tequilas y demás. Los vendedores, muy insistentes; para conseguir un buen precio debimos negociar bastante.
El mismo taxista nos llevó a conocer el Mercado de las Palapas que funciona de noche como paseo familiar. El mercado tiene una plaza de alimentación con puestos de antojitos donde se sirven comidas típicas tales como quesadillas y tacos.
En lazona hotelera, la experiencia fue grandiosa. Llegamos casi de noche y no resistimos la tentación de bajar a la playa para colar nuestros pies en esas aguas revueltas y tibias del mar de Cancún, de increíble color turquesa, acentuado por la espuma de las olas que llegan a la orilla. Recordé las palabras de mi hija hace tiempo: “Mamá, vos que conocés tantos mares, tenés que conocer las aguas de México”. Y no estaba errada!
Disfruto despertarme muy temprano, antes que aparezca el sol, y caminar hacia la playa para ver el amanecer. Aprovecho el momento en que el cielo me mira en silencio mientras acomodo mis cosas en la reposera y me regocijo de ese firmamento que recién amanece. Veo que las estrellas desaparecen a medida que el sol brilla cada vez más fuerte.
Todos los días me encontraba con mi compañero de amaneceres: un pelícano. Llegaba en vuelo acompasado a ras del agua, como haciendo una pasada de reconocimiento; luego tomaba altura, se lanzaba como flecha sobre alguna presa, desaparecía bajo las olas y luego emergía triunfal. El pelícano repetía una y otra vez la operación hasta saciar su apetito; con su estómago lleno, descansaba en el techo de la casilla de los guardavidas, vigilando la probable aparición de tiburones en la cercanía.
Una costumbre curiosa en el hotel. Durante las horas del desayuno en el jardín, un empleado se paseaba con un halcón posado en su antebrazo; el método, nos explicaron, es para espantar los pájaros de las mesas. La empresa no necesitaba más recurso que éste, solamente con la presencia del halcón cumplía el objetivo de alejar las aves en el momento del desayuno de sus huéspedes.
Sobre el mediodía, el sol calienta fuerte y lastima la piel, por eso no es raro observar en la playa a vendedores ambulantes, guardavidas y policía nacional totalmente cubiertos para protegerse del daño que pudiera ocasionarles el astro rey.
Estuvimos en una época de mucho turista norteamericano, por lo que los paseos a las ruinas mayas, cenotes y parques temáticos estaban abarrotados de gente, hecho que nos impedía una visita más tranquila.
No obstante, como un solo viaje no fue suficiente, la próxima vez iremos a visitar Xcaret, donde se puede nadar en ríos subterráneos, caminar por senderos selváticos y ver el fondo marino del arrecife dentro del acuario de coral.
Asimismo, visitar la pirámide de Chichén Itzá, complejo de ruinas mayas famoso, distante unas 3 horas de la franja hotelera.
Otra opción será ir en un tour flotante por Xoximilco, recorriendo canales y navegando sobre una trajinera con música y degustaciones.
Por último podremos visitar el Cenote Azul, cenote abierto en el que puedes hacer buceo, snorkel, alimentar a los peces, avistar aves locales, murciélagos en su cueva y tirarte desde la altura dealguna roca.
Todo comenzó con el entusiasmo de haber planificado el viaje y finalizó con la certeza de haber logrado conocer los mares de México. Me alejé de sus costas, llevando en mi bolsillo pequeños momentos compartidos junto al pelícano, mi solitario compañero de amaneceres. Allí quedó custodiando esos cielos del mundo mientras acomodaba su plumaje para usarlo de abrigo.